Jóvenes por la Transparencia

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Guillermo Melara Fuentes
Estudiante de Comercio y RRII, con interés en el conocimiento y el potencial humano
lg.melarafuentes@gmail.com
FB/Instagram: Guillermo Melara

El bono demográfico en Guatemala empezó en 2015. Durante los próximos 20 años, y en específico para el 2032, ya habremos presenciado la reversión de la pirámide poblacional –más población joven en edad laboral o productiva que otras poblaciones– (Fundesa 2016). Posiblemente, sea la última oportunidad que tengamos para disipar el “incendio forestal” que nos ha azotado por siglos.

Esto es: fuego de ignorancia, miedo e indiferencia. Lo forestal y los árboles aquí se dejarán para después.

Todo comienza un 15 de septiembre de 1821, o quizás es lo que nos enseñaron de pequeños –si es que lo hicieron–. En esa fecha se fundó «La República de Guatemala», hogar de la eterna primavera, en la que únicamente hay dos estaciones… ¡Pero hey! ¿No éramos la capital provida? ¿O es que el corazón del mundo maya no fue suficiente para algunos? Esencialmente, somos un país megadiverso, no únicamente por ser uno de los ocho países con el 70% de la biodiversidad del mundo, también somos ricos en idiomas, etnias y culturas (Banco Mundial 2021).

No obstante, visto desde cualquier perspectiva, todos los que aquí habitamos tenemos algo en común, aunque no lo sepamos. Esto es que: ¡todos queremos otro bono! El bono del que aquí me refiero no es aquel que empezó como campaña por el que #NoLeTocaba… Que, irónicamente, regresó hace poco como propuesta del actual Congreso.

De regreso al incendio forestal por el que todo empezó, es preciso entender en qué consiste este, pues no hace mucho celebrábamos su bicentenario.

Esto no significa que no tengamos historia, aunque debemos empezar reconociendo las distorsiones. Qué tragedia, ¿no? Para algunos esto fue lo que pasó: nuestros padres lucharon un día, encendidos en patrio ardimiento… Quisiera saber el nombre de esa batalla, ¿o es que esa también fue solo para algunos? La pregunta que nos corresponde plantearnos no es cómo apagaremos el incendio, ya habrá tiempo para eso.

Más de 200 años y dos revoluciones han pasado para seguir pensando que todo se resuelve quemando buses y llamando a la violencia colectiva.

Dicho esto, lo vital aquí es saber si estamos dispuestos a ser parte de esa generación de árboles nuevos (aquí lo retomo), que oxigenarán nuestro ecosistema.

Árboles que de raíz sostengan nuestras tierras y se permitan florecer en bosques de desarrollo. Sin embargo, antes de pensar en un desarrollo —como en todo— debemos repensar nuestro origen y posteriormente el proceso o plan a seguir. Para ilustrar esto, utilizaré una analogía organicista, para ejemplificar lo que para mí es ser un ciudadano chapín o como prefiero, sin aludir a algo específico… al buen chapín. En primer lugar, debemos saber que el término Guatemala proviene del náhuatl Cuautimalán y que, según el cronista guatemalteco Miguel Álvarez, significa lugar o tierra donde hay muchos árboles.

En este sentido, propongo que imaginemos nuestro progreso (humano) y desarrollo (social) chapín con el de un árbol. Su respiración es nuestra respiración…

Donde:

A: Autoestima, que llama a aceptar(nos) y a nuestra patria

R: Realidad, que motiva a reconocer(nos) y a nuestros antepasados

B: Bienestar, es lo que encontramos buscando el buen vivir

O: Oportunidades, que nacen optimizando nuestros recursos (humanos)

L: Logros, logrando juntos proyectar un futuro.

Nunca nada se ha logrado sino es por el común acuerdo de mentes, cuerpos y corazones (metahumanos) dispuestos a progresar.

De igual manera, ningún fruto ni bosque se ha desarrollado sino es por raíces fuertes y conectadas. Si bien es cierto que empieza por cada “árbol”, el proceso debe extenderse hacia los demás.

No importando si es frutal, palmera o forestal; ideología, etnia o edad, debemos aprovechar el próximo bono –ahora sí– demográfico. Quedándote ahora solo con quién eres, sabiendo de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Te toca a ti decidir si aprovechar o no el bono…

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