Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hace algunos años leí un interesante artículo acerca del trabajo infantil en México (publicado en la edición dominical -global- del diario El País, de España, cuya fecha exacta me resulta imposible recordar ahora, creo que fue en 2017). Su autor, Ignacio Fariza, denominaba entonces a dicho fenómeno (lo parafraseo): una lacra persistente provocada por la pobreza en la que vive un considerable número de familias en el país, lo cual obliga a un alto porcentaje de la población infantil a buscar formas de ganarse la vida. La historia (por denominarle de alguna manera) de aquel artículo, sin duda podría fácilmente aplicarse a Guatemala y a otros países de América Latina, sobre todo en estos aciagos tiempos de pandemia en los que todos (o casi todos) hemos tenido que aprender y asumir nuevas formas y patrones de conducta en el marco de la convivencia social. Adicionalmente, es innegable que la pandemia ha venido a desnudar con estrépito muchas de las falencias y desigualdades sociales que muchas veces vemos como desde la distancia, como desde una ventana de vidrios opacos a través de los cuales no somos capaces de visualizar correctamente la realidad, sea porque no nos atrevemos, sea porque no queremos, sea porque nos conviene o porque tal vez así es mejor…, quién sabe. Lo cierto es que hoy es fácil notar cómo ha aumentado el número de niños (y adultos también, ciertamente) buscando la manera de obtener en las calles -literalmente- algún dinero con el cual contribuir (quizá) a alguna depauperada economía familiar. Cotidiano es ver niños y adolescentes en alguna esquina o cruce de calles, limpiando vidrios de autos; haciendo malabares con sus rostros mal pintados; lustrando zapatos o vendiendo dulces y frituras en pequeñas bolsas plásticas (o simplemente pidiendo alguna “ayuda”). Los alrededores de la Plaza del Obelisco; la Calle Montufar; el crucero del área de los museos en la zona 13; la esquina de la 9ª. calle y 7ª. avenida de la zona 9; La Plaza de la Constitución en el centro histórico; la esquina que de Pamplona conduce a la Calzada Atanazio Tzul, etc., son sólo algunos de los puntos dentro de la ciudad de Guatemala en donde pueden observarse este tipo de escenas que reflejan una realidad nefasta en aumento, una realidad de la que pareciera que no quisiéramos hablar, sino por el contrario, la dejamos pasar y nos vamos acostumbrando a verla como un conjunto de tarjetas postales que pasan a formar parte del paisaje urbano. Con el correr del tiempo (y sin exagerar), estas cuestiones, que son de fondo, pueden resultar en problemas mayores de distinta índole en el marco de la convivencia social. Vale la pena pensar en ello. Y, sobre todo, hacer algo al respecto de manera seria y urgente. Mañana podría ser mucho más difícil o muy tarde para encontrar una solución que sea perdurable en el tiempo.

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