Gabriela Miranda, México, 1974. Estudió teología formalmente. Se considera autodidacta desde niña. La poesía la aprendió memorizando poemas a la patria y a la madre, en casa y en la escuela de barrio, nada extraordinario. Comenzar a escribir fue inmediato, hacer que valieran esas letras costó un poco más. Su poesía es corta, cruda y sencilla. Su propósito es llegar al horror de este mundo a través de la ternura y el abrigo de un poema, porque de otro modo nos resultaría insoportable. Los poemas aquí presentados forman parte del poemario: Si vuelves u no estamos…, de Parutz’ editorial.

 

43
La abuela canta quedito. La vereda tropical.
Así bajito como es ella, canta y vuelve a cantar
«y no olvidar jamás»
Mira al patio y sigue:
«mis ojos mueren de llorar
y el alma muere de esperar».
Y cantado ruega «Vereda tropical, hazlo volver»

Ya ves, tan lejos que estamos del mar
y aquí todos sabemos La vereda tropical.

41

Nadie nos prepara para el fin del mundo
y hay tantos.
Moriremos antes que las cucarachas,
/las ratas y los murciélagos,
no quedaremos vivos
ni podremos hacer nada con los minutos
/que nos queden antes del final.
Cuando se llevan a los niños
el fin del mundo ha comenzado,
se escribe con llanto y sangre.
Estoy furiosa y moribunda.

39

Ustedes se hacen cada día más dulces,
más amapolas.
Son una paja perdida entre agujas,
entre papeleo, entre la impunidad y la burla.
Voy a escarbar en el mar hasta encontrarlos
mientras haya vida y piedra y polen.

36

Aún hay tiempo.
Aún hay hambre, sangre caliente dentro de las
/venas y de vez en cuando risa alegre.
Estamos tristes y combatidos
pero aún hay tiempo para un vaso de agua fresca
y una tortilla con sal.
Somos los que estamos,
aún hay tiempo de ser abundantes.

Lo que no hay es silencio, de eso no tenemos.

33

Me despierta el latido de tu corazón y deambulo,
al rato sé que solo son las ganas de verte,
como el hambriento a la tortilla-
No me acostumbro a vivir,
la otra noche abrí un hoyo hasta sacar agua,
el agua se parece a ti,
también la eternidad
y Vietnam.

30

Cada vez estoy más llorosa,
acongojada,
huesuda, necia, tiniebla,
seguramente incomodo a muchos.
Pero los días que no vienen,
los no encontrados
y los pájaros en riesgo
saben de este pardo insomne que soy ahora.

27

Hay una gigantesca tortuga muerta
que deja un vacío reseco
como si toda la orilla del mundo muriera de dolor.
Repetiré.
Rebuscaré.
Resucitaré.
Reiré.
No me dejaré ganar por este misil lanzado en mi
jardín.

23

Estos que no llevan mi sangre, pero sí mis huesos
(y los huesos se quedan después de la sangre)
son mi madre y mis hermanos, el abuelo que soñé,
son mi casa, cama y mesa.
Los 43 dedos que me faltan.

20

Perdemos paraísos,
tantos que olvidamos la cuenta.
Estoy triste para siempre,
perdimos uno de aulas rebeldes.
Tenemos rostros arrebatados
y muchachos arrojados contra los muros.
En la puerta del edén matamos a nuestro hermano.

17

Ustedes
Mazorcas tiernas,
llenan de prado verde mis días
/y mis noches desterradas al insomnio.
Ustedes
gorriones y girasoles,
me hacen saber que la vida, se crea y se destruye,
/pero no desaparece.

4

Este estado de cosas me asfixia,
un galón de escupitajos me llega a la garganta,
un militar me apunta en la frente,
saludándome.
El rostro hecho pedazos,
arrojado.

¿Qué es esta pesadilla?

Un día, la historia nos dará la razón
y estaremos ahí, inamovibles
tras la trinchera.

I

Están todos aquí y nuestro corazón agradecido
/se arrodilla.
No acabamos
solo llegamos al principio,
llegamos a 43 y recomenzamos.
Aquí quedan sus nombres
titilando como grillos,
aquí queda nuestro corazón partido y repartido.

Selección de textos. Roberto Cifuentes

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