Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

En 1991, en el contexto del derrumbe soviético, James Baker, a la sazón Secretario de Estado de EUA, le prometió a Mijail Gorbachov que la OTAN no se movería ni una pulgada hacia el este por lo que la renacida Rusia tendría su seguridad garantizada. Por supuesto esto resultó ser una mentira, pues a partir de 1997, 14 países de Europa oriental (los ex países socialistas y algunas de las antiguas repúblicas soviéticas) se integraron a la OTAN. EUA tiene alrededor de 800 bases y centros de actividad militar en todo el mundo. En América Latina éstos ascienden a 76 y son 29 los verdaderamente importantes teniendo sus centros en Panamá, Colombia y Perú aparte del enclave que tiene en Guantánamo.  Además tiene 29 bases militares en Europa occidental y oriental, oriente medio, Japón y Corea del Sur. Hoy Rusia ha invadido Ucrania, porque el gobierno de este país animado por Washington, quiere culminar el cerco que dicha alianza militar ha tendido a Rusia desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro.

La narrativa de la derecha neoliberal auspiciada por los países de la OTAN, nos pintan a Ucrania como un desvalido país que es invadido por una potencia dirigida por un diabólico gobernante que quiere reconstruir a la Unión Soviética. En realidad, la Casa Blanca ha alentado a los gobernantes rusofóbicos, anticomunistas y filofascistas que instaló con el golpe de Estado de 2014 a integrarse a la OTAN.  Con ello se podrían instalar misiles nucleares que alcanzarían a Minsk (Bielorrusia) y a Moscú en cinco minutos.

La tragedia que ha empezado a vivir Ucrania a partir del 24 de febrero, tiene derechos de autor: Washington y su agenda imperialista. En efecto, hay una razón de Estado imperial en el haber alentado a Ucrania a traspasar la «línea roja» que Putin declaró intolerable de ser traspasada.  Estados Unidos busca contener su decadencia con su pretensión de debilitar a su rival militar más poderoso y con ello debilitar a su aliado, su rival económico más poderoso, China. Pero también hay una razón de gobierno, en un año electoral, como siempre, un gobernante mediocre trata de agitar al demonio externo para fortalecer a un cada vez más debilitado e impopular gobierno.

EUA no propició que Volodimir Zelensky aceptara la condición de Rusia para no invadir a Ucrania: ser un país neutral y renunciar a la OTAN. A menos que decidan extinguir a la humanidad, EUA y la OTAN no están en condiciones de llegar hasta el final en una confrontación militar con Rusia. Esta tiene un mayor arsenal nuclear y misiles hipersónicos (cinco veces la velocidad del sonido) que no tiene la OTAN. Pero la agenda de Washington tiene también otro objetivo: romper la eventual codependencia entre Rusia y Alemania con el suministro de gas. Lo está logrando: fue suspendido el inicio de operaciones del Nord Stream 2, gasoducto que atraviesa el Mar Báltico y que fue terminado en septiembre pasado.

El desenlace para Ucrania es patético: Occidente parte del criterio que los muertos de la guerra los deben poner los ucranianos; su territorio ha sido invadido; Putin está propiciando un golpe de Estado y ha reconocido como repúblicas independientes a Donietz y Luhantz. Zelensky ha pronunciado un mensaje dramático: «Ucrania ha sido abandonada y sus aliados tienen miedo».  Con un gran costo político y económico, en medio de un alud de fakenews y cerco informativo, Putin parece hasta ahora estar ganando la partida.

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