Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Recibí una llamada telefónica de Gedeón. Me invitaba a tomar un café en el Chip’s el día jueves a las diez de la mañana. Conociendo las ocurrencias que tiene, la verdad es que no dejé de sentirme un tanto angustiado. Es que siempre que me busca termino metido en problemas.

–Quiero que te preparés porque te tengo una buena sorpresa –me dijo.

–¿Ah sí? –le respondí– ¿Y de qué se trata?

–¿Y no te estoy diciendo que se trata de una sorpresa, pues? –me dijo.

Como apenas estábamos comenzando la semana, le respondí que estaba bien y le di las gracias por haberme avisado con suficiente tiempo, ya que de esa forma podría programar adecuadamente mis actividades. Eso fue lo que le dije, pero de todos modos se me olvidó. Últimamente he estado en tantas cosas que si no anoto mis compromisos en mi agenda, corro el riesgo de los olvidos; de tal forma que el jueves a media mañana recibí su llamada a mi celular.

–¿Y qué pasó con vos? –me preguntó.

Tuve que ofrecerle mis más cumplidas disculpas y explicarle que un compromiso ineludible no me había permitido estar con él a la hora convenida, pero que en 15 minutos llegaría, ya que no andaba muy lejos. No sé por qué, pero de inmediato recordé a don Mario, quien afirmaba que desde que se habían inventado los pretextos todo el mundo se había vuelto irresponsable.

Es cierto que los encuentros con Gedeón siempre me acarrean problemas, pero es mi amigo; le tengo afecto, es buena gente y se trata de una persona que en ninguna forma es mal intencionada.

En cuanto me vio llegar se levantó. Me recibió con las muestras de cariño de siempre y me llevó hasta su mesa. Pude ver que tenía una caja de cartón bastante grande y me comenzó a entrar la angustia. Luego de preguntarme por la familia, por la salud y por las cosas de la vida, puso muy ceremoniosamente una mano sobre la enorme caja y me dijo mirá, como vos sos una persona a quien yo quiero mucho y sé que te mantenés leyendo libros, me fui a meter a una de esas librerías donde venden libros usados, porque como bien sabés, no tengo mucho dinero, y busqué los libros más grandes que pude y te los compré.

Mirá nada más qué belleza, dijo, mientras sacaba de la caja un libro verdaderamente gigantesco y muy bien empastado, cuyo título decía: “The theatre in the United States of America in the last hundred years”. Tenía 1835 páginas.

–Está en inglés, pero como vos sos bien inteligente, de plano que rápido lo vas a leer y te va a gustar bastante. Mirá esta otra belleza. –continuó.

Y efectivamente, sacó otro libro enorme y también muy bien empastado. El título era: “Memorias de la Constituyente de la República Oriental de Uruguay durante los años 1934 al 1940”. Este libro también tenía casi dos mil páginas.

–Y no te saco los otros porque quiero que los vayás descubriendo poco a poco y me vayás dando tu opinión.

Le di las gracias lo más comedidamente que pude; y luego de platicar de cualquier cosa, de pagar la cuenta y de llevar la caja entre los dos a mi carro, nos despedimos. Al llegar a mi casa tuve que sacar los libros uno por uno debido a la incomodidad por el tamaño y el peso de la caja.

Apenas había transcurrido una semana cuando de nuevo me llamó Gedeón. Quería saber qué tal me había ido con las lecturas. Le respondí que muy bien, y que en cuanto terminara con todos los libros le haría los comentarios al respecto.

–Sí, –me dijo– porque te tengo la buena noticia de que ya he andado por otras librerías y ya te conseguí otros libros grandes.

Como esa nueva noticia sí me llenó de miedo, le pedí que no se estuviera tomando tamañas molestias.

–No es ninguna molestia, –me respondió– al contrario, vos te merecés tener buenos libros porque sos bien inteligente.

Viendo el alto concepto que tiene sobre mi persona, no me quedó más que darle las gracias.

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