Jorge Morales Toj
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Luego de la firma de la paz del 29 de diciembre de 1996, Guatemala tuvo la oportunidad de iniciar la transformación y el establecimiento de nuevos mecanismos para la atención y resolución de los distintos conflictos sociales. Luego de casi 10 años de negociación, las partes suscribieron el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, el cual puso fin a más de 36 años de doloroso Conflicto Armado Interno.
Se miraba en el horizonte nuevos caminos para el país, se visualizaba nuevas oportunidades para una sociedad herida. Los vientos de democracia participativa soplaban y nos hacían creer que por fin nuestra Guatemala encontraría el rumbo de reconciliación y el desarrollo.
El Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria, en uno de sus primeros apartados plantea: “Para profundizar una democracia real, funcional y participativa, el proceso de desarrollo económico y social debe ser democrático y participativo y abarcar: a) la concertación y el diálogo entre los agentes del desarrollo socioeconómico, b) la concertación entre estos agentes y las instancias del Estado en la formulación y aplicación de las estrategias y acciones de desarrollo, y c) la participación efectiva de los ciudadanos en la identificación, priorización y solución de sus necesidades”.
Uno de los aspectos de este apartado, es el tema de la concertación entre agentes de desarrollo, entre agentes e instancias del Estado. La concertación es el proceso para llegar a acuerdos y convenios entre una o varias partes en la consecución de un propósito de país. Y el acuerdo más valioso que tuvimos en el año 1996 fue la firma de la paz y la implementación de todos los a acuerdos suscritos.
A 22 años de la firma de la paz, lejos de lo pactado, lo que tenemos es una profundización de la pobreza, los niveles de desnutrición crónica cada vez son más graves, los conflictos sociales se han multiplicado. Lo que tenemos en la actualidad es una polarización entre agentes de desarrollo y una cooptación de Estado por mafias corruptas.
Guatemala es un país con grandes abismos, sociales, políticos, culturales, económicos y al paso de los años, dichos abismos se han ampliado y los pocos puentes que se habían construido en el proceso de implementación de los Acuerdos de Paz se ha ido deteriorando y otros se han ido destruyendo.
Los procesos de diálogo y negociación entre distintos actores y sectores se han ido perdiendo, hoy priva la desconfianza, la descalificación y el miedo. Como país estamos llegando al fondo del abismo y lo más grave de todo es que parecemos una nación sin luz ni liderazgo.
La gran batalla contra la corrupción que ha permitido desmantelar estructuras paralelas que tienen cooptado al Estado sigue siendo una de las tareas más importantes que debemos seguir. Sin embargo, actores poderosos se han dado a la tarea de minar esta lucha contra la corrupción, han utilizado viejos métodos de la contrainsurgencia, nos metieron el “divide y vencerás” y “si no estás conmigo, estás contra mí”.
En esta difícil coyuntura, sin lugar a dudas, la agenda de la paz, es una agenda vigente, es uno de los consensos más importantes en la historia reciente de Guatemala.