Adrián Zapata
En agosto del 2019 se presentaron 11,662 casos de desnutrición aguda. Un año después, en agosto de 2020, se sumaron 9,262, para llegar a 20,924. Esas cifras publicadas ayer significan que en un año dicho lastre aumentó en un 80%.
En Guatemala la desnutrición crónica infantil es una vergüenza nacional ante el mundo entero. Casi la mitad de nuestros niños (as) está en esa condiciones y en las áreas rural es aún más dramático. Pero ahora, a esa realidad se suma el dato referido. La perspectiva más trágica es que se produzca una hambruna en algunas regiones. O sea, que se concrete el riesgo, ampliamente anunciado y temido, que la crisis sanitaria provocada por la Covid 19 en el mundo, se convierta en una crisis de hambre.
El Objetivo de Desarrollo Sostenible número 2 de la ONU para el 2030, Hambre Cero, es obviamente inalcanzable para nuestro país. Pero, lo que es aún peor, ese flagelo se está agravando.
Es por eso que la Gran Cruzada Nacional por la Desnutrición que impulsa el gobierno se convierte en una de las principales prioridades nacionales. Pero la comprensión sobre cómo enfrentar el hambre aún es insuficiente. Hay resistencia a entender la necesaria asociación que tiene ese fatal fenómeno con la pobreza y la exclusión. Y, con mayor profundidad de análisis, con la desigualdad.
Lamentablemente, la llamada opinión pública, esa que gira alrededor de la agenda mediática, parece estar absorta en otros asuntos. Allí encontremos temas como las Cortes que no se integran, la Corte de Constitucionalidad cuya composición se discute, la venida del nuevo Embajador estadounidense con sus amenazas a los corruptos bajo el brazo, el show presidencial sobre la enfermedad de Giammattei y su milagrosa recuperación, el conflicto con ese adefesio llamado Centro de Gobierno, etc. Pero la angustia sobre la posible hambruna y la profundización de las paupérrimas condiciones de vida de los pobres, que son la gran mayoría, no está en la agenda.
Por eso es que la Agenda de Reactivación Económica presentada por el gobierno, que sin duda es necesaria, se queda muy corta al no pensar en una recuperación acompañada de transformación. No se atreve a plantear un crecimiento económico inclusivo, no concentrador.
El aumento explosivo de la desnutrición crónica debería traer a la agenda pública ese tema que muchos quieren seguir ignorando, el desarrollo rural integral.
El tema de la producción de alimentos es fundamental, no sólo porque es un componente central de una política de seguridad alimentaria y nutricional, sino que también porque quienes se dedican a ella tendrían la posibilidad, al volverse excedentarios y vincularse a los mercados, de tener ingresos que les permitieran una vía de escape de la pobreza.
Las élites guatemaltecas no pueden seguir siendo sordas y ciegas ante esta alerta.
Los efectos económicos de la pandemia impactarán negativamente a Guatemala, igual que al mundo entero (salvo aquellos a los cuales la crisis les ha aumentado su enriquecimiento). Según datos de la CEPAL estamos entre los cuatro países de América Latina en los que crecerá más el número de pobres.
Ahora que está de moda ese asunto de los semáforos, podemos decir que el incremento de la desnutrición aguda pone al país en semáforo rojo, en términos de futuro inmediato.