Por KIRSTEN GRIESHABER
BERLÍN
Agencia (AP)
La hermana Brigitte Queisser camina lentamente entre los escombros del Muro de Berlín. Con sus 77 años, hace una pausa para recuperar el aliento, abre una puerta y cruza de la antigua Berlín occidental a lo que supo ser el lado oriental, comunista.
Ese simple paso era una odisea para quienes intentaban escapar de Berlín oriental hacia el oeste durante las tres décadas que el muro dividió la ciudad. Algunos intentos eran planeados meticulosamente durante meses, otros eran acciones impulsivas, osadas.
Muchos salieron bien, cumpliéndose todo lo planificado al pie de la letra. Pero la hermana Brigitte, diaconisa de la Orden Luterna de San Lázaro, fue testigo de primera mano de las consecuencias que sufrían quienes no lograban cruzar.
Cruzando la calle Bernauer Strasse donde se encontraba el muro, la orden tenía una clínica que ofrecía ayuda inmediata a quienes resultaban heridos tratando de cruzar al otro lado, desafiando a los soldados que vigilaban, incluso desde torres. Las hermanas también enterraban a quienes fallecían en el intento.
“Se destruyeron familias, la gente no podía ir libremente de un barrio a otro. Muchos murieron tratando de cruzar al oeste”, relató. Al recordar esos tiempos duros, la hermana Brigitte tocó la cruz de plata que cuelga de su cuello, por encima de su hábito azul oscuro.
“Fue una pesadilla”, afirma.
Al conmemorar el 30mo aniversario de la caída del Muro de Berlín el mes que viene, los alemanes también recordarán a quienes fueron arrestados, sufrieron heridas o murieron tratando de escapar mediante túneles cavados debajo del muro, a nado, trepándolo o incluso por el aire. Al menos 140 personas fallecieron en esas empresas, según los estudios más recientes.
El muro comenzó a ser construido en 1961, lo que el líder de Alemania Oriental Walter Ulbricth describió como “un muro protector antifascista”. En realidad, su objetivo era evitar que los alemanes orientales se pasasen al oeste.
Funcionó durante 28 años y hasta el 9 de noviembre de 1989 fue una presencia siniestra, símbolo de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Las diaconisas de San Lázaro vivieron todo esto en carne propia, como testigos presenciales, ya que la clínica y la residencia de la Bernauer Strasse quedaron separadas del cementerio de la orden por el muro.
“Atendíamos a todo el que resultase herido en nuestra clínica de primeros auxilios”, recuerda la hermana Christa Huebner, de 84 años. “Muertos o vivos, heridos, fracturados… de todo. Nos asegurábamos de que recibían los primeros auxilios y veíamos si debían ser hospitalizados”.
Muchas de las hermanas trabajaban como enfermeras en el hospital. Desde las ventanas frente al muro podían ver los intentos de fuga.
“Vi jóvenes que saltaban desde los techos hacia el otro lado del muro, donde los esperaban bomberos con redes. Algunos que trataron de escalar el muro con sogas hechas con ropa venían con las manos ensangrentadas”, dijo la hermana Christa al rememorar esos años turbulentos junto con otras religiosas jubiladas de la orden, que residen en el mismo complejo donde estaba la clínica.
“Una vez vi un la tapa de una alcantarilla que era abierta desde abajo y dos personas salieron a la calle. Se habían escapado a través de los túneles del alcantarillado”.
“Pero hubo otros que no tuvieron tanta suerte”, señaló la religiosa. “Atendimos a muchos que murieron” en el intento.
Dado que el cementerio de la orden quedó del otro lado del muro, tenían que enterrar a la gente en otros sitios.
“Nuestras tumbas fueron parte de esa faja de la muerte”, dijo la hermana Brigitte. “No podíamos atender las tumbas, la policía patrullaba de día y de noche”.
Hoy las diaconisas pueden ir al cementerio y visitar las tumbas de sus hermanas.
Parada debajo de un viejo árbol de tilo, la hermana Brigitte observa las lápidas de mármol de sus antiguas compañeras. Escuchan el ruido de grupos de estudiantes y turistas que visitan el sitio donde estaba el muro.
“A menudo pensé, ‘Dios, ¿no puedes llevarte este muro?’”, dice la religiosa. “Cuando finalmente sucedió, fue una enorme satisfacción. Al mismo tiempo, algo incomprensible”.
“Fue un milagro”, expresó.