Mario Alberto Carrera
Un mago que fabricó mitos a la altura de estos tiempos y un pequeño Dios -como el de Huidobro- que creó un hombre -el perfil de un hombre- derrotado por la soledad, la nada y el absurdo.
Camus y sus narradores literarios no entienden lo que son –se asustan de lo que son- ven crecer la garra sobre el guante, el puñal en el ala del arcángel, el veneno bajo la hostia recién comulgada y no saben cómo interpretar la esquizofrenia humana, la hendidura, la grotesca escisión entre el demonio y el santo. Toda la obra de A. Camus gira sobre un mismo punto: el punzante deseo de entrever ¡tan siquiera!, algunos de los estamentos más profundos del ser humano. Pero casi nadie puede bajar allí. Creemos que lo hacemos, pero cualquier viaje a ese infierno es tan confuso, revuelto e incierto que jamás tendremos de él más que un caricaturesco esbozo de su realidad, de su verdad.
La búsqueda de Camus es acaso más dolorosa y desgarradora que la de Sartre y no digamos que la de Nietzsche o la de Proust. En el mundo de Camus no hay cabida para el optimismo aunque algunos han visto un retazo de ello en “La Caída”, novela-monólogo confesional que, de página a página, nos confunde y nos aturde en el caos del protagonista: Jean Baptiste Clemence, un verdadero, un auténtico, un total Jano.
Ya antes de Camus se había planteado la desgarrada condición humana en el tormentoso espacio que la enmarca: absurdo, intrascendencia, muerte de Dios… Y Camus no es simple repetidor del existencialismo ateo –plenamente establecido poco antes de él- sino diseñador de un panorama que amplía acerbamente lo anterior. Camus plantea la “horrorización” de sí mismo en la medida en que podamos vernos y describirnos novelescamente o llevarnos al poema como el monstruo que somos: seres llenos y plenos de pasiones (inútiles) y enanas que odiamos y destruimos a cada paso, no sólo lo que más detestamos: lo dice Oscar Wilde de otra manera en “La balada de la cárcel de Reading.
Queda planteada una ontología, una psicología y una antropología –en las novelas de Camus- tan desesperada como la que dibuja Kafka en la suyas, pero acaso más tremendista en el canal y en el río de una prosa –tan diáfana- que no lo aparenta.
Unos tres años mayor que Camilo José Cela, el tremendismo de Camus es más rotundo, terminante y concluyente. No es esta la primera vez que se habla del paralelo evidente entre Camus y Cela. Pero el tremendismo del español es el tremendismo del francés, sólo en “La familia de Pascual Duarte”, mientras que el autor de “El Extranjero” abunda y ahonda más y más en esa exclusiva obsesión hasta que se encuentra con la muerte, confirmando el absurdo de su vida como es el de todas las vidas.
Para los no iniciados, los lábiles o las señoritas de universidad pudiente Camus es inabordable o también puede ocurrir lo siguiente: se le puede leer pero no comprender. Cuando Camus penetra en nosotros con toda la densidad de su palabra desmitificadora, el terremoto interior no se deja esperar: Estamos ante una ontología que es una radiografía total pero monstruosa, esperpéntica, grotesca, tremendista sin que Camus tenga más responsabilidad que la de ver al hombre como es: la peor de las fieras terrestres, con conciencia de su hediondez y sin esperanza alguna. Y cuando el hombre, el narrador el protagonista alcanza a verse como es (en medio de su tufarada) este es el extranjero.
Desde el nacimiento se nos enseña a decir mentiras de nosotros mismos, de nuestros odios y de nuestros afectos. El extranjero no miente. Es, simplemente. Y por eso el extranjero será ejecutado para que silencie su escándalo obsceno.