Dennis Orlando Escobar Galicia
Periodista

A principios de marzo estuve muy interesado en ir al cine y ver La Llorona, anunciada para estrenarse el día 12 en las salas de Guatemala. No sé si se estrenó. En mis planes tenía programada la fecha 13 de marzo, día que se anunció el primer caso de covid-19 en el país y, por tanto, de tomar medidas precautorias.

El autor, Jayro Bustamante, es un joven talentoso autor de Ixcanul (2015), la película más premiada en la historia de Guatemala y que es de lo mejor que he visto de marca centroamericana. Ahora, con La Llorona, nuevamente he quedado impresionado del talento de nuestro coterráneo, en virtud de que combina lo político con lo sobrenatural. También tiene otro filme: Temblores (2019) que trata sobre la homosexualidad y el fanatismo religioso. En esta trilogía trata problemas sociales de la realidad guatemalteca, haciendo hincapié en la discriminación y la violencia.

Vi La Llorona gracias a un amigo que me proporcionó un DVD –creo que «pirateado»-. No obstante, con buen sonido y nítida imagen. Tan sólo tuve un apuro: los diálogos en idioma maya no tenían traducción; afortunadamente no eran muy largos y se connotaba su contenido. De repente es parte de la edición para que el perceptor piense y se involucre en la historia.

La Llorona es una recreación bastante libre -pero muy creativa- desde el punto de vista político de la leyenda americana del mismo nombre y que en Guatemala forma parte de su folclore. En este filme madres que perdieron a hijos durante la época más cruel del conflicto armado guatemalteco (1975-1985) exigen sin cesar el aparecimiento de sus descendientes o el lugar donde fueron enterrados y el castigo a los responsables. El General acusado de genocidio -encerrado en su vivienda- escucha por las noches llorar a una madre –al igual que la Llorona buscadora de sus hijos-. La mujer y la hija del General (del que verdaderamente trata la película) –que no se parecen en lo más mínimo a las reales- creen que está sufriendo demencia por las presiones sociales y por no tener la conciencia tranquila.

Desde el inicio la película presenta un ambiente letárgico que anuncia suspenso: varias mujeres de negro rezan un monótono rosario. (Esta escena mi hizo recordar el inicio de El Gatopardo, de Luchino Visconti). Además, me desconcertó la escena porque el General –al que se alude sutilmente- no profesaba el catolicismo. En la siguiente escena, al final del rezo, sale el personaje –un tanto parecido al real- degustando whisky y cigarro –otro distractor. Es evidente, entonces, que el mensaje no es denotativo; reflejando con ello que aún persiste el temor a expresarse sin mordaza. Bueno…pero también no olvidemos que en el arte el mensaje debe ser ambiguo, autorreflexivo y, ante todo, estético. La película de Jairo, por tanto, debe interpretarse después de un concienzudo análisis semiótico, recurriendo a toda la simbología visual y auditiva.

Una escena muy bien lograda, y que nos hace recordar al General, es la del juicio por genocidio. Está tan bien realizada que pensé que habían tomado acciones del verdadero caso jurídico. La jueza con su pelo rizado y grandes lentes supone a la recordada jueza Jazmín Barrios (La Colocha) y entre el público aparece la Nobel de la Paz Rigoberta Menchú, actuando con mucha naturalidad.

El sonido en la película está muy bien logrado y se ajusta perfectamente en la mayoría de escenas: agrada sobremanera el uso de los instrumentos autóctonos cuando sobrevivientes de HIJOS protestan frente a la residencia del General, así como el ruido que provocan las piedras al ser lanzadas sobre las ventanas y los tamborazos de La Batucada del Pueblo. La canción La Llorona (copla popular mexicana, originada en Oaxaca y que no tiene una versión única) es interpretada por Gaby Moreno que le hizo arreglos.

El General de la película, además de genocida es un abusador de mujeres, principalmente de indígenas. En una de las noches es descubierto por la esposa y la hija ingresando al cuarto de las trabajadoras domésticas. La esposa le pide a una de las empleadas que ya no use el uniforme porque le queda muy ceñido. Además, le dice a su hija: «A Enrique siempre le han gustado las mujeres, sobre todo las indias».

La obra, en síntesis, es una narración con suspenso de las pesadillas que sufre el personaje principal en el marco de un juicio donde se le acusa de genocidio; así como también el tormento de que es víctima la esposa, la hija y la nieta por las demencias del General.

La película concluye con la ceremonia de inhumación del General, los pésames a la familia y una escena en un urinario de la funeraria donde los ancianos militares que participaron en matanzas siguen intranquilos y sufriendo alucinaciones.

Al final de los créditos –por cierto, bastante prolíficos- aparece el texto siguiente: «Los personajes, las situaciones y los diferentes lugares en esta película no están relacionados con ninguna realidad actual o pasada. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, sólo puede ser puramente fortuito y no puede relacionarse ni siquiera indirectamente con la realidad.»

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