Juan José Narciso Chúa
47 años se pasaron desde que nos conocimos, fueron casi 5 décadas de amistad entrañable. Fredy siempre se destacó por su enorme bondad, misma que lo llevó a organizar una fundación desde donde pudo ayudar a cientos de niños y niñas en materia de educación, así como ayudar al mismo tiempo a los padres de estos niños quienes solicitaban consejo, consultas, trámites y otras cosas similares.
Fredy siempre fue pródigo en dedicar parte de su tiempo a enfermos también, recuerdo que con Carolina y sus hijos iban a los hospitales a entregar panes y café a los enfermos. Su corazón y su bondad siempre fueron su característica como ser humano. La amistad para con nosotros también fue imperdible.
Nos conocimos en la Escuela de Comercio y a partir de ahí, el viaje de la vida nos permitió permanecer juntos, haciendo de cada reencuentro un espacio para recordar gratas memorias, retomar charadas que pasamos de jóvenes, las cuales las repetíamos y contábamos como si hubieran sido recientemente, e igual nos matábamos de la risa al retomarlas.
Inolvidable es el momento cuando muy afectado por la situación política y aún más dolido por asesinato de Oliverio Castañeda de León, me dirigí al entierro, pensé sólo verlo e irme, pero en la fila venía Fredy y me jaló inmediatamente hasta que enterramos a Oliverio, aún bajo todas las condiciones de inseguridad que existían y el temor que se cernía ante tal atrevimiento, en aquellos años.
También es imperdible en la memoria, aquella bomba lacrimógena que no estalló en una manifestación y Fredy la tomó y se la llevó, pensando que ya no servía, se subió a un ruletero y se fue a su casa, pero en el camino todos los pasajeros empezaron a lagrimear, entonces se dio cuenta que todavía emanaba gas lacrimógeno, pero en cantidades menores.
Las reuniones en casa de Fredy y Carolina resultan inolvidables, ahí nos congregaba a José Reynoso, Danilo Flores, Edgar Palomo, Roberto Álvarez (+), Sergio Paredes (+), Sergio Mejía y yo. Juan Arturo Tobar ya se había ido a Estados Unidos, pero siempre fue parte de esta tropa alegre e irreverente. De estas reuniones, generalmente, salíamos en la madrugada de un nuevo día. Inolvidable. Todos nos graduamos de la Escuela de Comercio, a excepción de Sergio Mejía quien se graduó de la Escuela Normal.
No olvido tampoco una de las muestras más recientes del espíritu bondadoso de Fredy. El año pasado, Fredy nos pidió que lo acompañáramos a una Escuela en Jalapa, en una pequeña y remota aldea, a donde llegamos a regalar artículos deportivos para los niños y niñas de la escuela, las maestras ya lo conocían y por ello nos hicieron una amable y cálida recepción. Acá uno se estrella con una realidad lacerante y asume muchas cosas como normales, pero la verdad era contrastante.
Nos reuníamos periódicamente a desayunar, el lugar era el mismo de siempre y también se repetía el mismo plato que comíamos todos. Disfrutábamos muchos de estas reuniones, siempre nos carcajeábamos alegremente. Una de estas últimas reuniones Fredy nos citó fuera de las fechas normales de cumpleaños, pero todos pensamos que era nada más para retomar las reuniones.
Sin embargo, ese día Fredy, con la entereza que le caracterizaba, nos contó de la enfermedad que tenía y de las alternativas que tenía, hizo todo lo que pudo con la ayuda indiscutible de sus hijos y Carolina, hasta que no pudo más. El 8 de mayo, día de su cumpleaños, nos reunimos con todas las condiciones de seguridad posibles, llegamos todos. Fredy tuvo el encomio de hacer un brindis por nuestra amistad y nos agradeció la misma. A Fredy le sobró entereza y a mí me faltó el valor de decir algo.
El dolor es todavía inmenso. Hoy que escribo esta nota, no puedo dejo caer lágrimas sobre su ausencia. Carolina, Javi, Andrea y Pamela mi más sentido pésame. Descansá en paz querido Fredy, hasta siempre querido amigo.