Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Hemos pensado quizá poco en los efectos del confinamiento en los niños y adolescentes.  Enfocados particularmente en cuidar la salud del cuerpo, en no vernos afectados por el virus mortal, hemos descuidado la salud psíquica de los más vulnerables.  Desde ese ámbito, están sin duda invisibilizados y, sin embargo, con un cuadro que merecería nuestra atención.

Lo que sobrellevan a diario no es solo el encerramiento, que no es poco, sino la privación de contacto con amigos y familiares cercanos; la incapacidad de distracción fuera del ámbito del hogar; el disfrute de experiencias nuevas posibles en ambientes eminentemente sociales.  Los efectos de la pandemia la sufren aunque a veces no lo expresen o se esfuercen en distracciones intensas para olvidar sus sentimientos.

A ello hay que agregar la violencia a la que se someten en casa.  Las noticias no solo han revelado el aumento de la agresividad contra ellos, sino también entre sus padres mismos.  En algunos hogares el espacio familiar se ha convertido en un campo de batalla en el que los principales afectados son los menores y adolescentes inmersos en un ecosistema dañino.

Tiene sentido por esa situación lo declarado en una entrevista por el pedopsiquiatra, Richard Delome, jefe de servicio de pedopsiquiatría del hospital Robert-Debré en Francia, al expresar su inquietud por la persistencia del estrés crónico entre los pequeños.  Al inicio de la pandemia, afirmó, hubo una caída impresionante de visitas al centro de tratamiento, todo parecía normal y feliz, pero a los pocos días las cosas empezaron a cambiar.

“Después de dos semanas volvió la actividad.  Vimos pacientes con problemas de ansiedad, alimenticios, depresivos, también con impulsos de automutilación. En la mayoría de los casos, los síntomas se presentaron en niños y adolescentes sin antecedentes psiquiátricos.  En el contexto actual el riesgo de suicidio entre los jóvenes no es poco”.

Poner en evidencia lo que sucede en el interior de nuestras casas puede llamarnos a la conciencia de la tarea pendiente.  Por una parte, a la voluntad comprensiva que conduzca a la empatía con nuestros niños, pero por otra, al compromiso constructivo de relaciones sanas o equilibradas entre los responsables de la familia.  Se trataría de un esfuerzo ordinario para la gestión de una crisis extraordinaria.

Sí, tenemos que poner al mismo nivel la urgencia sanitaria y la urgencia pedagógica.  Salir indemnes de la pandemia, sin rasguños en la piel ni en nuestras emociones.  Para ello, es importante que los adultos cumplamos con lo que nos toca.  Es hora de sacar lo mejor de nosotros mismos y superar la prueba con el amor que exigen las circunstancias.  No impedirá el sufrimiento, pero ayudará a sobrellevarlo.

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