Max Araujo
Escritor
En el Presupuesto de Ingresos y Egresos del Estado para el año 2017 se consignó dentro de lo asignado a la Dirección General de las Artes, dependencia del Viceministerio de Cultura, un millón de quetzales para la realización de la Feria Internacional del Libro, FILGUA, y una cantidad equivalente para el festival ICARO. Fue un salto cualitativo y cuantitativo para ambos eventos, ya que en años anteriores eran los funcionarios que manejan los presupuestos en el Ministerio de Cultura y Deportes quienes sugerían a las autoridades respectivas cuanto se podía entregar a los organizadores de dichos eventos, y como se podían entregar o gastar.
En el primer año de mi gestión como Viceministro de Cultura, año 2016, se aportó para la FILGUA trescientos mil quetzales; cantidad insuficiente para la realización de la misma, a pesar de otros apoyos que se reciben, así como del arrendamiento por los espacios y por el pago de ingreso a la feria.
Me imagino de la alegría de los organizadores del evento al enterarse que el Congreso de la República, que por esos días presidía el licenciado Mario Taracena, que contaba entre sus asesores a dos excolaboradores del Ministerio de Cultura y Deportes, licenciados Ariel Batres y Miguel Angel Sandoval (el zurdo), les había asignado un millón de quetzales.
Debo reconocer que para ese año 2017, para la Dirección General de las Artes tuvimos un incremento de más de cuarenta millones con relación al año 2016. Siempre hubo incredulidad entre la mayoría de los trabajadores de las dependencias del Viceministerio de Cultura cuando al preparar el anteproyecto para ese año les sugerí que incrementaran los presupuestos de cada Dirección Técnica, porque se nos daría un mejor presupuesto. El incremento tuvo como resultado la mejora de nuestros trabajos, la continuación de la construcción de la Escuela de la Marimba, las remodelaciones que se hicieron en Centros Culturales, el pago a Ibermedia y otros apoyos puntuales que se dieron al cine y a otras expresiones por medio de CREA. Los números y los resultados hablan.
El caso es que ya acercándose la fecha de la realización de la FILGUA 2017 llegó a mi despacho Raúl Figueroa Sarti, presidente en ese momento de la Gremial de Editores, muy preocupado porque le manifestaron en la Cámara de Industria, que esa entidad no recibiría el dinero para la feria. Bajo su personalidad jurídica hasta ese año se habían realizado las ferias anteriores. Le respondí entonces que era el momento de usar la personalidad de la Asociación Gremial de Editores, creada a mi sugerencia en el 2016, conforme un proyecto que años atrás habíamos realizado con Irene Piedrasanta.
Como en ese año yo no podía ejercer el notariado les propuse que fuera una de las asesoras de mi despacho, la licenciada Abba Balcarcel, para que en lo privado, como notaria, hiciera la escritura respectiva. Desde su constitución la tenían sin movimiento. A Raúl le pareció la idea, por lo que le pidió al contador público, Jaime Haroldo Requena, otro de los asesores del despacho, que se encargara de la inscripción, como persona jurídica, en la SAT. Al mismo tiempo ordené a Eduardo Antonio Barrios para que realizara los trámites ante la Contraloría de Cuentas para la cuentadancia respectiva. El resultado fue que en un tiempo prudencial se normalizó la situación legal de la entidad que se encargaría de recibir el millón de quetzales.
Pero los problemas no terminaron ahí. Resulta que la directora Financiera de la Dirección General de las Artes me indicó que legalmente no se podía entregar el dinero a la asociación porque en la Ley del Presupuesto de ese año se puso, si recuerdo bien, “para la organización de la Feria Internacional del Libro”, y que no existía ninguna entidad con ese nombre. Cité a una reunión de varios colaboradores para que analizáramos el caso, una práctica que tuve en el ejercicio de mi cargo. Antes de la misma hice mi análisis.
En la reunión nuevamente se me insistió que la administradora tenía razón, incluso uno de los abogados convocados coincidía con ella. De manera astuta les hice leer el texto, y ellos repitieron en su argumento. Les pedí que lo leyeran otra vez. Y el mismo resultado. Tomé la palabra y les dije, están equivocados, claramente dice “para la organización”, que viene del verbo organizar, por lo que no importa quien sea la entidad organizadora. Si es la Asociación Gremial de Editores la organizadora, a esta se le debe entregar el dinero. La norma no prohíbe hacerlo.
Con ese argumento los convencí. Fue así como se trasladó sin ningún problema a la Asociación Gremial de Editores el millón de quetzales para la realización de la feria de ese año. Para el año 2018, cuando yo ya no estaba en el cargo, no hubo ningún problema puesto que funcionó el mismo presupuesto del 2017. Para los años siguientes ha servido de base legal un Acuerdo Ministerial emitido por el doctor José Luis Chea, exministro de Cultura y Deportes, en el 2019, por el que se estableció el compromiso del ministerio de trasladar la misma cantidad. Desde el presupuesto de ese año el Congreso de la República ya no consignó la disposición legal para el traslado. Esa fue la razón para emitir ese Acuerdo.
A propósito de los nombres, para explicar el porqué de Asociación seguida de la palabra Gremial, fue porque el nombre “Gremial de Editores” ya se había acreditado como organizadora de la feria, siendo que la ley de ONG no objetaba un nombre tan singular. Y cuento, leyendo un valioso libro sobre el origen del nombre del Fondo de Cultura Económica, escrito por Victor Díaz Arciniega, con el título de “Historia de la Casa. Fondo de Cultura Económica (1934-1996)”, descubrí que la denominación de esta prestigiosa editorial surgió de una equivocación, ya que en una dependencia del gobierno mexicano se constituyó un “fondo” para apoyar la labor editorial de textos sobre temas económicos, y así se consignó en una partida, siendo que uno de los fundadores creyó que ese era el nombre de la editorial, y lo inscribió en su momento como nombre identitario, podemos decir comercial, para identificar el trabajo que se empezaba a hacer. “Cosas veredes Sancho amigo”
Para terminar este texto, rindo homenaje al primer presidente del comité organizador de la FILGUA, don Oscar de León Castillo, ya fallecido, propietario en el 2000 de la Editorial Oscar de León Palacios, quien presidia en ese año la Gremial de Editores. A él y a sus cercanos colaboradores les fue encomendada la organización de la FILCEN, Feria del Libro Centroamericana, que los editores centroamericanos decidieron crear, para que de manera itinerante se celebrara en los países del área. A Guatemala le tocó ese año.
Fue la oportunidad para que al mismo tiempo que se celebraría esa feria, simultáneamente se celebrara una propia de Guatemala, a la que pusieron el nombre de Feria Internacional del Libro. Desconozco de quién fue la iniciativa, pero de lo que sí estoy seguro es que don Oscar puso dinero de su bolsa para la misma, ya que siempre fue conocida su generosidad y su entusiasmo. El Ministerio de Cultura y Deportes colaboró en esa ocasión con treinta mil quetzales. Yo era asesor de la ministra de Cultura, Otilia Lux de Cotí, y por eso me di cuenta. Los miembros de la Gremial de Editores decidieron que fuera bianual, y así fue durante un tiempo. Años después se convirtió en anual.
La FILGUA es una fiesta que siempre he disfrutado. En años anteriores pasé horas de horas en su recinto, conversando con amigos y amigas, y entre el público para las presentaciones de libros, así como escuchando lo expresado en mesas redondas y conferencias. En algunas he participado como conferencista.
Este texto fue escrito el 2 de septiembre, minutos después que terminó el acto de inauguración de FILGUA 2021. Vi el evento por internet.