Fernando Urquizú1

La efeméride del Bicentenario de la Independencia de América Central puede constituirse en un punto de referencia para comprender la vida y pervivencia de las procesiones de Pasión en el imaginario de los guatemaltecos del siglo XXI, que cobra gran importancia para sus habitantes por encima de sus diferencias económicas, étnicas y culturales creando los espacios propicios que fortalecen una atmosfera espiritual de paz y solidaridad.

El origen de estas manifestaciones

El origen de estas manifestaciones lo podemos inferir de dos fuentes: una, como parte del desarrollo de la cultura prehispánica cuando florecieron las grandes metrópolis diseñadas para el paso majestuosas procesiones de sus líderes, cumpliendo una vida ritual que determinaba según ellos, los ciclos de la vida y la naturaleza, donde desempeñó un papel fundamental la penitencia en ceremonias de derramamiento de sangre como las evidentes en las pinturas murales del sitio arqueológico San Bartolo del Departamento del Peten.

Un segundo aporte lo encontramos en la cultura hispánica en el cristianismo católico donde las procesiones y los ritos de sangre coincidían con la cultura de los pueblos ancestrales del Nuevo Mundo, estableciéndose rápidamente una relación espiritual que fue integrada por los concilios de Lima y el Tercero Concilio Mexicano, que uniformaron el culto católico hacia la última década del siglo XVI, adaptando los principios del Concilio de Trento a una didáctica del evangelio que se adaptó a cada comunidad donde los idiomas y cultura eran diferentes.

El fin máximo de este proceso fue alcanzar un estándar de comportamiento individual y social en todos los reinos españoles, donde el uso de la imprenta fue fundamental, debido a que permitió la difusión de una misma prescripción del imaginario cristiano, por medio de símbolos acompañados de breves explicaciones en idioma latín, que fueron interpretadas por presbíteros y predicadores debidamente calificados, que ejercieron su labor con sueldos de funcionarios reales pagados por los gobiernos locales, logrando altos beneficios en poco tiempo, ya que velaban por el pueblo de Dios cuya dirigencia había sido encomendada al monarca español, representado en sus autoridades.

El arte como material didáctico del imaginario cristiano, la estandarización de las ideas y el comportamiento.

Esta relación de la monarquía e Iglesia católica permitió la articulación del imaginario cristiano, que fue enseñado y recapitulado de manera cíclica anual organizado en temporada de Adviento, Navidad, en los meses de diciembre y enero; Cuaresma, Pascua en marzo y abril y Tiempo Ordinario; el resto del años, estandarizando paulatinamente el conocimiento y el comportamiento individual y social de todo el imperio español, que abarcaba territorios en cuatro de los cinco continentes del planeta.

En una primera etapa, las diferencias idiomáticas y de analfabetismo fueron vencidas con la formulación de una cruzada de enseñanza del evangelio basada en una colección de escritos ilustrados por Alberto Durero titulados: El espejo de la Salvación, que sirvieron como material de apoyo para crear las primeras imágenes cristianas en el Nuevo Mundo y en el caso particular de la ciudad de Santiago de Guatemala y más específicamente en imágenes relacionadas a la Pasión de Cristo podemos citar las esculturas del Jesús de la Paciencia de la iglesia de la Merced de la Nueva Guatemala y el Santo Cristo de Esquipulas que se encuentra en la Basílica esta advocación en el Departamento de Chiquimula.

Los primeros artistas que realizaron estas obras venían procedentes de la península ibérica y enseñaron a personas locales de las distintas etnias su arte, que era considerado un oficio de mucha demanda debido a que como material didáctico que reproducía los imaginarios oficiales, debía contar con estándares de calidad dictaminado por los alcaldes electos de cada oficio que actuaban presidiendo un pequeño tribunal de evaluación de obras de arte en especialidades de cada materia; circunstancia que no necesariamente dejó fuera la contratación de artistas populares, que imitaran estas obras y surtieran la gran demanda de imágenes de todos los rincones del reino donde fueron colocadas siempre que no contravinieran el fortalecimiento del imaginario cristiano.

Los personajes a representar por las imágenes

Las imágenes principales a representar fueron la Santísima Trinidad como Dios Divino, fuente inmaterial del destino de la humanidad, Jesús y la Virgen María, como modelos ideales de obediencia a las leyes divinas y terrenales, Los ángeles como seres celestiales mensajeros de la voluntad divina, los santos como legatarios del proceso conductual del ser humano a través de valores formados como: la sabiduría basada en la fe, la caridad y la lealtad a Dios y sus autoridades.

La figura de estos personajes se fue fortaleciendo en la medida que sus aportes al cristianismo fueron enseñados en el calendario cíclico citado anteriormente donde se proclama la venida de Dios encarnado en Jesús a la tierra, en adviento; su prédica, pasión, muerte y resurrección en Cuaresma y Pascual; así como la permanencia del espíritu de sus enseñanzas en el Tiempo Ordinario. Estos conocimientos impartidos, fueron mediatizados con la utilización de las artes visuales, reforzados por las demás con el fin de fijarlos correctamente en la memoria de los fieles, al grado que comenzamos a tener a Cristo como punto de partida para contar la historia hasta nuestros días.

Las imágenes de Cuaresma y Semana Santa su utilidad en el traspaso a la cultura hispánica de Guatemala, la práctica de penitencia

El avance de la cultura hispánica, determinó un refinamiento del arte expresado en el dramatismo barroco local en el siglo XVIII manifiesto muchas obras de arte de las cuales podemos citar dos series de las más completas realizadas por Tomas de Merlo (1694-1739) en la pintura y Agustín de España (1678-1748) en la escultura; mientras que tomó posicionamiento de manera paralela la imagen del Hermano Pedro de Betancourt (1626-1667) como ejemplo local de las prácticas penitenciales de la Cuaresma y Semana Santa, que fueron transmitidas a místicos locales como la madre Teresa de Aycinena, (1784-1841) quien desde la Semana Santa de 1816 tuvo revelaciones registradas por los funcionarios de la Iglesia católica local como de carácter sobrenaturales.

En la interpretación de estos datos debemos tomar en cuenta que la práctica penitencias públicas habían sido prohibidas en la Nueva Guatemala de la Asunción desde la última década del siglo XVIII, razón que nos explica el relevo de las dramáticas imágenes y sus procesiones de sangre por altares comúnmente llamados: “Huertos” y los “Sagrarios” propios para la noche de Jueves Santo.

Las procesiones de Pasión y su transición al racionalismo en el siglo XIX en los tiempos de la independencia

La mística de la tradición hispánica local se fue transformando de las procesiones de Sangre a desfiles sacros llenos de espiritualidad donde el silencio es roto únicamente por los cuerpos de música que acompaña los cortejos; recibieron un nuevo impulso la noche del Jueves Santo 9 de abril de 1857 cuando en el coro bajo del convento del Beaterio de Belén la madre Encarnación Rosal, de nuevo recibió una revelación mística del mismo Jesús en donde ya no se le presentó ensangrentado, sino en serena majestad en la advocación del Corazón de Jesús, que también patente en otras imágenes como el Señor Sepultado del templo de Santo Domingo.

Las procesiones de Pasión, los primeros brotes de identidad Guatemalteca

La noche del 23 de octubre de 1859 fue estrenado el Teatro Carrera, materializando un primer paso que concreta la idea de la Nueva Guatemala a la manera de un pequeño París que se enriqueció con la inauguración del nuevo altar mayor de la Catedral Metropolitana importado y armado en el lugar por expertos venidos de la Ciudad Luz.

En el ámbito de la Semana Santa de esta década, la nueva imagen del Señor Sepultado de Santo Domingo fue colocada en una urna también importada del mismo lugar para la procesión del Santo Entierro, que ya era acompañada de una banda marcial que ejecutaba marchas fúnebres de corta neoclásico del repertorio de autores como: Beethoven y Chopin; que pronto fue enriquecido por interpretaciones locales de los maestros; Benedicto Sáenz, hijo, Pablo Sáenz Lambour, transfiriendo estas nuevas formas musicales a una la siguiente generación donde destaca el nombre del maestro Rafael Álvarez Ovalle, quien recogió todo este sentimiento patriótico de la cultura religiosa y liberal que expone en su obra cumbre la Música del Himno Nacional de Guatemala.

Las procesiones de Pasión, las efemérides de la Independencia de Guatemala y América Central

La última década del siglo XIX vio materializar en impuestos las primeras grandes cosechas de café, eventualidad que dio fondos disponibles para la conmemoración de la Efeméride de Plata de la Revolución Liberal y la de Diamante de la Independencia de Guatemala, que se expresó en un programa de un año de actividades académicas y culturales; que incluyeron la inauguración de un bulevar que ampliaba la influencia citadina hacía el sur que recibió el nombre de: “30 de Junio”, actualmente “Avenida la Reforma”, que originalmente partía del monumento a Miguel García Granados donde destaca la figura de La Patria Guatemala en su versión de 1896, cuando fue estrenado el 30 de junio de aquel año.

Dicho lugar sería desde entonces también un escenario propicio para las Fiestas Patrias que alcanzaron un brillo especial el de 15 de septiembre. Al siguiente, el día del Señor San José, 19 de marzo de 1897, regresó de su destierro el arzobispo Ricardo Casanova y Estrada; esa misma noche que se estrenó el Himno Nacional de Guatemala en temporada de Cuaresma, preparando el camino para una fastuosidad inusual en las procesiones de aquel año, que ya fueron organizada bajo los parámetros de convivencia del Estado liberal burgués y la Iglesia católica. El arreglo de las andas fue desde aquel entonces algo muy especial debido a las imágenes fueron colocadas en sendos cojines que simbolizaban la unidad de las devociones a la Iglesia y la Nación, como ya se había dado desde los tiempos de la Jura por Fernando VII, cuando la procesión de traslado de la Virgen del Rosario fue llevada de la casa de su principal mayordomo al templo estrenado el 5 de noviembre de 1808 y fue encabezada por dos ángeles que presidian el cortejo portaban también cojines con los símbolos del poder trasferidos a las imágenes de Pasión.

Las efemérides de la Independencia y Revolución Liberal conmocionaron profundamente el imaginario citadino, iniciando una reactivación de las procesiones como manifestaciones públicas de fe, que fueron remedadas con distintos objetivos ideológicos por la Huelga de Dolores y las Minervalias desde 1898. Estas últimas fiestas trasfirieron su capital simbólico, al de las Fiestas Patrias, mientras que las tres conmemoraciones citadas, han competido cada año en el imaginario del país por ser el equivalente valido y mayoritario del imaginario nacional.

Las tres cuentan con sus días específicos para realizarse en Cuaresma y Semana Santa, Viernes de Dolores y 15 de Septiembre y alcanzaron un mejor impacto en el imaginario citadino cuando fueron terminados los monumentales edificios del actual Centro Histórico de la ciudad de Guatemala que se convirtieron en los escenarios idóneos para un mejor efecto en la memoria colectiva, debido a que materializaban corazón del poder del Estado Liberal, que prohibió la Huelga de Dolores en el periodo del gobierno del general Jorge Ubico, (1931-1944) mientras que las procesiones fueron amenazadas de extinción con la propagación del conocimiento científico antirreligioso de los gobiernos revolucionarios. (1944-1954) Las Fiestas Patrias también comenzaron a sufrir deterioro ante el cuestionamiento de su razón de ser a partir del V Centenario del Descubrimiento de América que replanteó el sentido de nacionalidad y pertenencia de los pueblos, que fue muy bien aprovechado por el capitalismo mundial para avanzar sobre el imaginario de una sociedad de consumo con planteamientos y sentimientos históricos muy vulnerables que fueron dispersados y uniformados con nuevos ideales de carácter global.

Las procesiones de Pasión como patrimonio del país y la humanidad

Los Acuerdos de Paz de 1996, dieron un punto de replanteamiento de ideas al imaginario de la sociedad guatemalteca, que comenzó a percibir las manifestaciones sociales identificadas como parte de su patrimonio intangible, realizándose sus primeros listados en el siglo XXI y en el caso particular de la Semana Santa en Guatemala en 2008 fue reconocida como Patrimonio Intangible de la Nación.

Sin embargo, el estudio de la misma, no ha sido conectado debidamente con la historia del país, divorciándola de las otras manifestaciones tradicionales de la cultura contemporánea guatemalteca muy amenazadas en su conjunto por la incursión, cada vez más profunda del mercado mundial, que plantea el consumo de nuevos productos que se insertan y desplazan a las tradiciones locales.

San Nicolás de Tolentino santo imagen que proponía la penitencia predicada por místicos como el hermano pedro de Betancourt y seguidos por la madre Teresa de Aycinena

Grabado del Hermano Pedro de Betancourt

Madre Teresa de Aycinena

Imagen Barroca de Jesús de la Buena Muerte propio para altares de penitencia en cuaresma y Semana Santa

Altar de Semana Santa: “Sagrario” propio para el desarrollo del pensamiento racional después que prohibieron las penitencias que desplazaron las dramáticas penitencias de las Procesiones de Pasión.

1 Fernando Urquizú. Licenciado en Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala, Doctor en Historia del Arte, Universidad Nacional Autónoma de México, investigador IIHAA, Escuela de Historia. Universidad de San Carlos de Guatemala, Miembro de la Comisión de Investigación del Arte en Guatemala, CIAG. Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala. Contacto: fernando.urquizu@gmail.com

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