Hay fechas cada año que no son un día más en el calendario sino que tienen profundo significado y condicionan el comportamiento del ser humano. La celebración del Nacimiento de Jesús es uno de esos momentos especiales que generan hasta un notable cambio de actitud respecto a nuestros semejantes, con quienes en esta etapa del año somos más solidarios y compartimos con todos por lo menos un saludo afectuoso deseando felicidad en las fiestas. Al margen de la parte comercial de la Navidad, hay una serie de detalles como el abrazo familiar en la media noche del 24 y la degustación de platillos tradicionales que van desde el tamal tan chapín, hasta sofisticados menús que hemos ido importando de otras latitudes. El hecho es que alrededor del Pesebre todos somos distintos y mostramos nuestro mejor rostro ante ese Niño Dios nacido de la Virgen María.
Este año, sin embargo, todo se ha visto trastocado por la presencia del virus del Covid-19 que justamente hace un año estaba causando las primeras infecciones y muertes en China y que, gracias a la modernidad en las facilidades de viaje, se propagó por el mundo en cuestión de semanas. En marzo llegó a Guatemala y nos cambió todo desde el anuncio del primer caso. Costumbres, tradiciones, oficios, distracciones y estilo de vida, todo se vino abajo porque nos debimos acostumbrar a una nueva forma de vivir, distanciados socialmente y enmascarillados. En esos primeros momentos ni se nos pasó la idea de que al final de año estaríamos aún condicionados por la enfermedad y fue la Semana Santa el primer tropiezo importante en cuanto a esas épocas tan especiales dentro de las festividades guatemaltecas.
Ahora estamos llegando a la Navidad y el Año Nuevo y 285 días después de que se montara la payasada del Presidente interrumpiendo un discurso para tomar “sorprendido” la llamada que le avisaba del primer caso, estamos bajo la advertencia de que la temida segunda ola ya llegó y debemos redoblar las precauciones. La gente se ha relajado, ciertamente, porque la información oficial es una basura y si nos dejamos llevar por los datos que ofrecen es natural que sintamos que el Covid no es tan grave.
La pandemia puso en mayor evidencia el fracaso y colapso de nuestras instituciones pero sacó lo mejor del individuo que aprendió a sacrificarse usando mascarilla no sólo para su protección sino preocupado por los demás. Ahora nos aprestamos a recibir al Niño recordando a los muertos y pidiendo por la salud propia y ajena, deseo que compartimos con nuestros lectores.