Claudia Virginia Samayoa

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Claudia Virginia Samayoa
@tucurclaux

*El 28 de noviembre inicia el debate de Virginia Laparra, hoy comparto el espacio de mis Cartas con Luisa Gamarro quien nos llama a participar*.

En la historia antigua y contemporánea de la civilización encontramos sendos textos y referencias dedicados a exaltar las grandes hazañas de hombres en la política, en la economía, el comercio, la guerra… sobre todo la guerra; en el cine, el arte, la poesía, la astronomía, en fin, en todos los ámbitos. Esto es una constante, no solo en países extranjeros, sino también en Guatemala, donde hemos exaltado figuras masculinas en todas las ramas.

Pero aquí viene la pregunta ¿dónde están las mujeres? Una pregunta que históricamente se ha respondido simplemente diciendo que están o estamos detrás de los hombres; lo que resulta simplista a la luz de los hechos de la realidad que a veces no son históricamente reconocidos o que son opacados por la visión androcentrista. La mujer no se ha colocado simplemente detrás del hombre, sino que ha sido una piedra angular donde éste se ha sostenido, ha sido el asidero al lado del hombre donde él se asegura y, en muchas ocasiones, ha sido propiamente el parteaguas para revolucionar el mundo.

Así pues, este artículo debe leerse sin malentenderse como un ataque o menosprecio al hombre pero para remarcar como algunas mujeres son insignia en el desarrollo de la humanidad, aunque así no sean reconocidas. Por ejemplo, a Marie Curie, quien, a pesar de haber descubierto el polonio y el radio, sin lo cual no gozaríamos del privilegio de las radiografías como procedimiento médico; no fue en primera instancia considerada para ostentar el galardón del premio nobel de física por el hecho de ser mujer. O el caso de Malala Yousafzai, que fue objeto de la ira talibán solamente por luchar por la educación femenina en Pakistán; o el de Rosa Parks, que fue criminalizada simplemente por exigir el respeto de los derechos humanos de las personas de color en Estados Unidos.

Es que la historia de la lucha del reconocimiento de los derechos femeninos ha sido férrea y, lamentablemente, no es algo ajeno a nuestros ojos, aunque queramos cerrarlos a la verdad; porque ¿acaso aquí en Guatemala no se niegan merecidos reconocimientos, no se criminaliza e incluso se ataca lo que no se adhiere al plan maestro diseñado por los ilustres políticos?

¿Y si tomamos un ejemplo de verdad materializable ante nuestros ojos? Como lo es el de Virginia Laparra; una mujer criminalizada y cuyos derechos humanos han sido ampliamente mancillados por el Estado, simplemente por hacer lo que debía de hacer, su trabajo. ¿Acaso no correspondía a las funciones de su cargo perseguir los casos de corrupción y demás delitos de cuello blanco que están determinados en nuestro ordenamiento penal? ¿Acaso, no como titular del Ministerio Público y más aún, de una fiscalía especializada, no correspondía exigir el cumplimiento de la ley penal y perseguir la sanción de los responsables de estos hechos? ¿Acaso, más allá de un deber laboral, no era también un deber moral, perseguir estos deleznables delitos que tanto daño nos han hecho como población?

¿Por qué entonces, hay un ensañamiento tan grande contra una persona que hizo lo que debía legal y moralmente? ¿Por qué en lugar de reconocerle esa lucha que ha costado sangre, sudor y lágrimas, se le opaca con insulsas acusaciones? ¿Por qué como población dejamos que la ira del Estado caiga sobre ella sin levantarnos también en su defensa?; y ¿Por qué es el Estado mismo quien la criminaliza tan abierta y descaradamente, violándole hasta los derechos humanos más básicos?

Y es así como Marie Curie, Malala Yousafzai y Rosa Parks, Virginia Laparra ha luchado contra corriente, a costa de su vida, su salud y su familia, por no abundar más, no solo para hacer lo que debía; sino para luchar contra las consecuencias de eso. Claro, que no solo por ser mujer se le amedrenta, pero esta es una condición que se suma a las repercusiones de su deseo por luchar contra ese flagelo interminable que nos carcome y que se llama corrupción.

Esa corrupción, que nos tiene pobres e ignorantes, que nos quita oportunidades laborales y buena infraestructura, que mata de enfermedad a nuestros niños, que tiene como esclavos a nuestros hombres campesinos, que nos roba la electricidad para venderla a otros países, que explota nuestros recursos naturales para llenar los bolsillos de otros; es la misma corrupción que tiene a Virginia Laparra, criminalizada, violentada en sus derechos y dejada de lado en una celda.

Pensemos un momento en esa dicotomía que provoca la corrupción y que separa “buenos” de “malos”; y veamos una comparación tan simple, como risible; como lo es que a Manuel Baldizón, personaje del que su trayectoria es ampliamente conocida, que es señalado directa o veladamente de tantas acciones delictivas además de los actos de corrupción y que es beneficiado con arresto domiciliario; mientras que Virginia Laparra, profesional intachable cuya trayectoria también es ampliamente conocida, que nunca intentó siquiera huir de cualquier señalamiento y que con fundamentos legales dudosos es dejada en prisión preventiva cual delincuente. ¿Dónde queda entonces el principio de inocencia aquí? ¿Dónde queda la Procuraduría de los Derechos Humanos?; y, ¿Dónde queda la función de la Oficina Nacional de Prevención de la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes?

Esto, nos ha de dejar pensando si como sociedad, vamos a dejar simplemente que, a semejanza de los casos de Marie Curie, Malala Yousafzai y Rosa Parks; vamos a quedarnos como espectadores, para ver las vejaciones de las que Virginia Laparra ha sido objeto, o vamos a levantarnos y a unirnos en esa lucha que es nuestra lucha, porque cuando un Estado se ensaña contra un ciudadano, deberíamos pensar que podríamos ser los siguientes en la lista, cuando no estemos alineados al mal.

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