Grecia Aguilera
Este mes de noviembre se cumplieron 78 años de la inauguración del Palacio Nacional de la Cultura. Por tal motivo se viene a mi memoria el libro titulado: “Palacio Nacional/ De sede de Gobierno a Centro Cultural”, precioso documento de consulta que contiene un importante resumen histórico sobre esta magnífica edificación, perfectamente complementado con fotografías e ilustraciones de alta calidad que dejan ver en su mayoría hasta los detalles más finos de la obra, que fue declarada el 7 de noviembre de 1980 “Monumento Histórico y Artístico”, según Acuerdo Ministerial número 880. La idea de transformar el Palacio Nacional en centro cultural, era para hacerlo accesible a la población guatemalteca con el fin de fomentar la cultura en sus diversas manifestaciones y también para que fuese el punto de unificación y encuentro en una nación multilingüe y pluricultural. Y además que el 29 de diciembre de 1996 fue sede de la firma de los Acuerdos de Paz y de conservar en su interior el “Monumento a la Paz” (Manos de la Esperanza y de la Fe), el cual está colocado en el patio poniente, también conocido con el nombre de Patio de la Paz. El Palacio Nacional con su encanto y prestigio indudablemente tenía que convertirse en la casa del arte y la cultura, por lo que en la actualidad lleva el nombre de “Palacio Nacional de la Cultura”. En la página número 48 de este hermoso volumen se lee: “El 4 de julio de 1937 se colocó la primera piedra para cimentar tan esperada obra. Sin embargo, los trabajos dieron inicio en enero de 1939 y se concluyeron en 1943, inaugurándose el 10 de noviembre del mismo año.” La construcción de esta histórica obra de la arquitectura nacional tuvo un costo de dos millones ochocientos mil quetzales. En la página 60 del libro encontramos una perfecta descripción del Salón de Recepciones, también conocido como Salón de las Banderas: “En el segundo piso del Palacio se encuentra el Salón de Recepciones, ubicado entre las dos entradas principales. Este espacio ocupa un área de 750 metros cuadrados. El recinto está cubierto por una cúpula de 14 metros de diámetro, decorada con elementos que presentan las características del rococó –estilo de decoración francés que predominó en Francia durante el tiempo de Luis XV-. Al norte y al sur de este salón se hallan los palcos para la orquesta y la marimba, respectivamente. Al oriente y al poniente lucen los vitrales elaborados por el Maestro Julio Urruela Vásquez, en los que se narran etapas de la historia de Guatemala. El primer ventanal presenta el período colonial y el segundo, la época prehispánica. La luz indirecta que alumbra el área está acentuada por los reflejos de los vidrios de colores.” En el centro del salón con aroma a maderas preciosas, se observa con asombro la colosal lámpara que se corona con cuatro quetzales de bronce que señalan los cuatro puntos cardinales, posee más de 140 bombillas y pesa dos toneladas y media. Es una lámpara de ensueño, lámpara maravillosa que pende cual péndulo, muda clepsidra de Guatemala, de collares transparentes, cuentas y almendrones de cristal. Inspirada en ella escribí mi poema titulado “Filigrana Espuma de Mar” que manifiesta: “Lámpara mampara/ cocuyo suspendido/ carillón inmaculado/ ilusión de pomarrosa/ manzanilla tornasol/ silenciosa clepsidra/ filigrana espuma de mar./ Lámpara mágica/ ensoñada de ensueño/ pende cual péndulo/ collares bordados/ Rosa de los Vientos/ gravitados almendrones/ forjados de cristales./ Quetzales sacrosantos/ elevan en compás/ peso transparente/ equilibrio armonía/ cálculo dorado/ medalla pendolante./ Eterno arillo del terruño/ joya suprema de Neptuno/ candileja mítica de antaño/ ilusión de infanta heredera/ eternal espejismo del tiempo.”