Aparicio López de León
20 años, guatemalteco, estudiante, apasionado del derecho, positivo, idealista, soñador.
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Este es un cuento popular anónimo que narra una pequeña historia. “Érase una vez un rey muy poderoso llamado Federico. El rey tenía un palacio en el campo para pasar el verano. En su palacio se celebraban grandes fiestas y conciertos musicales. En los bosques vecinos se organizaban grandes cacerías, a las que acudían príncipes, nobles, artistas, músicos y filósofos.
Pero había un molinero que tenía su molino muy cerca del palacio. En cuanto se levantaba un poco de viento, el ruido de sus aspas molestaba al rey y a sus invitados. También había quejas porque decían que el molino molestaba la vista de los paisajes desde el palacio y ahuyentaba la caza. Un día el rey Federico ordenó que trajeran al molinero a su presencia. «Tu molino es una molestia para el palacio», le dijo. «Estoy dispuesto a comprártelo». Pero el molinero se negó a vender el molino. Entonces el rey le inquirió: «¿sabes que si quiero puedo destruir tu molino sin tener que pagarte un solo céntimo?». Asustado, el molinero respondió: «Eso sería una grave injusticia, su majestad». Entonces el rey, señalando con el dedo hacia donde se encontraba la capital de su reino, le dijo: «para eso hay jueces en Berlín». El molinero planteó el caso ante el Tribunal de Berlín, que dictó una sentencia favorable a sus pretensiones.
El rey Federico, que había comenzado la destrucción del molino, acató la sentencia, paró al momento la demolición e indemnizó adecuadamente al molinero por todos los daños que le había causado.
Este cuento, que nació originalmente en Alemania, se ha esparcido por el mundo y se lo considera el primer exponente de la sujeción del poder al control de los tribunales. Este ha perdurado en la tradición oral, a pesar de las distancias y del tiempo, porque representa un ejemplo importante del papel de las cortes para el desarrollo de las personas y de la democracia.
Pone sobre la mesa el papel tan importante que tienen los jueces para una democracia cuando se comete una injusticia, pone también el ideal que los ciudadanos pueden encontrar en el poder judicial la protección de sus libertades y que este responderá con la imparcialidad rigurosa de sus funcionarios con el fin de proporcionar una resolución correcta y justa, pero también dentro de un plazo razonable; el cuento señala que el rey había empezado la destrucción del molino, y que se detuvo al tener el fallo, ¿Se imaginan si el tribunal hubiera tardado años en resolver? Quién sabe qué sería del molino y del molinero.
No solo tenemos que tomar en cuenta la independencia de un juez del presidente, debemos cuestionarnos qué tan independiente es de las asociaciones empresariales, de las organizaciones de la sociedad civil o de las organizaciones de crimen organizado. Un juez debe presentar fallos apegados al derecho independiente de las partes involucradas o de cualquier tercero que pueda tener interés en el proceso, no debe temer emitir juicios justos.
En la búsqueda de la justicia no importa si eres un molinero rural o el mismísimo rey; se respeta el principio que dicta que todos los hombres son iguales ante la ley. La justicia es igual para todos y, por tanto, si todos son iguales, nadie es superior a la ley, ni el molinero, ni el rey y en consecuencia tampoco los jueces.
Es de reconocer también en esta historia el papel del rey, que, si bien comienza la destrucción del molino, acata sin objeción la resolución de los jueces. Él reconoce que la resolución es una resolución justa, que se da en cumplimiento estricto de la independencia de los organismos de poder y aun siendo el rey, la acata de manera inmediata.
Los jueces de Berlín no representan para nosotros algo literal, son un ideal de la búsqueda de la justicia. Un ideal que debe estar presente para construir el país que soñamos. Y aunque esta historia no nació en nuestro país, es un referente de cómo funciona la justicia y nos permite tener un rumbo: un ejemplo claro de que la independencia judicial es posible.
Este cuento otorga la seguridad de que cualquier molinero o rey puede presentar sus pretensiones ante las cortes y la justicia fallará a favor de quien corresponda, sin importar puesto, nombre, trabajo o papel en la sociedad. Es un medio para fortalecer la democracia, para garantizar un juego justo y un desarrollo basado en los méritos, otorga plena fe en los procesos y la tranquilidad de que la justicia llegará, imparcial y libre, porque de lo contrario no sería justicia.