Adolfo Mazariegos
Escritor y Columnista de La Hora
“¿Han cambiado el Internet y las llamadas redes sociales la forma de percibir la democracia?”
En 2010 inició en Túnez un movimiento que, cual efecto dominó, se expandió rápidamente por otras naciones árabes. Una serie de manifestaciones populares en favor de la democracia y de los derechos sociales que llegó a conocerse como ‘La Primavera Árabe’, una suerte de despertar —a decir de muchos—, tanto por sus consecuencias sociopolíticas y económicas como por el significado simbólico en el marco de la participación ciudadana que dicho despertar supuso. En América Latina, aunque con ciertos matices diferenciadores y a otra escala, también se han dado en años recientes episodios similares cuyos alcances han sido visibles a pesar de que en distintos casos se ha observado poca contundencia en los cambios estructurales y de fondo que probablemente se esperaban; no obstante, ello quizá sea en virtud de que muchos de los procesos cuyos fenómenos les han motivado, aún se encuentran en marcha.
El uso de las redes sociales (y el Internet en términos generales) ha jugado un papel trascendental en el desarrollo de los movimientos sociales de actualidad, a pesar de que para algunos estudiosos que tienden a minimizar tal trascendencia, su papel no significa más que un hecho encuadrable en un cambio en los medios de comunicación, mismo que podría catalogarse, según esa apreciación, como un simple resultado natural producto de la modernización tecnológica en el devenir constante por el que se ha caracterizado la existencia humana a través de la historia. Sin embargo, en el marco de la práctica del ejercicio democrático en las sociedades actuales, los hechos –por lo menos de momento– indican lo contrario: el uso de redes sociales como medio para realizar convocatorias y para transmitir información en tiempo real (por ejemplo), es un hecho que sin duda ha contribuido a modificar de manera considerable la forma de percibir la democracia y por consiguiente, la forma en que el ciudadano puede convertirse en parte activa de los procesos de cambio que pueden inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro según sea el caso, y eso, como puede advertirse, no es un simple automático devenir de la historia. Verlo de esa manera resulta sumamente simplista.
Por otro lado, el debate que se ha generado en los últimos años debido a la utilización indebida o sin aparente autorización de información personal en la posible manipulación de datos obtenidos legal o ilegalmente de redes sociales que podrían beneficiar o perjudicar intereses particulares específicos (verbigracia: campañas electorales), también se constituye en una arista que no puede pasarse por alto en este tema, puesto que la magnitud de los efectos que en un momento dado puede llegar a producir, es algo sencillamente incalculable, algo que también puede llegar a inclinar la balanza a conveniencia –artificialmente, claro está–, y ello podría poner en entredicho, inclusive, determinados procedimientos en el marco de la democracia.
El Internet y las redes sociales, aún cuando puedan ser normados y/o modificados, llegaron para quedarse, eso es un hecho, con las características particulares y posibilidades que distinguen a cada Estado donde se les utiliza a lo largo y ancho del Globo –por supuesto–, pero es una realidad. Y lo mismo sucede con las aplicaciones y avances tecnológicos que en esos medios se pueden utilizar como herramientas o mecanismos mediante los cuales es posible obtener, sistematizar y manipular datos susceptibles de ser utilizados con una variedad de fines que pueden ser tanto lícitos como ilícitos (de acuerdo a determinados intereses, como ya se indicó), tal como lo han puesto de manifiesto los recientes casos que involucran a grandes empresas cuyo actuar está siendo cuestionado por la utilización indebida de información personal de millones de personas en todo el mundo, información que, como se está poniendo en evidencia, ha sido utilizada con fines que van más allá de simples mapeos publicitarios o de preferencias de los usuarios en la web.
En tal sentido, cabe también preguntar ¿cómo se resguarda realmente y se respeta en Internet la intimidad personal de cada individuo sin vulnerar el derecho a la libre expresión, a la libre elección personal y a la libre participación ciudadana en el marco de la democracia? La respuesta es aún incierta, y genera, como es de esperar, más dudas que respuestas concretas en vías de un verdadero y transparente ejercicio democrático en la era del Internet y de las redes sociales. La tecnología en general se ha constituido en herramienta valiosa para la vida humana a lo largo de la historia, sin duda, y la actualidad que se vive hoy día en el mundo no es la excepción, las nuevas generaciones, incluso, seguramente ya no podrían visualizar la vida cotidiana sin la existencia del Internet (por ejemplo), lo cual es lógico, puesto que ello representa en gran medida el inexorable avance tecnológico de las sociedades humanas que es algo de esperar, pero es innegable que también va cambiando la forma en que se gobiernan los Estados así como la participación de la ciudadanía en los procesos democráticos actuales.
Si el Internet, las redes sociales y la tecnología en su conjunto resultan ya indispensables para la vida en sociedad, es lógico suponer que, por consiguiente, también es así para los actuales sistemas políticos en la mayor parte del mundo. Y como suele decirse: una cosa lleva a la otra. Oportuno sería, por tanto, detenernos un momento para pensar en el hecho de que está más cerca que lejos el momento de replantearnos la forma en que se hace política, la forma en que se percibe la democracia (y los marcos teóricos de la misma, obviamente), así como la forma en que se lleva a cabo la participación ciudadana en los denominados regímenes democráticos.