Su nombre remite de inmediato a la música pop y a la televisión. Pero hace medio siglo, el productor Luis de Llano fue uno de los responsables de organizar el festival Avándaro, una versión mexicana y modesta de Woodstock que logró convocar a unos 250,000 aistentes cuando apenas esperaban 2,000, y que ayudó a abrir paso al género del rock a nivel nacional.
En su libro «Avándaro. 50 años. Cuando el rock mexicano perdió la inocencia», que publica Ediciones de Lirio, De Llano recuerda el caos de la organización, los días que duró el festival y, sobre todo, el escándalo y la censura que cayeron sobre el evento realizado el sábado 11 de septiembre de 1971 en un valle boscoso a 150 kilómetros (93.2 millas) de la Ciudad de México.
Ser joven en México, en aquella época, era peligroso. Cuando ocurrió Avándaro, aún estaban frescas las heridas de la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco y el llamado «halconazo» del 10 de julio de 1971, cuando un grupo paramilitar creado por el gobierno reprimió de forma violenta una marcha juvenil.
La mayoría de los videos que él y su equipo tomaron en Avándaro fueron confiscados por Televicentro, ahora Televisa, y enviados a una bodega en Tijuana, a donde iba a parar todo el material comprometedor que no debía ser difundido, señaló De Llano en una entrevista reciente con The Associated Press. Nadie sabe si las cintas aún existen o cuál fue su destino final.
El lunes después del festival, De Llano se reunió con los más altos directivos de Televicentro, incluido su presidente Emilio Azcárraga Milmo y Jacobo Zabludovsky, el periodista que condujo durante 27 años el principal noticiero del país, para revisar los videos. El material no les agradó, a pesar de que la propia televisora había promovido el festival.
De Llano organizó Avándaro, originalmente, como una carrera de autos, pero entonces se le ocurrió la idea de que hubiera música en vivo.
La convocatoria los rebasó y, a su juicio, la cobertura de la prensa no fue la más justa. Aunque la carrera estaba programada para el sábado, la gente comenzó a llegar desde el jueves. Al poco tiempo se acabó la comida y el agua, pero el público resistió hasta el domingo 12.
Hay dos eventos que han pasado al imaginario popular sobre el festival. Una mujer que fue fotografiada enseñando los senos, a quien se le adjudicó el mote de «La encuerada de Avándaro», y una portada de la revista amarillista Alarma con el titular «Avándaro, el infierno», seguido de los calificativos: orgía hippie, encueramiento, mariguaniza, degenere sexual, pelos, mugre, sangre y muerte.
A De Llano le da risa la exageración, pero es parte del mito de Avándaro. En su libro, reflexiona que el festival tuvo tal impacto, que mucha gente que no asistió contaba que sí fue para impresionar a los incrédulos.
En Avándaro no hubo grandes nombres como en Woodstock; se presentaron los artistas locales de la época y fue una de las plataformas del rockero mexicano Alex Lora, el líder de la banda El Tri, que en aquella época se llamaba Three Souls in My Mind. Para Lora, Avándaro es súmamente importante. Ahí conoció a su esposa Chela Lora, de la que no se ha separado desde entonces.
Para los jóvenes y los artistas, el festival representó un momento de apertura. Pero el gobierno tomó el festival como pretexto para comenzar un periodo de represión al rock con conciertos masivos prohibidos en la Ciudad de México, lo que llevó a que bandas como Queen se presentaran en Monterrey y Puebla, pero no en la capital, en la década de 1980.