Jóvenes por la Transparencia

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Raúl del Valle
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A veces las personas imaginan recostarse sobre la arena de una playa completamente vacía, con toda su biodiversidad impoluta, sin rastro de haber sido corrompida por la mano de la humanidad. Con aguas cristalinas, todo tipo de animales y plantas alrededor, a plena disposición para el consumo, un sol radiante y todo el tiempo del mundo para relajarse y disfrutar la vida.

Ese tipo de entorno y paz es lo que suele llamarse “paraíso”, donde todo lo hay, todo se puede y reina la abundancia. Ya sea un oasis en el desierto, una isla paradisíaca, un castillo sobre las nubes, o un jardín lleno de rosas. El paraíso tiene múltiples formas de ser visto y, más allá de la forma física que pudiese tener, a un paraíso lo define la libertad.

Pero esto que acabo de mencionar no hace sentido cuando se menciona la figura perversa de un gángster ¿cierto?

Imagino que, derivado de las múltiples representaciones de la cultura popular, como las películas, música o videojuegos, tendrán algún concepto de lo que es un “gángster” y los “nobles” oficios a los que se dedica. “Gangster” es la forma de llamar al integrante de una pandilla por su traducción del inglés “gang”. Y lo más interesante del término es que no se apega a ningún tipo de estereotipo, un gángster puede ser un contrabandista inglés de Birmingham en 1920, un mafioso italiano de Nueva York en 1950, un narcotraficante colombiano en 1980, un marero de Latinoamérica en 1990, un terrorista transnacional en el 2000, un rector de facto en 2022 o un candidato a elecciones de Guatemala en 2023.

A título personal quisiera hacer especial énfasis en esa última figura, un gángster moderno, que tal vez no es precisamente la imagen más aterradora, suele vestirse bien, hablar medio decente y prometer el cielo, la luna y las estrellas. Promete todo con tal de llegar a sentarse en la silla que le permita disfrutar de las riquezas y libertades que ser electo alcalde, diputado o presidente le ofrece con impunidad esta bella nación de la eterna primavera.

La cruda realidad es que en eso se ha convertido Guatemala. Un paraíso en el que las personas trabajadoras y honestas tienen terminantemente prohibido disfrutar, mientras el usurpador, corrupto, servil y miserable lo tiene todo servido para vivir la vida más opulenta y grotesca. Por supuesto, a costilla de las personas trabajadoras y honestas.

Palacio Nacional es esa isla paradisíaca donde abunda la paz, el Congreso de la República un bello jardín donde florecen nuestras leyes, el Organismo Judicial un enorme castillo donde habita la justicia y la verdad. Aunque usted no lo crea, es posible ver a los poderes del Estado de esa manera. Lo que definitivamente no parece encajar en la pintura son ciertas personas que los integran, personas que manchan la belleza con su oscuridad.

La evolución de la humanidad no se reduce únicamente a la genética descrita por Darwin. Lamentablemente, también se manifiesta en la genética del criminal, haciendo sumamente complejo notar la maldad de una persona que pretende ser servidor público hasta que ya forma parte de las instituciones del Estado. En el presente se ha visto tanta mezcla entre mareros, narcotraficantes, empresarios corruptos y políticos incompetentes que prácticamente son lo mismo. El que da la cara es uno, pero son los otros actores tras bambalinas los que financian o mueven las fuerzas en favor del primero.

A pesar de todo, no es sano generalizar. No todo político es corrupto ni está aliado con los demás tipos de gángster que hemos mencionado. Aún hay personas honestas dispuestas a luchar en contra de estas mafias. Además, aun cuando estos gángsters están aliados y ostentan el poder, le tienen miedo y terror a la opinión pública, a la crítica y a que la gente honesta esté informada. Esto toma sentido cuando se ven evidenciados los mecanismos de represión que pretenden utilizar en contra de cualquier tipo de manifestación, publicación o comentario que sea en su contra por actuar mal.

Los gángsters guatemaltecos modernos pretenden censurar las manifestaciones públicas con balas, las redes sociales con leyes absurdas, pero no pueden censurar la humanidad que nos caracteriza. Por eso considero que una forma tanto honesta como poética de crítica y manifestación es la música. El rock, el rap y el hip hop han contado con grandes exponentes en contra del sistema, artistas que no han temido a la censura y han hecho cambiar la historia con sus letras.

Los gángsters y los guatemaltecos honestos no somos iguales. Ya no creemos en los falsos representantes de plataformas digitales, ni en sus doctorados de cremita de pastel, ni en sus historias de instagram regalando láminas y viajando en monorriel. Solo creemos en nuestro poder y en nuestra voz plasmada en el carbón de lápiz mientras corre por encima del papel.

Como canta Residente “Son gangsters de quinta que escriben menos que un bolígrafo sin tinta, cuando nos ven unirnos se descomponen, se ponen color blanco pálido como el cuello de las camisas que se ponen. Estos políticos de mentira se vuelven gallinas, cuando el pueblo soberano les impone disciplina, y más les vale que se preparen porque veremos rodar cabezas por la colina, les llegó su Revolución Francesa con la guillotina”.

A diferencia de Residente, esto no lo hago para divertirme.

Esto no es una pugna, esto se resuelve el próximo año en las urnas.

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