Roberto M. Samayoa Ochoa
Masculinidades e inclusión social

Para aprender a ser macho no hay que esforzarse, ya que las condiciones familiares y sociales están dadas desde antes del nacimiento del niño. Aparte de los roles de género más comunes: juguetes, colores, ropa y nombre, por ejemplo, hay otros que se aprenden de forma más sutil, pero que tienen un impacto más profundo en la construcción de la identidad del hombre.

El hombre es adiestrado desde niño en que lo que él dice es importante, porque es hombre. Aprende también que puede decir una cosa mientras siente otra. Aprende a saludar a quien no quiere y a dar besos por obligación a tíos, primas, amigas y amigos de la familia. No lo quiere hacer, pero debe hacerlo bajo la condena moral de ser feo, maleducado o malcriado si no lo hace, y el premio prometido por hacer lo que no quiere. Sin embargo, no aprende a identificar sus propios deseos y sentimientos sino a falsearlos.

Muchos de los hombres adultos actuales fueron adiestrados por el sistema patriarcal, bajo premisas como que el hombre debe ser racional, fuerte, tener disponibilidad sexual permanente y debe ejercer poder. Caso contrario, se pone en duda su virilidad, ese conjunto de ideas construidas socialmente que dan valor absoluto a elementos cambiantes que la sociedad asigna a los hombres. Ni siquiera se espera que el hombre sea guapo, bello o apetecible. Basta con que sea hombre porque “el hombre es como el oso, entre más feo, más hermoso”.

¿Cómo saber identificar lo que la otra persona quiere? ¿Al decir que no, está diciendo que sí? ¿Al decir que sí, está diciendo que no? Dado que el sistema patriarcal no educa, solamente adiestra, es exitoso en su cometido, ya que no hay educación emocional ni para comprender las propias emociones ni las de las otras personas con quienes se socializa. Este mensaje tiene un lugar preponderante en el imaginario social: “Dime que no y me tendrás pensando todo el día en ti, planeando una estrategia para el sí”, “Yo me daré a la tarea de que me digas que sí”, “lánzame un sí camuflajeado”, canta Ricardo Arjona, por ejemplo.

Uno de los problemas del adiestramiento es que no permite cuestionar las formas, los procedimientos ni hacer una lectura crítica de la información. Además, al patriarcado no se le cuestiona. Es por eso que los hombres, hijos del patriarcado, no se cuestionan la forma de socializar con otras personas y sobre todo con las mujeres. Una y otra vez repiten los mismos esquemas del amor romántico que los llevan al fracaso: irrespeto, acoso, asumir que los sentimientos son recíprocos, objetivar a la otra persona y verla como propiedad privada y tener una autoestima distorsionada de la realidad, por lo general tirando a narcisista. El patriarcado ha enseñado a los hombres que son irresistibles y que por lo tanto si una mujer dice que no es porque ella no sabe.

Es el caso extremo del mansplaining o machoexplicación (término aceptado en castellano) y que consiste en que un hombre explica un tema a una mujer, con tono paternalista y condescendiente, aun cuando ella sea experta en el tema. Desde la racionalidad, premiada por el patriarcado, el hombre cree que ella no sabe, que no se da permiso, que no experimenta su sexualidad o que no se ha dado cuenta del buen partido que es él. Desde la lógica del macho no hay cabida para la emocionalidad, para comprender que la sexualidad implica pensamiento, sentimiento, intimidad y respeto por el proceso que cada persona realiza en su interior.

El proceso dinámico de establecer una relación con otra persona no es lineal, puede haber intimidad o no y puede haber sexogenitalidad o no. O incluso puede llegar a punto muerto o volver a empezar. Sin embargo, para el patriarcado, esto es dinamitar dos de sus bases: falocentrismo y androcentrismo que en este caso puede ser interpretada como: toda erección debe culminar con penetración y eyaculación y el hombre es el depositario de toda la verdad sobre sexualidad.

Las consecuencias de que los hombres no estén en conciencia de los lenguajes de las otras personas no son solo las idealizadas por el amor romántico, como los besos robados o los “soldados caídos” del 14 de febrero. El avance sexual, el acoso, la violencia sexual y las violaciones son parte del mismo problema. En los años ochenta sonaba la canción: “Soy el ladrón de tu amor” de Gualberto Ibarreto que sirve de ejemplo para lo indicado: “Aquella noche un vagabundo cambió tu risa en amargura y sin permiso entró en tu mundo para robarte la ternura (…). Soy el ladrón de tu amor, tu mal recuerdo, soy el nombre que no quieres mencionar (…) quien te hace llorar es quien te ama”. Esta canción y cientos más de ellas junto a cuentos, anécdotas, expresiones y experiencias están alojadas en el imaginario del macho que todos los hombres llevan dentro, sin excepción.

¿En realidad puede un hombre cuestionar, deconstruir comportamientos abusivos, dañinos para la propia persona y para los otros y reconstruir una identidad distinta, con los mismos elementos pero con una conciencia distinta? Una de las fases de la violencia basada en género ejercida contra la mujer pasa por la promesa del agresor de que va a cambiar: Te juro que voy a cambiar, esta es la última vez que lo hago, nunca más voy a hacerlo. Son frases repetidas que más que una buena intención reflejan ignorancia y lealtad al sistema.

Ningún hombre puede cambiar un comportamiento abusivo por sí mismo, sino solamente puede lograrse con la toma de conciencia del problema, con ayuda externa que puede incluir el acompañamiento terapéutico, con el acompañamiento de otros hombres y mujeres, y con la revisión continua y permanente de las propias acciones. Para cambiar de comportamiento hace falta más que un adiestramiento racional y más que refugiarse en el pensamiento mágico de oraciones y energías. Conlleva la toma de conciencia y el reconocimiento de que hay un problema, darse cuenta de que lo aprendido debe ser sustituido, mostrar interés por hacer el cambio, ejercitarse y probar el construir relaciones distintas desde lo aprendido, adoptar los nuevos comportamientos, revisitar las relaciones y resarcir. Sin embargo, este no es el final del camino. El sistema se encarga de evidenciar los privilegios que tienen los hombres y de reclamar su fidelidad. Siempre se puede retroceder. Siempre el macho, ese mini me que se lleva dentro pedirá ser visible. Es el reto de la conciencia permanente.

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