Vicente Antonio Vásquez Bonilla
Escritor
Para mi amiga Enriqueta Martínez La dama del amor
Etha es una chica de catorce años, quién recién estrena su pubertad y resistiéndose a abandonar su vida infantil, echa a volar su imaginación en pos de paraísos artificiales en donde ella es la princesa de un dilatado reino, que se esconde en las montañas.
Para llegar a ese reino hay que cruzar por caminos bordeados de multicolores flores. Pero no se crean que cualquier persona tiene acceso a su imaginario feudo. No. Una cortina de neblina disimula el inicio del sendero que conduce a él y un ejército de numerosos gnomos resguardan el acceso.
Esta agraciada y soñadora damita vive cerca de un parque, sabe que es bella, así se lo han dicho los espejos y se lo han confirmado sus compañeros de colegio, quienes también están despertando a la vida de las ilusiones y ya la ven con admiración. En sus tiempos de descanso, no es raro encontrarla corriendo por los senderos del parque cercano a su casa y en algunas ocasiones practicando ejercicios del repertorio yoga. Siempre acompañada de Dulzura, su adorada mascota, una bella y coqueta perrita Poodles.
Es una lectora, podríamos decir de tiempo completo, pues le roba muchas horas al sueño para dedicarse a ese bello pasatiempo en donde con pasión vive las aventuras de los diferentes protagonistas de sus libros. Es tal su pasión por la variedad, que no es raro encontrarla leyendo simultáneamente dos o tres libros, que aguardan su rotativo turno sobre la mesa de noche.
Lo único que la molesta es su corta estatura, pues es de 1.52 m sobre el nivel del mar y eso, cuando se encuentra en la playa y las olas besando sus pies. Para animarla, sus padres le han dicho que debido a su corta edad, todavía tiene que crecer, pero ella lo duda y por ese motivo, en su imaginario reino se rodea de gnomos a los que supera en estatura y con sobrada ventaja. Y en la corte de su reino, como es de suponer, las damas de compañía son de baja estatura, solo los cortesanos varones son unos pocos centímetros más altos, como se supone que deben ser.
En su imaginario palacio, dándole rienda suelta a su particular gusto, organiza convivios en donde se brinda con olorosos cafés y humeantes chocolates. Como entremeses saborean nueces, almendras y otras semillas que provienen de su bien surtido almacén.
Cuando Etha recorre el camino de la realidad, en el vergel que está cerca de su casa, con dedicación, continúa realizando sus ejercicios y en algunas oportunidades, cuando el clima lo demanda utiliza llamativos sombreritos y también, según piensa, para no ser reconocida por algún noble de su reino, en tan prosaicos menesteres.
La bella Etha, de ojos verdes, piel trigueña clara, pelo largo y lacio, con sobreros o sin ellos, difícilmente pasaría desapercibida para los cotidianos usuarios del parque, debido a su puntualidad, a la disciplinada asistencia con que recorre el parque y a Dulzura, su infaltable compañera.
Los personajes que crea su imaginación, más los de turno de sus cotidianas lecturas, suelen distraer su atención a tal punto que pareciera que viviera en las nubes. Tanto es así, que un día, perdió una gran fortuna: su asignación semanal de cien bolívares; mientras caminaba por los senderos del parque, llevaba en sus manos los billetes y pensando en su mítico reino, empezó a estrujar el papel moneda y conforme avanzaba y pasaban los minutos, los fue transformando en peloticas que arrojaba a uno y otro lado sobre los arriates, en ese momento, quién sabe qué pasaba por su mente y a saber qué acto realizaba frente a sus súbditos, hasta que en un momento de lucidez retornó a la realidad, al darse cuenta de lo que había hecho, de la impresión, el cabello se le encrespó. Por todos lados buscó el papel moneda, pero no los pudo recobrar. Solo alcanzó a distinguir una alegre parvada de chiquillos que corriendo desparecieron en varias direcciones. Esa semana se quedó sin sus golosinas, las que acostumbraba comprar en la tienda de su colegio.
Ante esa trágica pérdida, no tuvo más remedio que refugiarse en su feudo mágico, en donde era dueña de riquezas inagotables, de la adulación de sus damas, de la admiración de los nobles caballeros y de la lealtad de su ejército, cuyos integrantes sabían que ella podía perdonar cualquier falta, menos la traición que se pagaba con la pérdida de la vida.
Después de su onerosa pérdida monetaria, con los pies ya puestos en la realidad, en medio de su tristeza por la evaporación de su fortuna y en la intimidad de su habitación, quizás, como un mecanismo de escape, se dedicó a bailar danzas árabes para sus imaginarios amigos y a escribir versos en cualquier papel que encontraba a su paso, así fuera en sus libros, revistas, códigos y hasta en las cercanas paredes.
Ese fue, quizás, el preámbulo de su vida poética que, con su despierta imaginación, la hizo crecer en el mundo de las letras y que ya en la adultez, le ha dado extensa fama y múltiples satisfacciones literarias.
Lo único que no pudo superar fue su corta estatura.