Hugo Gordillo
Escritor

Como integrante de la Triple Entente, Francia gana la Primera Guerra Mundial. A pesar de salir del conflicto con millón y medio de muertos y cientos de miles de mutilados, crece industrial y comercialmente. Tanto que uno de sus presidentes le denomina “la isla feliz”. Una isla a la que migran tres millones de personas en el período de entreguerras. En ese contexto, el poeta disidente dadaísta André Breton y otros escritores publican el Primer Manifiesto Surrealista (1924) en el que plantean un automatismo síquico irracional para expresar el pensamiento alejado de la razón y ajeno a preocupaciones estéticas o morales.

El manifiesto está basado en el sicoanálisis y la teoría del subconsciente con la que Freud intenta curar traumas, haciendo consciente lo que está en el inconsciente. Uno de los primeros en acercarse a los surrealistas es Joan Miró, más por la poesía que por el manifiesto, reconociendo que casi siempre dibuja a partir de ensueños y alucinaciones. Una de ellas, la que le produce el hambre mientras pinta “Carnaval de Arlequín”, donde un autómata toca la guitarra junto al arlequín dentro de una habitación llena de animales y objetos fantásticos yuxtapuestos.

Max Ernst empieza haciendo collages tan finos que sus amigos deben pasar la mano sobre el lienzo para confirmar que no son dibujos sino recortes. Así es como hace novelas collage con fragmentos de publicaciones del Siglo XIX. Crea el “frottage”, una técnica usada por niños frotando su lápiz sobre un papel cubriendo una moneda. Los frotes de carboncillo en papel sobre materiales con textura arrojan fototipias que Ernst reúne en su publicación Historia Natural, donde expresa su preocupación por el estado de la naturaleza.

Además, inventa el grattage, un raspado que da el efecto de tercera dimensión por la pintura que se desprende de una tela desgarrada. Los surrealistas desarrollan más de 30 técnicas creativas vinculadas a la aventura, lo fortuito y lo maravilloso. De ahí el porqué de estilos tan diferentes, de estos academicistas de alta cultura que no desafían la tradición formal o pictórica, y que igual pasan de la pintura a la escultura, a la ilustración o al cine.

Luis Buñuel y Salvador Dalí producen Un Perro Andaluz (1929) cortometraje surrealista por excelencia en el que ambos juntan sus respectivos sueños: una navaja cortando la luna en dos y hormigas caminando sobre la mano. El filme es un poema de imágenes tan agresivas como el corte del ojo de una mujer por el actor Buñuel. Ese mismo año, cuando lanzan el Segundo Manifiesto, dotado de contenido político en favor del marxismo, algunos artistas se separan, mientras Dalí es aceptado antes de una exposición en la que titula uno de sus cuadros: A veces escupo sobre el retrato de mi madre. Por ello es expulsado de su familia.

El autoritario Breton, que encamina el Surrealismo por la causa de la rebelión comunista también lo expulsa por el desprecio clasista de Dalí, quien publica que, en una catástrofe ferroviaria, le causaría más satisfacción que los afectados sean pasajeros de tercera clase; pero especialmente es echado por sus vivas al fascista Hitler. Al final se alía al fascista español Franco, mientras la pintora Leonora Carrington denuncia a la trinca infernal completada con el italiano Mussolini.

En la lucha por liberar a su profesor y esposo Max Ernst del campo de concentración, desciende hasta el colapso emocional. Es internada en un siquiátrico donde padece violencia y sobredosis, pero logra relatar su encierro en un libro que escribe en cinco días. Escapa del hospital y termina exiliada en México, donde deja obras escultóricas únicas como “Cocodrilo”, en la ciudad de México, y “La Barca de las Garzas”, en San Luis Potosí, en un museo que ahora lleva su nombre.

En solitario, Dalí inicia la etapa más productiva con su método paranoico-crítico, un medio irracional de conocimiento de la realidad mediante el uso de imágenes dobles o invisibles. Pinta, dibuja, crea objetos de “funcionamiento simbólico” diseña trajes, decora escenarios, hace performances y elabora proyectos arquitectónicos. Los temas de los surrealistas son elementos incongruentes, metamorfosis, aislamiento de fragmentos anatómicos, máquinas fantásticas, animación de lo inanimado, realidades oníricas, sexo sin censura y, en literatura, escritura automática.

Esta revolución toca al guatemalteco Miguel Ángel Asturias quien pinta y sonoriza, por escrito, libros como “Leyendas de Guatemala”, “Hombres de Maíz” y “El Señor Presidente”, fundamentales para convertirse en Premio Nobel de Literatura y ser considerado uno de los tatas del Realismo Mágico.  Los artistas representan todo desde su inconsciente, llámese sueño o pesadilla, fantasía o trauma, virtud o aberración del alma, locura o estado de gracia. Pero también existe la posibilidad de que hayan calcado o imitado imágenes delirantes de enfermos mentales.  Para ello habrían tenido acceso a “Expresiones de la Locura”, un libro ilustrado con arte de enfermos mentales, del siquiatra e historiador del arte, Hanz Prinzhorn.

Los surrealistas idealizan el delirio como fuente de la creatividad y exhiben, a la par de sus cuadros, obras de enfermos mentales identificadas como de autor anónimo. Todo con el ánimo de confundir, como lo hace Dalí con el objetivo de exaltar su extravagante personalidad hasta concluir, a lo Luis XIV ¡el surrealismo soy yo!

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