Por: Ángel Elías

El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal murió el 1 de marzo pasado. Partió, por mucho, el mejor poeta de Centroamérica de los últimos 100 años.

Dejó detrás una enseñanza de lucha, rebeldía, salpicados con mucha poesía. Nicaragua lo vio nacer y ahora lo despide.

Sacerdote y poeta, en ambos oficios muy comprometido. En el primero, lo ejerció, aunque la Iglesia lo vetó durante casi 35 años, en el segundo lo fue hasta su muerte. Y es que hablar de Ernesto Cardenal a las nuevas generaciones, no solo es por su posición revolucionaria, sino también por su sensibilidad en las letras. Un poco de patriotismo, amor a la libertad y amor por el amor. “Yo he repartido/ papeletas clandestinas/ Gritando/ ¡Viva la Libertad!/ en plena calle/ desafiando a los/ guardias armados/ Yo participé en la/ rebelión de abril/ pero palidezco/ cuando paso por tu casa/ y tu sola mirada/ me hace temblar”.

Así era Cardenal, directo, sobrio y gentil. Su poesía no puede olvidarse, sus letras permanecen intactas en el tiempo. Acompañando a los solitarios, a los espíritus errantes, a los desheredados. “Muchachas que algún día/ leais emocionadas estos versos/ y soñéis con un poeta./ Sabed que yo los hice/ para una como vosotras/ y que fue en vano”. Pero no fue en vano la certeza de sus letras, esas que hieren, que se quedan como una espinita en el corazón de quien los lee. Muchos años después, de esa astilla florecerán rosas.

La poesía de Cardenal es comprometida, política y determinada. En los peores momentos de la dictadura de Somoza, en Nicaragua, Cardenal sabía que ante la poesía no había defensa alguna, no había verdad que se ocultara, ni fuerza que la callara. “Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido/ ni asiste a sus mítines/ ni se sienta en la mesa con los gánsteres/ ni con los Generales en el Consejo de Guerra./ Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano/ ni delata a su compañero de colegio./ Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales/ ni escucha sus radios/ ni cree en sus slogans/ Será como un árbol plantado junto a una fuente”. Bienaventurados los que leen estos versos, porque seguro serán salvos.

Leer los poemas que este poeta centroamericano legó a la humanidad son un recorrido por la ternura, por el espíritu revolucionario del poeta, del sacerdote, del ser humano. Sus textos nos muestran lo que identificó a Cardenal: su certeza. “Yo no canto la defensa/ de Stalingrado/ ni la campaña de Egipto/ ni el desembarco de Sicilia/ ni la cruzada del Rhin/ del general Eisenhower:/ Yo sólo canto la conquista/ de una muchacha”. Lo logra y con un excelente atino.

Sus poemas en Epigramas son la punta de lanza de las líneas que destilan letras rotas y desencanto, pero, (siempre en su literatura hay un pero) su desenlace es lo que hace único a este poema. “Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido:/ yo, porque tú eras lo que yo más amaba/ y tú porque yo era el que te amaba más./ Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:/ porque yo podré amar a otras como te amaba a ti,/ pero a ti nadie te amará como te amaba yo”.

Ernesto Cardenal nació el 20 de enero de 1925 en Granada, Nicaragua, hijo de familia culta; estudió el bachillerato en el colegio de jesuitas de su ciudad. En 1943 viajó a México donde cursó Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México. Este año, nos deja, pero no nos abandona.

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