Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hace algunas semanas escribí un artículo en el que planteaba (a manera de interrogante) la posibilidad de que las redes sociales –y el Internet, en términos generales– estén cambiando la manera de percibir la Democracia en el mundo y la forma (o formas, quizá) de hacer política. (Puede encontrarse el artículo referido, titulado “Democracia en la era de Internet y las redes sociales” en: Suplemento Cultural, Diario La Hora, Guatemala, 19/07/2019; y en versión electrónica en: https://lahora.gt/democracia-en-la-era-de-internet-y-las-redes-sociales/). En esa línea de ideas, justo ayer leí en The New York Times, International Weekly, un análisis firmado por Max Fisher y Amanda Taub al que titularon “YouTube alimentó a la extrema derecha”, texto en el que los autores se introducen brevemente en la vorágine de sucesos acaecidos en el marco del ejercicio político de los últimos años (aunque no especifican fechas) en Brasil, haciendo una suerte de relación con la instalación de un sistema de inteligencia artificial que por esos días realizó YouTube en su plataforma de Internet, sistema que aprendía del comportamiento de los usuarios y que vinculaba, además, videos con recomendaciones de canales dentro de la plataforma. Ese caso, aludido por los autores citados, resulta paradigmático, sin duda, pero también lo son casos recientes como el de Suecia con relación al tema de la inmigración, en donde el uso (utilización) de redes sociales y sitios de Internet han jugado un papel por demás interesante; Túnez y lo que en su momento dio paso a lo que llegó a conocerse como La Primavera Árabe; o incluso las manifestaciones populares que se dieron en Guatemala en 2015 y que terminaron con la defenestración de un presidente de la república. Aunque quizá de distinta índole, estos casos tienen un denominador común: las redes sociales y el Internet como medios alternativos para la difusión de información, que en muchos casos puede tornarse en desinformación, lo cual es muy peligroso, y no tanto por la desinformación per se, sino por lo que ello puede representar en un momento dado dependiendo de la existencia innegable de los intereses que siempre existen en los procesos políticos de los Estados. En Brasil, según el artículo de Fisher y Taub, la influencia de YouTube resultó crucial para el triunfo electoral del hoy presidente Bolsonaro, lo cual es un claro ejemplo de cómo la tecnología y la inteligencia artificial podrían ser utilizadas para inclinar una balanza sea hacia un lado sea hacia otro. Ideologías aparte, el asunto resulta interesantísimo en tanto fenómeno social, y al mismo tiempo, se constituye en un punto de partida, prudente y necesario, para el análisis de cara al ejercicio de la política en esta nueva era en la que ya nos encontramos inmersos sin siquiera habernos percatado de ello. No se cuestionan aquí las corrientes ideológicas o el quehacer gubernamental de los Estados (se hace énfasis en ello), sino la visión con respecto a las veredas por las cuales transitará el mundo en los años venideros.

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