Jorge Santos
Slavoj Zizek en su más reciente obra llamada Pandemia refiere que, no hay vuelta a la normalidad, la nueva “normalidad” tendrá que ser construida sobre las ruinas de nuestras viejas vidas, o nos encontraremos en una nueva barbarie cuyos signos ya son claramente discernibles. Es muy probable que la única certeza que tengamos las y los guatemaltecos es que si deseamos un presente y futuro mejor para todos y todas, será necesario destruir la histórica conformación de nuestro Estado y construir otro muy opuesto al actual.
Vale la pena recordar que Guatemala antes de la pandemia estaba en un sitial de países altamente inequitativos y desiguales. Sabíamos que más de 10 millones de habitantes subsisten en condiciones de pobreza y que de ellos casi 3 millones de habitantes subsiste en condiciones de extrema pobreza y que esta condición es causa y efecto de violaciones a otros derechos humanos, tales como la salud, educación, vivienda digna, entre otros. Este hecho se ve agravado por un Sistema de Justicia ineficiente que mantiene niveles elevados de impunidad, factor que permite la multiplicación de los hechos de violencia contra la población, en la medida que es permisivo con los delincuentes, particularmente con los de cuello blanco.
Sabíamos también que la conformación del Estado se ha dado para la garantía de privilegios de unos cuantos. Esta organización del Estado permite que en el país exista una seria violación de los derechos humanos, particularmente derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Fenómenos estructurales tales como la inequidad, racismo y un modelo de producción concentrador de la riqueza, se suman a otros fenómenos tales como la corrupción, violencia e impunidad, que reproducen una masiva, sistemática y flagrante violación a derechos humanos.
Estos hechos, contrario a lo que debería de producirse, se profundizan con la llegada de la pandemia al país y el rostro más atroz de la inequidad se nos muestra implacable. Distintos gobiernos y este en particular se han esforzado porque esa condición de inequidad se mantenga en el país. Todas las acciones gubernamentales después del 13 de marzo, han sido diseñadas para el privilegio de oligarquía guatemalteca y sus inversiones. Mientras miles de personas se contagian, como el resultado de la búsqueda de ingresos para sus familias, la elite privilegiada maneja a su sabor y antojo los negocios. Miles de trabajadores y trabajadoras son forzadas a llegar a sus labores en maquilas, en centros de atención telefónica o a grandes industrias de los monopolios en Guatemala.
Miles de capturas y juzgados llenos de gente pobre, mientras los privilegiados y sus hijos pueden hacer fiestas, emborracharse y drogarse hasta el cansancio, al final el que ira a sufrir el sistema público de salud serán los de siempre, los pocos privilegiados lo harán desde casa, siempre al cuidado de otros y otras trabajadoras que velaran por su salud. Es esta Guatemala de extremos la que habrá que destruir para construir una nueva, donde todos y todas seamos realmente iguales ante la ley.