De dónde estábamos: La Guatemala de los sesenta
Para la década de los sesenta, Guatemala estaba aún lejos de haber emprendido una marcha segura hacia su modernidad. Se nos conocía aún bajo el dejo de República Bananera y los altos organismos mundiales, nos calificaban de un desarrollo con procedimientos primitivos en producción, salud, educación y juzgaban a las élites nacionales, de mantener un país con “actitud tradicional que se contenta y solo le interesa una renta inmediata”. E igualmente llamaban la atención, sobre los violentos contrastes socio-económicos que se observaban a lo largo y ancho del país. Por ejemplo, comparaban la prosperidad de las exportaciones de café, con la pobreza de la agricultura de consumo interno. En otras áreas sociales y económicas otro tanto sucedía: atrasos en todo sentido. Ausencia de políticas gubernamentales de desarrollo.
De tal manera que podríamos decir, que nuestra generación joven de aquella época, era producto de una sociedad llena de aspectos contradictorios entrelazados, para producir lo más diverso en modos y estilos de vida, a tal punto que Robert Triffin, renombrado economista mundial resumió la situación de Guatemala en: “un gobierno rico en un país pobre”.
Y así que cuando los jóvenes futuros médicos, apenas acechábamos las tierras de los saberes universitarios, allá por 1965, Guatemala era un país de 4.5 millones de habitantes viviendo en 22 departamentos y 325 municipios. Para cuando nos graduamos de médicos, allá por el 72, los habitantes éramos ya 5.5 millones de gentes y actualmente somos poco más de 17.5. Dentro de esa población, el 70% de las mujeres no tenía ningún nivel de educación y más de la mitad era analfabeta; ahora la situación es al revés. La mortalidad infantil, superaba el 100 por mil nacidos vivos, y para cuando nos graduamos, la proporción andaba por 90 por mil nacidos vivos y actualmente 10.5. La probabilidad de morir en la niñez era de por encima de 170 y al graduarnos de 150; ahora anda por los 20 de mil nacidos vivos. La esperanza de vida al nacer, ni en hombres ni en mujeres superaba los cincuenta años; ahora ambos superan los setenta. En el año 2020 murieron en Guatemala casi 85,000 personas, en 1964 alrededor de 77,000; eso significa en la actualidad una tasa bruta de 5% y antes de casi 19 %. En los últimos 30 años, hemos visto pasar nuestra patria de un índice de desarrollo humano de 0.48 a 0.66. No todos los países lucharon por mejorar con las mismas armas, pero obtuvimos resultados parecidos. En nuestro caso, aun ronda en el ambiente la pregunta de cómo viviendo en medio de un estancamiento de las actividades sociales y económicas y alto nivel de pobreza y extrema pobreza muchos, se lograron esos avances arriba señalados.
Ahora, luego de cincuenta años de practicar la medicina, la promoción del 72 de la USAC, nos sentimos a más de orgullosos de ello, dejar constancia de lo que hicimos, aunque también de lo que sufrimos y que indudablemente contribuyó a esas mejoras mencionadas y bajo tal panorama, empezamos la narración de nuestras vivencias profesionales.
Primer ciclo: Los estudios generales
Aquella fría mañana de enero de 1965, unos con más y otros con menos ataque de nervios, miles de jóvenes atraídos por alguna profesión, ingresamos por primera vez a los recintos universitarios de la tricentenaria Universidad de San Carlos de Guatemala, que en esos momentos vivía una agitada atmósfera reformista académica, que estableció un año antes, los estudios generales obligatorios para cualquier carrera Universitaria y que ya para entonces, eran injustamente atacados más por motivos políticos e ideológicos, que científicos y académicos.
Las universidades de América se habían venido enfrentando en sus últimas décadas, con la necesidad de modernizar su organización y enseñanza en el nivel de la educación básica. Los estudios generales -llamados por nosotros Básicos- representaban una de las estrategias de la reforma. Las justificaciones y razones para implementar estos estudios, eran muchas y variadas. Abarcaban desde consideraciones estrictamente filosóficas, hasta requerimientos apremiantes de las circunstancias prácticas políticas y sociales que vivían las naciones Latinoamericanas. Los defensores de los nuevos planes, afirmaban que el alumno es ante todo un ser humano capaz de un desarrollo espiritual y se le debe conducir al disfrute a plenitud de facultades armónicamente cultivadas. Sostenían y añadían, que era preciso ofrecer al estudiante universitario que se iniciaba, la oportunidad de alcanzar una madurez mental y emocional, que difícilmente había adquirido al concluir los estudios secundarios. Era entonces el ingreso a la universidad, la ocasión de resolver con mayores elementos de juicio, la elección de carrera y de proporcionarle al estudiante, el entrenamiento efectivo en los métodos de crítica estudio y trabajo experimental, que requieren las tareas universitarias
Así que teniendo como preámbulo una lección inaugural, desde el primer día nos dimos cuenta que era un nuevo mundo el que teníamos enfrente. El director de estudios generales, en su lección inaugural del ciclo académico 65 fue claro: El ser humano, es un proceso jerárquico de creaciones materiales y humanas. Las complejidades de una sociedad, son manifestaciones de una espíritu y alma, que no termina de formarse. Cada componente del ser humano, tiene una estructura básica: en lo físico es el átomo; en la química el enlace y sus relaciones; en la biología la célula y así sucesivamente hasta llegar a la mente y el espíritu. Todo profesional –nos dijo, debe entender que ese es el sustrato, sobre el que descansa toda su actividad; todo comandado dentro de códigos: uno llamado genético y otro llamado social y sobre ello, ustedes aprenderán y recibirán metodologías para echar a funcionar toda esa maquinaria y se les proporcionará la energía para ello, perfeccionándoles su lenguaje matemático, idiomático y filosófico.
A partir de aquel momento y durante dos años, alrededor de 500 estudiantes con ansias de ser médicos, bogamos por los mares de las ciencias básicas y al final, solo unos ochenta llegamos a la meta, de los cuales alrededor de setenta seríamos la promoción del 72. Nos fue más tarde evidente, que fuimos entonces adquiriendo madurez de juicio, enriquecimiento espiritual y capacitación metodológica, a través de disciplinas organizadas en tres círculos: 1º el de ciencias naturales: física química y biología; el 2º el de ciencias sociales: literatura, cultura historia y un 3º círculo que podríamos llamar de lenguajes: matemáticas, idioma y filosofía. La conjunción de esos círculos dentro de nuestra estructura mental, nos proporcionó las ideas capitales del mundo de la ciencia, una panorámica de la vida nacional y mejores formas de expresión.
Al final de esos dos años de estudio, poco a poco nos fuimos percatando –algunos si otros no- que lo que estudiábamos, nos iba dando una visión más de nosotros en todas sus magnitudes, sus medios, sus fines y su historia. Que estábamos teniendo elementos más sólidos para entender mejor al hombre y su medio -no de forma parcial cómo se percibe desde una carrera Universitaria específica- sino desde una forma jerárquica y sistemática, multidisciplinaria y para ello, contábamos con profesores como extraordinarios guía.
¿Qué pasó con los estudios básicos? fueron liquidados en el 67, recayendo de nuevo en cada Facultad, la formación académica de sus estudiantes.
¿Que éramos? ¿qué representaba para aquella generación de recién salidos de una adolescencia turbulenta y tan contradictoria de los sesenta, ser universitario? Nada mejor para resumir nuestro pensamiento que el discurso de un estudiante nicaragüense, delegado ante el II congreso universitario Centroamericano efectuado en San Salvador en el 68, que delinea muy bien las inquietudes del estudiante universitario de aquel entonces; trascribo partes del mismo y cito.
Se habla de improvisación, de falta de madurez de los estudiantes. Se intenta paternalmente decir:
- “esperen un poco, ya vendrán ustedes por aquí, nosotros hemos sido como ustedes: inquietos, pero ahora tenemos ya más experiencia, sabemos más, ¡cálmense! ya les llegará su turno”.
Pero los estudiantes revolucionarios no escuchamos cantos de sirena, no queremos “esa” voz de “esa” experiencia. ¡El estudiante de hoy es un hombre! con pies bien firmes sobre la Tierra, culto, no en el sentido de ser modosito, muy cortés y pulido, ¡no! culto, en el sentido de que sabe claramente a dónde va esta humanidad hambrienta, escarnecida y explotada; culto en el sentido de que sabe bien quiénes gobiernan mal esta sociedad y son los responsables intelectuales de ese desgobierno; cultos en el sentido de que estamos al compás de los tiempos que corren y que sabemos que a pesar de todo, el futuro de la humanidad será luminoso.
Y al hablar sobre lo malo que hace el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), rector de las reformas universitarias de la región, en el tema de los estudios generales señala:
“Dice el informe del CSUCA que este programa ha funcionado en forma satisfactoria, pero ya en las reuniones de la comisión, hemos visto que existen distintos conceptos de lo que se entiende por estudios generales y distintas maneras de ejecutar el programa, siendo el resultado de esto, lo que ha sucedido en la Universidad de Guatemala, en donde los estudiantes encabezaron la lucha para su supresión”.
Y párrafos más adelante concreta:
Resumiendo, al final con estas palabras:
“Todo lo que hemos dicho señores, tiene su explicación: RIGIDEZ, ORTODOXIA, CERRAZÓN. Hacen un plan, que no era plan, y se mueven sin mucho concierto, por nuestra sufrida Centroamérica y cuando al fin se hace algo de importancia -se trata del convenio CSUCA/ROCAP- sobre esto emitimos opinión los estudiantes y no nos equivocamos, es la avanzada del proceso de colonización de formación cultural. Tras los profesores invitados, casi se adivinan “los marines y el nopal, los gases tóxicos” pero cuando eso llegue los estudiantes juntamente con su pueblo cubriremos a Centroamérica con nuestros corazones. Estas luchas que hoy damos en congresos como este, pueden ser en el fondo la lucha por la vida de nuestros seres queridos, por la salvación de los explotados, por nuestros hermanos obreros y campesinos; estos señores, no son declaraciones de salón.
Y finalizando aquel memorable discurso, con una autodefinición:
“Acuérdense caballeros que no se quiso reconocer, que en la Universidad Nanterre, en Francia, se estaba gestando algo más que un simple motín de estudiantes. En realidad, la juventud está en marcha, la juventud está irritada; escapa de sus cuadros naturales, rechaza sistemas escleróticos y fronteras, buscando una nueva solidaridad. No sé contentan ya los jóvenes con la minifalda, la melena masculina y el ruido. No se trata de ir por el camino de la droga o el libertinaje sexual. Que nadie se llame a engaño, de lo contrario, un día el ciclo se puede poner en marcha y entonces será tarde ya, hasta para negociar.
Nos acusan por todo esto de subversión ¡es cierto!, somos culpables de eso y más, pues subvertir es simplemente cambiar el orden de los valores establecidos. Y es que hay casos en que es peligroso escuchar llamados al orden; sino veamos este cuento de Mark Twain:
Un conato de incendio está allá en un teatro y el primer actor se dirige al público:
- ¡calma! ¡calma! si todo el mundo se precipita habrá más víctimas, que nadie se mueva de sus sitios hasta que los bomberos apaguen el fuego.
El público aceptó esa sana exhortación al inmovilismo y todos perecieron abrazados en el incendio.
Nosotros no estamos dispuestos a que nos pase lo mismo. Se está jugando con cuestiones peligrosas y los componentes son: un poco de tontería y otro de pánico. Pero los estudiantes estamos dispuestos a combatir con todo lo que tengamos a mano, cueste lo que cueste. Hace ya 10 años, alguien daba aquí en este recinto (Ciudad universitaria de San Salvador) una clarinada y decía textualmente: el oficio universitario nuestro es cada vez más exigente y lleno de responsabilidades…Sí las universidades no asumen el papel de formar a los jóvenes que han de encabezar las empresas que han de orientar a las masas en el ejercicio democrático, que han de salvar en el agro a millones de campesinos, que han de organizar los sindicatos y dar una doctrina nuestra y dar una nota nuestra con raíces auténtica… si las universidades, digo, no cumplen con la misión de formar los cuadros de la vida nacional, otros lo harán, porque la avalancha viene indefectiblemente. Lo harán extranjeros con intenciones de explotación, como lo han hecho siempre, y volveremos a ser colonizados, sin haber salido del todo de la vieja Colonia, sin alcanzar nunca la segunda independencia.
Finalmente, aquel estudiante sin identificación en el texto, solicitó la reestructuración del CSUCA.
El contenido de los párrafos anteriores, expone con claridad y evidencia el pensamiento en parte, de aquella juventud de los sesenta, ante los cambios del paradigma de enseñanza que estaban en marcha.
¿Que nos dejó la aventura por los estudios generales, a la promoción 72?
Muchas veces durante nuestra vida profesional, retomamos el tema de los estudios generales y aun a la fecha lo hacemos. Pero hay una reflexión que sobresale y es de enseñanza general. Era evidente que los distintos estudiantes, hacíamos diversas definiciones de los objetivos de la universidad y de lo que pretendía sacarnos y entregarnos y por tanto, producíamos concepciones y entendimientos al respecto, que solían y suelen tener, muchos puntos de coincidencia y algunas divergencias, más que nada de método. Pero de algo todos estábamos seguros cuando terminamos los estudios generales: estábamos seguros y coincidíamos en decir que las actividades académicas a que fuimos sometidos, ya fueran de orden docente, de investigación, nos habían de una u otra manera orientado, hacia nuevas visiones sobre la conservación de la humanidad y de su patrimonio material y cultural y hacia su progreso y mejoramiento. Hacia lo que queríamos y esperábamos de nuestros estudios futuros.
Luego de dos años de estudios universitarios, éramos igualmente conscientes, qué la universidad estaba confrontando riesgos, que amenazaban con desviar sus más fundamentales principios. De que en el mundo entero y en el nuestro, habían ocurrido desarrollos tecnológicos y sobre todo científicos, que tendrían en el futuro una tremenda influencia sobre nuestras actividades y la forma de vida del hombre y de la sociedad de las instituciones y de las Naciones. Estaban y habían ocurrido ya cambios trascendentales, tanto en las ciencias naturales y las ciencias sociales, como en la aplicación de ellas. Esos avances científicos, repercutirían sobre cada actividad humana nimia o importante que hiciéramos en aprendizaje, docencia y servicios que prestaríamos en el futuro, y determinaría nuestra forma de contribuir al desarrollo de actividades intelectuales, pero también al desarrollo técnico y científico y la atención al individuo y la comunidad.
Nos era evidente que nuestra universidad tenía acumulado -y continúa acumulando- enormes recursos intelectuales y que, en potencia, se había convertido naturalmente en un centro capaz de modificar, mediante la investigación, con mucha rapidez, el conocimiento científico y sus aplicaciones en los problemas nacionales, más que ninguna otra institución. Además, estimábamos que contaba con la capacidad para producir los profesionales necesarios a la solución de cualquier problema agrícola, Industrial, médico, sociológico y era capaz de producir en pocos meses, cambios sustanciales en la forma de hacer las cosas nacionales. Al reorientar nuestros pensamientos y reacciones dentro de ese marco de la capacidad de nuestra alma mater, nosotros nos veíamos sujetos con capacidad bien usada, que podríamos servir para promover progresos en el desenvolvimiento de las personas y de la Nación. Esa llama de esperanza, encaminó un enero del 67 nuestros pasos, hacia el recinto de la facultad de medicina llamado Paraninfo universitario.