Arlena Cifuentes
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El Papa Francisco en su nueva Encíclica “Fratelli Tutti” habla sobre el dogma neoliberal que se enmarca en “un pensamiento pobre, repetitivo” y entre otros muchos sobre “el virus del individualismo”. Me permito citarlo porque considero que son dos elementos –de muchos otros- entre los que se debate la humanidad.

Vivimos en una cultura de muerte no de vida en donde la esperanza se aleja cada vez más porque así lo propiciamos los seres humanos. Nos hemos convertido en seres nefastos que atentan en contra de si mismos hemos perdido el valor y el sentido de la vida, nuestra razón de ser, el concepto de Ser humano. Es decir, somos causa de muerte. Desde los daños cometidos en contra de la naturaleza como de la permisividad y la deformación de nuestro Ser tal y como fue concebido por Dios y cuyo exterminio toma diferentes formas. El permitir la muerte de miles de connacionales por hambre y desnutrición es un homicidio; permitir que a través de la utilización de diferentes mecanismos como el mal uso de la tecnología que pretende anular nuestra capacidad de pensar sin darnos cuenta en nuestro estrecho mundo que ello es parte de un objetivo latente que cada vez es más obvio pero que nos negamos a ver enredados en la trama en que deliberadamente y sin que nos demos cuenta nos han puesto a jugar con el fin de lograr nuestro embrutecimiento y robotización. Ejemplos de esto hay muchos: la ideología de género es una de ellas, el plan de la globalización mundial que busca apoderarse del mundo es el objetivo fundamental para cuyo fin la castración de los sentimientos más nobles del ser humano: la solidaridad, la bondad, el amor a nuestros semejantes –que hoy parece más idílico que nunca- la misericordia, la compasión y el que nada nos duela ni conmueva cada vez más son pilares de este monstruoso plan.

Los valores morales como base de la familia y cuya desaparición quizá tenga que ver con la desintegración familiar tan frecuente hoy en día y, que trae como consecuencia el que las nuevas generaciones no le encuentren sentido a la vida pasando a engrosar los millones de sobrevivientes que prefieren escapar de una cruenta realidad a través de las drogas, la prostitución, el alcohol y tantos otros. Nada nos asombra, ni la creación de Dios ni los abusos y atropellos más infames que permitimos que cometan quienes detentan el poder político y económico.

Males como la trata de personas no son gratuitos son deformaciones que expulsa la sociedad en todos sus niveles las cuales hemos admitido como el pan de cada día metiendo en un mismo saco la injusticia, la corrupción, la desvergüenza y cinismo de las autoridades, la impunidad como mecanismo ideal que se encarga de apañar los robos e ilegalidades con el aditivo que con nuestra inercia y silencio les damos el visto bueno. la indiferencia y el egoísmo nos invaden. Estamos auto-destruyéndonos, contribuyendo así a la desnaturalización del ser humano.

Hablar de solidaridad social nos ha quedado y nos queda muy grande sobre todo ahora en tiempos de pandemia porque la realidad se hace más evidente aunque siempre ha estado ahí y siempre hemos pasado de largo.

Importante sería reconocer nuestro individualismo egoísta viviendo como si nada sucediera ahí afuera, como si cada quien fuese el único existente, el centro del universo. Nos hemos dejado embrutecer por la tecnología y el consumismo. El sufrimiento de los demás no nos interesa pensamos que no nos incumbe. Tampoco estamos conscientes de que estamos siendo objeto de un proceso voluntario de transformación de donde irá emergiendo un ente –no puedo llamarle humano- cada vez más deshumanizado, a quien le está siendo extirpada la capacidad de crear de pensar de discernir de sentir. Aunque, aún quedemos rezagos de estos seres en peligro de extinción.

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