Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

“Nota previa: No todos los personajes son presidentes o generales. ¡Faltaba más! ¿Qué van a pensar los historiadores del futuro? Hay otros individuos casi anónimos que han dado forma a esta Guatemala que ahora tenemos. Personas comunes que viven a nuestro alrededor o personajes de leyenda que viven en la frontera del mito.”

Un aire melancólico se desprende de las ramas de los cipreses y un halo mágico envuelve el ambiente. Acaso sea sugestión o bien algún efluvio místico, como vibraciones, que se irradian desde la misma sepultura y que transmite la brisa fría del altiplano Altense. Frente a la tumba son varios los aspectos dignos de mención. En primer lugar impacta advertir la línea de vida con los datos que se asientan en la lápida: fecha de nacimiento y de muerte. Según ello, la persona aquí enterrada vivió 17 años. Sí, solamente 17. Era casi una niña que salía del universo de los sueños y incursionaba al mundo de la realidad. Nació en 1910 y falleció en 1927. El imaginario nos presenta a una hermosa mujer joven pero de unos 28 o 33 años. Pero no, era una flor que empezaba a abrir sus pétalos y a expender su fragancia. (Por cierto que retiraron la lápida).

Luego llama la atención el sepulcro de bulto yaciente, esto es, una imagen que representa al difunto en alto relieve, como si fuera una estatua que duerme. Ésta no es una escultura de mármol ni de alabastro como tampoco esculpida por un cincel florentino pero está bien hecha y es una expresión fúnebre que muy poco se ve en Guatemala. Se utilizó mucho en Europa en la época renacentista para reyes y reinas y gente destacada; por lo general estaban en las grandes iglesias (templos) y poco en exteriores. Un último detalle visual: que siempre hay flores frescas -rosas rojas- colocadas como ofrendas. Recuerda una llama votiva o el cigarro de Gardel. También aparecen muchas pintas e inscripciones a mano.

Según la leyenda Vanushka formaba parte de un circo de gitanos magiares; ese pueblo que deambula errante por todos los países y cuyo origen no han podido determinar los antropólogos. Se creyó un tiempo que venían de Egipto, de allí su nombre “Gypsis”, derivado de “egipcio”. En esa época no había internet, cable, televisión, ni siquiera cine, ni radio. No había competencias deportivas. Acaso la principal atracción colectiva era el circo. Por eso se recibió con gusto al grupo de húngaros que venían a desplegar sus carpas y compartir su espectáculo.

La principal atracción era una presentación (¿danza? ¿canción? ¿malabarismo?) donde la estrella era Vanushka Cárdenas Barajas, un nombre que mueve a pensar que era una persona mayor. En una de las varias funciones asistía como espectador un joven de buena apariencia, hijo del gobernador que ocupó una de las sillas preferenciales frente al escenario. Cuenta la leyenda que el citado caballero quedó prendado de la belleza y carisma de la intérprete y en días siguientes tuvieron reuniones y se encendió un amor apasionado. En desacuerdo los padres no encontraron otro camino que separarlos; enviaron al hijo a estudiar a Europa. Vanushka quedó desamparada y lloraba desconsoladamente al punto que -dicen las crónicas- se quedó dormida y nunca despertó. Aunque era “romaní” tuvo que ser enterrada en el cementerio de los “payos”. Desde los primeros días aparecieron rosas frescas todos los días que nadie supo quién las enviaba.

El Ministerio de Cultura (¿tenemos de eso?) y los historiadores deben ahondar y complementar con datos verídicos de esa época para rescatar lo que pueda ser de real, por ejemplo: anuncios de las funciones; autorización municipal; ¿quién era el supuesto gobernador y quien su hijo? Siguiendo la crónica el hecho habría sucedido en 1927, años turbulentos tras la muerte de José María Orellana en La Antigua pero para entonces había jefes políticos, no gobernadores.

Por su parte los antropólogos y folcloristas deben profundizar en lo propio respecto a los elementos del mito. ¿Quién era realmente Vanushka?¿De qué murió? ¿Quién está enterrada en ese lugar? ¿Cuál era su verdadero nombre? Igualmente el cementerio de Xela debe resaltar connotados “chivos” que reposan entre sus tapias: los expresidentes Lisandro Barillas, Estrada Cabrera; los músicos Domingo Bethancur, Jesús Castillo; Carlos Wyld Ospina, Mario Camposeco. Se han formado comités para llevar los restos de Arbenz y del último convidado: Efraín Recinos. Merecía un mausoleo especial el inmortal Paco Pérez pero lamentablemente sus restos quedaron calcinados en el accidente de El Petén.

Mientras tanto crece la devoción por Vanushka y mantinen las flores su lozanía siempre frescas sobre la tumba que, como la doncella de Verona, resguarda el sueño de nuestra Julieta que vino desde Hungría, Egipto o Rumanía para encontrar la luz en los reflejos de la luna de plata. Y desde entonces la acompaña como una estrella, compartiendo el translúcido cielo de Xelajú.

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