Dennis Orlando Escobar Galicia
Periodista

En mi asistencia a las elecciones anuales de junta directiva de la APG, el pasado 10 de diciembre, tuve la satisfacción de adquirir en precio especial el libro cuyo nombre encabeza el titular –de mi colega apegista a quien no conocía- y que en este espacio comentaré. Tres motivos me indujeron a comprar la obra, aparte de mi gusto por la lectura: estímulo a quienes escriben y publican, solidaridad con mi colega y que me rubricó su obra, y temática histórica de insurrectos que en este país son silenciados. Bueno…el libro (343 páginas) tiene más impulsos para leerse, porque su temática es atrayente para quienes gustan de diversas formas narrativas, escritas con sencillez y brevedad.

Empecé la lectura ese mismo día, en la noche, y cerré las páginas hasta que la duermevela me venció. Pero soñé asuntos relacionados con el contenido: hombres y mujeres que renunciaron a sus vidas, unas desgraciadas y otras agraciadas, y tomaron las armas -sin importar si existían las condiciones subjetivas para ello- para vencer a gobiernos antidemocráticos e instaurar un Estado en beneficio de las mayorías. Digo lo anterior porque mi forma de lucha fue diferente, aunque con el mismo fin. Pero también tuve pesadillas: comunidades indígenas masacradas, jóvenes estudiantes secuestrados y torturados… ¡Vida, muerte! ¡Muerte, vida! Sueños que se desvanecen al despertar y ver que aún estamos en Guatemala. Pesadillas que no desaparecen cuando abrimos los ojos y nos damos cuenta que seguimos ahí.

El autor, Luis Domingo, se “radicalizó” porque siendo un adolescente, estudiante del Instituto Rafael Aqueche, fue secuestrado y vilmente agredido por aquellos que llamábamos orejas de las fuerzas represivas. Los matones a sueldo que se dedicaban a silenciar a los críticos opositores como si se tratara de vietnamitas. Ellos parodiaban a Los nacidos para matar de la película de Stanley Kubrick. Siendo menor de edad, Luis Domingo, para salvaguardar su vida se asiló en la Nicaragua de 1981.

En la obra se presenta a los insurrectos con sus virtudes y defectos; sin idealizarlos ni hacer apología de sus hazañas. Es por ello que hay anécdotas que hasta nos hacen reír, como cuando Camilo sudaba copiosamente en la selva y Rodriga le dijo ingenuamente: “¡Camilo, tenés un zancudo en la cresta! Él compañero, instintivamente golpeó con la palma de su mano la parte superior de su frente”. Los demás “rieron a carcajadas”, poniéndose en peligro porque el enemigo los podía escuchar.

Son más de cien historias y anécdotas colocadas cronológicamente que nos dibujan la vida e historia de un grupo guerrillero de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), en el que el autor, Luis Ovalle Villatoro, fue responsable de la comunicación por radio; actividad que no lo eximió de portar vestimenta, armas y demás enseres guerrilleros, así como de sufrir las inclemencias de la montaña y de enfrentarse con el enemigo.

Las remembranzas que empezaron a publicarse en el blog Camino Blanco, del mismo autor, tienen títulos atrayentes que nos instan a la lectura, a saber: El enemigo provocó mi rebeldía, El comandante en jefe, El beso robado, El sobreviviente, La cucharita perdida, Las enfermedades de la guerrilla, Una mala decisión, La posta, La emboscada de La Palma, Un golpe estratégico, Escuela de telegrafistas, El sargento Leo Dan, Los inicios de las FAR en Petén, Un accidente desafortunado…

Historias y anécdotas guerrilleras también contiene breves semblanzas de destacados insurrectos –hombres y mujeres- que ofrendaron su vida por la consecución de sus ideales, entre ellas La compañera Tita, Argelia, La Capitana María, La compañera Ana, El compañero Tomás, El compa Chicuco, Sebastián, el médico de la guerrilla, El teniente Arturo, el teniente Sandokán, Edgar Ortíz, “El gato”…

En lo personal me impresioné de algunas semblanzas de mujeres destacadas profesionalmente, pero que también tomaron las armas, tal el caso de la licenciada Yolanda Urizar (Argelia), Ana (la que logré identificar) y Rosa Griselda Orantes Zelada (capitana María). Cuando leí este último nombre me vi en la necesidad de releer y releer lo que se escribió de ella. Mis evocaciones se remontaron hasta el 1978 –recién había cumplido los dieciocho- cuando fui uno de los cuantos que ingresó a estudiar en la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Usac. Esta unidad académica recién se había fundado y por la situación política nadie quería estudiar periodismo.

Evoco que uno de los docentes sugirió formar grupos de estudio por afinidad. En el que integré estaba Rosa, una joven señora de cabello crespo, frágil figura y gran fumadora –era la época en que se fumaba en las aulas-. También estaba David Orantes, hermano de Rosa. Este era de nuestra edad pero muy alto y robusto A ella se le veía con mucho respeto, no solo porque nos llevaba unos años más sino que también porque era muy acertada en sus intervenciones. Llegaba en vehículo de modelo reciente, a veces acompañada de su hija como de nueve o diez años. La niña ingresaba y se sentaba en un pupitre del final del aula y se ponía a leer un libro. Era tan seria que nunca me animé a ver lo que leía.

Durante dos años integré el mismo grupo de los Orantes y jamás dieron la más mínima señal de ser izquierdistas radicales y mucho menos guerrilleros. Es más: a algunos compañeros les cayeron mal y los tildaron de burgueses porque criticaban a quienes se salían de clases para armas barullos, pero reprobaban los cursos y además no aportaban en las discusiones de las diferentes asignaturas. En los inicios de 1980 ya no llegaron los Orantes a la universidad. Los otros del grupo –dos mujeres y yo- creímos que habían abandonado la U porque les había dado miedo. Era lógico pensar así porque la Usac –en esa época- la consideraban un foco de la subversión y estaba en la mira del Ejército.

Con la lectura de “La Capitana María” del libro que comento, entiendo la actitud de los Orantes y el porqué de su abandono de la U, principalmente la querida y muy respetada Rosa. “María era para esas fechas una de las principales jefas político-militares de las FAR; delgada, de tez morena y pelo crespo, podía ser tan dulce como dura, incluso radical, era de familia acomodada, sus padres poseían algunas tierras en el suroriente del país, había estudiado en los mejores colegios de Guatemala e incluso en Europa, hablaba inglés y francés, según recuerdo.”, escribió Luis Ovalle Villatoro.

Cuarenta años después de haber compartido el aula universitaria con una extraordinaria mujer –la que un día me tarareó Eres tú- ahora me entero, a través de Historias y anécdotas guerrilleras, de parte de su vida privada y de su muerte. “En los años previos a la firma de la paz le sobrevino una enfermedad degenerativa del sistema nervioso que le provocó la muerte. Había pedido que sus restos fueran incinerados y depositados alrededor de una Ceiba, en una finca de combatientes desmovilizados, en Petén.”, registra el libro de Ovalle Villatoro. Que honor haber compartido con esa sorprendente y enigmática mujer. ¡Monjas blancas sobre su tumba de la Ceiba!

Pero como no todo es maravilloso y digno de aprobación, máxime en una obra de más de cien historias y anécdotas, confieso no haberme gustado El comandante en jefe. A decir verdad nunca he aceptado la sumisión militar, venga de donde venga. En el último párrafo de la anécdota, escribió Ovalle Villatoro: “De repente entró la jefa y tras de ella aquel hombre fuerte, sonriente, con barba de candado y una elegante camisa Guayabera. Quedé petrificado en un instante. Sólo lo había visto en aquella foto ampliada; de perfil y con boina, en la selva petenera. Mi actitud pasiva no era el resultado de una muestra de irrespeto; al contrario, era emoción; una parálisis momentánea frente a uno de los principales líderes del movimiento revolucionario guatemalteco; además desconocía si debía saludarlo de alguna forma en especial. Fue hasta que escuché: ¡Luis parate, es el comandante Pablo Monsanto!, que me puse de pie, le di la mano y contesté, con nervios, sus preguntas sobre lo que hacía en aquel momento.”

Confieso que nunca me simpatizó el tal Manzana y nunca lo vi como un gran revolucionario, máxime cuando por los días previos a la firma de los Acuerdos de Paz uno de los diarios guatemaltecos publicó una fotografía del susodicho en una charca-posiblemente de la selva petenera- viendo bañarse a un grupo de jóvenes guerrilleras. Después de la firma fue hasta candidato presidencial.

La obra de Luis Domingo –fundador y jefe de redacción e información del Centro Exterior de Reportes Informativos sobre Guatemala (CERIGUA)- es, además de amena lectura, una contribución para entender la historia reciente de Guatemala. Agradecimientos a su autor por contribuir a preservar la memoria histórica y escribirla con honestidad periodística.

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