Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras

Pocos artistas guatemaltecos han tomado en cuenta registrar sus obras como propiedad intelectual. El arte actual, que utiliza elementos prefabricados, o detalles elaborados por otra persona, crea mucha confusión sobre su autoría y ha provocado más de algún incidente terminado en los tribunales. De esto se sabe poco, más si pasa en un país como Guatemala.

Para muchas personas que admiran y consumen arte, el concepto de “original” y obra única, tiene mucho peso. Esta visión es modernista, tiene su origen en el mismo Renacimiento. Esto cambia en el arte actual, y desde 1917, aunque establecer fechas exactas es arriesgado, Marcel Duchamp (1887-1981) transformó la visión del arte con su célebre “Fuente” (2017), al establecer que el creador no necesariamente tiene que involucrarse en la elaboración de la obra (sudar la camiseta), puede mandarla hacer, o hacerla con elementos ya existentes.

Lo que priva es la idea, algo que nace del intelecto, es decir que el acto de designación (poder de decir que su obra es arte), propio de los creadores, cobró mayor vigencia. En Guatemala este nuevo concepto de lo que es arte aun no es del todo aceptado. Basta oír comentarios en la Bienal Paiz, para darse una idea de los diferentes conceptos que se tienen de lo que es arte.

He aquí un hecho real. Un artista presentó su obra a una entidad cultural señera en Guatemala, la que decide tomarla como emblema de su actividad. Se distribuye la imagen como se hace en una actividad importante y trascendente. La obra en su estructura mostraba características especiales que solo un experto podría realizarla: detalles con pintura a soplete. Por lo que fue contratado un artesano que pintaba puertas, carros, bicicletas, motos, etc. Se dejaron los bocetos de cómo se necesitaba el trabajo de pintura. Se acordó el precio por pintar los diseños y se estableció la fecha de entrega. El trabajo fue entregado a tiempo según lo acordado. Hasta acá fue una transacción normal, aunque el artesano se ha de haber preguntado para que querían ese tipo de dibujos sobre esa superficie.

Gracias a las redes sociales y a la publicidad, el artesano se percató de la actividad de la entidad. Miró los anuncios que llevaba como ilustración aquella obra que le pintó detalles con soplete. Preguntó su precio y ¡oh sorpresa! sobrepasaba en mucho lo que había cobrado por pintar en parte con soplete. El pintor de soplete, mal aconsejado, exigió la mitad del precio de venta de la obra de arte, como mínimo.

Este artista que en forma profesional registra todas sus obras que salen de su estudio en el Registro de Propiedad Intelectual, esgrimió su propiedad total sobre la obra y sus derivadas, el pintor de soplete había recibido el pago convenido en la fecha acordada. Fue difícil hacer ver a este obrero que simplemente había realizado un trabajo según las especificaciones de un diseño dado previamente, y no era el copartícipe de la obra, la cual estaba ya registrado como idea del artista.

El anterior ejemplo por un lado deja claro lo importante que es para el arte actual el registro intelectual de la obra de arte, algo que se hace poco. Por otro, la idea de que el artista tiene que hacer él mismo todo en una obra ha caducado. Hoy en día ante las dificultades de traslado de obra de arte, lo que se mandan son instrucciones, como mucha de la obra de Sol LeWitt, del cual es posible recrear sus murales en base de líneas. O la famosa exposición “Do it” la cual se instala en cualquier museo o galería, recibiendo las instrucciones de la forma de elaboración, y las cédulas de identificación lleva el nombre del artista que ideó la obra.

Aunque el registro de una obra de arte sea un proceso que muchos creen engorroso, no lo es. Artistas visuales de todo tipo de soporte, así como músicos, escritores y bailarines puede dirigirse a las oficinas del Registro de la Propiedad Intelectual para hacerlo: https://rpi.gob.gt/portalrpi/registroob

Es mejor prevenir que lamentar.

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