Giovany Emanuel Coxolcá Tohom
Escritor

Después de esta pandemia nadie volverá a la normalidad, aseguran los expertos, el capitalismo ha llegado a su fin, sentencian otros. Las aerolíneas y la producción industrial se han detenido. Dentro de algunas décadas se hablará de las horas de agonía o del sacrificio para sobrevivir. Los saqueos, los disturbios y las arbitrariedades de los gobernantes serán un mal recuerdo para afrontar catástrofes venideras.

¿Cuál es el alcance de la pandemia en tu madre, después de haberte enterrado? ¿Cuánto le importan a ella las sesudas cavilaciones, las víctimas desplomadas a media calle, esperando la llegada de las moscas y los buitres o las medidas económicas de los gobernantes? Nadie podrá convencerla de la tragedia mundial, porque ella entierra, una vez más, al mundo entero contigo. No piensa en el futuro, ni en el pánico por salir a la calle y contagiarse. Los millones que se encierran para preservar la vida no tienen la extensión de su tristeza.

Antes de tu partida, pasé a saludarla. Hablamos de tu hermano y de los posibles responsables de su muerte. «Ya han pasado tres años y yo todavía tengo la esperanza de verlo entrar por esa puerta para abrazarlo. Han pasado tres años; pero me resisto a creer que no lo volveré a ver», me dijo, mientras bordaba. Quienes lo acompañaban el día que murió no se atreven a mirarle a los ojos, y poco a poco, han empezado a odiarla, han de pensar que, de no haber nacido tu hermano, a ellos no se les hubiera ensangrentado la existencia.

Ahora tú también te has sumado a su esperanza de ver entrar a un hijo por esa puerta para poder abrazarlo.

Un mes antes de la pandemia, recibí una llamada.
—¿Aló?
—¿Cómo estás?
—¿Quién habla?
—Tu hermano.
—Nunca me llamas para saludar, ¿qué pasó?
—El cuñado se suicidó.
—Gracias por avisar.

Después de la llamada, pensé en mis sobrinas, Jazmín y Rosita. Preguntarán por ti y nadie podrá explicarles que te fuiste para siempre. El recuerdo hoy no es suficiente, tampoco pensar en «hubiéramos hecho esto o lo otro». Serán ellas el motivo para no rendirnos y las que se abrirán camino en esta vida incierta. Hoy todos tienen una versión de tu partida y un consejo sin importancia. No sé si sea válido; pero, si llegas a encontrarte con mi madre, háblale de las nietas que ya no conoció; a tu hermano háblale de las sobrinas que ya no llegó a tener en sus brazos y del dulce lugar que ocupa en el corazón de tu madre, por el resto de la eternidad.

Nos has dejado un pozo helado en el corazón. Tendremos que levantarnos para seguir. «Sus hijos la acompañan, señora, en cada paso que da, en sus recuerdos, en la mirada de sus nietas y en los suspiros que usted deja escapar en cada atardecer», fueron mis palabras para ella.

Al volver a saludarla, para entonces las víctimas mortales de la pandemia ya eran cientos de miles, me recordó que Jazmín estuvo en mis brazos el día de tu entierro y agregó:

—Con los muertos que está dejando el virus, habrá miles de recuerdos, hijos, nietos y suspiros para que a nadie le falte compañía.

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