Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Desde la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética eran aliados para combatir a Alemania y el llamado Eje, la humanidad ha vivido diferente clase de conflictos de regular o mediana intensidad pero nunca había atestiguado un enfrentamiento directo entre Rusia y Estados Unidos como el que ahora se perfila y que parece superar cualquier evento de esa Guerra Fría que mantuvieron por décadas los soviéticos y los norteamericanos en su disputa por la hegemonía mundial para imponer a otras naciones su ideología y estilo de vida.

En aquellos tiempos, sin embargo, a pesar de las profundas diferencias ideológicas, los líderes de las dos potencias evitaron el enfrentamiento armado directo por la enorme disuasión que significaba el riesgo de llevar a la humanidad a una guerra nuclear sin precedentes y por ello sus disputas se lidiaban en conflictos de baja intensidad. Recordamos la guerra de Corea, que enfrentaba a la dividida península por el tema del comunismo y anticomunismo y aunque Estados Unidos intervino, como luego lo haría en Viet Nam, no llegó nunca a producirse un choque directo ni con la URSS ni con la China Comunista a pesar de los directos intereses que existían, como no ocurrió nada con Cuba a pesar de la crisis de los misiles.

En este siglo hemos vivido las tensiones del Oriente Medio producto del terrorismo que cobró fuerza en la tierra del Islam y de esa cuenta se produjeron guerras que cobraron muchas vidas y que, justo es decirlo, enriquecieron no sólo a los fabricantes de armas sino también a la nueva industria de mercenarios que a partir de las invasiones a Irak se constituyeron en fuerzas paramilitares importantes vinculadas a personajes de la alta política norteamericana.

Mientras Estados Unidos libraba sus guerras en Irak, Afganistán y parte de Irán, Rusia ya controlada por Putin, se propuso minar a su principal enemigo y logró penetrar el sistema electoral norteamericano para convertirse en factor indiscutible de la elección de un Donald Trump que se haría de la vista gorda de las acciones imperialistas de Rusia para reconstruir lo que fue la antigua URSS. Trump nunca objetó ninguna acción de Putin, a quien trataba con enorme respeto y agradecimiento (para encubrir el temor) y lo dejó actuar a sus anchas no sólo expandiendo su poder territorial sino usando a las redes sociales para minar seriamente la institucionalidad de Estados Unidos, país que ahora, en plena guerra, se prepara para recibir a una caravana de adversarios del presidente Biden que, repitiendo lo de Enero 6 y los incidentes recientes en Canadá, irán a “protestar” contra políticas que “limitan libertades” como la de vacunación y el uso de mascarillas.

Putin, experto de la KGB, se ocupó buen tiempo en minar la institucionalidad y la unión del pueblo norteamericano, construyéndoles un frente interno que dirige astutamente el mismo Donald Trump, a quien su país y el mundo le valen gorro porque él solo piensa en el derecho de su nariz.

La mayor debilidad de EE. UU., a la que apuesta Putin, es esa creación de un frente interno que le hará la vida imposible a Biden y en realidad solo Dios sabe que le depara a la humanidad con este nuevo giro del viejo enfrentamiento Este-Oeste.

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