Danilo Santos
El proceso electoral se deja sentir cada vez con más fuerza, los liderazgos viejos y rancios salen maquillados con nuevas tecnologías, pero se ven y huelen a lo mismo de siempre, de lo que hay y ha habido en el gobierno. Se valen desde presumir sus bienes materiales, helicópteros, avionetas, fincas y vacas, salen dándose baños de pueblo, pero no pueden disimular ni esconder su vocación de patrones. Hablan de los problemas nacionales que ellos mismos han creado y dan soluciones que no fueron capaces de ejecutar en su momento porque en realidad no les interesa el país. Los viejos liderazgos mudan de partido o crean nuevos vehículos, saltan a escena personajes fallidos, derrotados o simplemente ávidos de poder y control. No es difícil seguir su traza y darnos cuenta quiénes son, de dónde vienen y qué es lo que quieren.
Guatemala ha estado gobernada por las mismas cúpulas y élites, prácticamente durante doscientos años, y de 1986 para acá, no es la excepción. Si hacemos un análisis somero, desde hace 36 años, la dizque era democrática, ha estado dominada por gobiernos de derecha, a lo sumo, ha habido alguno de centro derecha. El presente del país, además de estar cimentado en el par de siglos de dominio criollo y elitista, tiene su origen en gran medida en estas últimas décadas. Basta ver cómo desde Otto Pérez hasta el actual presidente Giammattei, se han dedicado a volver al pasado, es decir, al dominio abusivo de la ciudadanía, recurriendo a las amenazas, la persecución y el miedo en suma. Nos quieren sumisos y callados. Tanto Jimmy Morales como Alejandro Giammattei se dedicaron a desmantelar la institucionalidad de derechos humanos o a vulnerarla, dando un claro mensaje de lo que son y quieren para el país: nada que tenga que ver con justicia, nada que cuestione sus desmanes, es decir, impunidad total. Y esta impunidad total es la marca registrada de la política vieja y rancia. Han destruido todo lo que nos podía llevar a un futuro civilizado, a un Estado de Derecho. Ahora tienen nuevamente un Estado de ultraderecha, violento y abusivo.
Para que el país de un giro hacia un futuro distinto, es necesario pasar la página de partidos viejos y refritados, de liderazgos conocidos, probados en su desapego de la población, especialmente de la pobre, campesina e indígena, incluso, del empresariado honrado. Para sacar adelante al país, es impostergable invertir en honradez, en las necesidades sentidas de la población, en lo rural, en progreso y no solo en desarrollo. Es necesario dejar de ver al grueso de la población como mano de obra barata desprovista de sueños y dignidad. Hay que buscar un rumbo distinto, donde cambiar de modelo económico nos lleve a agregar valor a lo que producimos, a eliminar de una vez por todas el hambre, a llevar de la mano el desarrollo y el progreso.
Pensar a Guatemala más allá de las elecciones nos puede ayudar a no caer en la trampa que nos tienden los mismos de siempre.