Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

post author

Juan Jacobo Muñoz

Uno de los secretos mejor guardados de la humanidad, es por qué la gente no sigue un consejo tan sencillo como no meterse en problemas.

En una suerte de compulsión a la repetición de la especie, se nota enseguida una falta crasa de control de impulsos, que sin duda llevan a algún tipo de alivio, y ya. O dicho de otra manera, nadie se quiere quedar con la armonía de saber qué se siente.

Cualquiera que se mete en líos, no alcanza a dar una explicación razonable. Las preguntas se acabaron, ya no hay esperanza de obtener respuesta.

Es como si quisiéramos pertenecer a algo, no quedarnos fuera, no quedarnos solos.  Aceptamos dogmas e ingresamos en sectas; como si fuera en campos de concentración. Todo sucede entre miembros que comparten espacios, contigüidad o infortunio.

La avalancha de cosas que se vino nos sepultó, y estamos viviendo la época con lo básico.  Si a los humanos nos dan la ocasión, la tomamos. Se nos han dado opciones infinitas, y eso parece no estar bien; cualquier cosa se volvió inevitable.

Rechazamos lo poco, lo pequeño y lo invisible. Queremos cosas brillantes alrededor, para que la luz de ellas nos refleje. No todos somos el rey Midas, aunque si en lo oscuro; tocamos algo y lo hacemos un desastre.

La grandiosidad es paranoia, y yendo tras ella, solo la ilusión funciona. Ilusión que es un engaño, cosa de locos. Por eso tanta intolerancia, e impulsividad en busca de gratificación inmediata. Todo de espaldas a la realidad.

Si no, por qué tantos desaguisados y desfiguros como satirismos crepusculares y narcisismos irredentos. Gente funcionando en la culpa, haciendo sentir culpables a los demás y otra funcionando en el caos; o la que se da por ofendida cuando es ella la que ofende; y la que busca la admiración sin ser admirable, y la que siendo servil más demuestra ser vil.

Todos queremos ser el número uno; de ahí tanto celo y competencia y tendencia a ser figura; y al masoquismo de estar dispuestos al dolor, tan solo para ser vistos. Tal vez se siente uno con tantas dudas de ser, que termina haciendo algo estúpido para saber si existe; y absurdamente busca tener lo que quiere sin conciencia de que no lo necesita.

Todo lo hacemos inconscientemente. La conciencia solo se empieza a despellejar cuando ya está en el agua hirviendo. Mejor fuera atender el tema antes de lamentar los daños de lo que ya pasó; es decir parar y sentirse tranquilo por haber parado. Pero hacer algo con conciencia, es como ir en contra de la naturaleza humana.

No es posible decir que alguien sea el mejor de nada. Sin duda, hay quien aprovecha sus circunstancias y puede ser que hasta las cree. Pero hay un chico sembrando milpa que pudo dividir el átomo, o un gran estadista sacando diamantes de una mina. Es la gente a la que no divisó la oportunidad.

La consigna es que si la historia, aunque sea solo la del barrio, no nos divisa, estamos perdidos. Todo se hace por el que, no se revisa el por qué. De ahí que, ante la ocasión, solo se recurra a un sencillo, ¿y por qué no?

Se hace con asociaciones de pensamiento muy laxas, concretas, limitadas y fantasiosas. Un pensamiento escindido, y de ahí que muchas decisiones sean solo conceptuales y ambivalentes, por no tener claro que decidir.

Es fácil intuir que al morir lo que más se lamente, sea lo mucho que se cedió a las tentaciones del deseo y lo poco que se dio; y que uno se arrepienta. Tal vez fuera mejor que ocurriera antes, y así, más que depender solo de la adaptación, nos atreviéramos a la evolución. ¿Por qué no?

Artículo anteriorLotería, a cartón lleno
Artículo siguiente¡Urge un plan de corto plazo!