Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Siento pena por la izquierda cavernaria que frente a los abusos de gobiernos que consideran ejemplares, defensores de los pobres y al lado de los grupos desfavorecidos, como los regímenes de Ortega y Maduro, construyen toda clase de ficciones para justificar lo injustificable.  Da grima verlos obcecados en sus ideas, arguyendo lo de siempre: la guerra sin fin del imperialismo yanqui.   

Mientras eso sucede, se tragan los abusos del dictador nicaragüense que llama terroristas a quienes protestan contra el régimen despótico.  Inventan razones para demostrar que lo mejor que le ha pasado a Nicaragua ha sido el sandinismo y, con números mágicos, fortalecen sus explicaciones para, según ellos, dejar perplejos y babeantes a quienes critican por hacerle el juego a los “enemigos de la humanidad”.

Con el mismo ingenio hacen lo suyo para defender al comandante Maduro. Valiéndoles madre las condiciones de pobreza del pueblo venezolano, la represión y desesperación de sus ciudadanos que huyen del país en busca de mejores oportunidades.  “Son gente manipuladas por el poder de la prensa o politiquería de la oposición que, al no poder alcanzar el poder por la vía democrática, promueven la ilegalidad y la violencia”, repiten.  

Los cromañones de izquierda no se diferencian mucho de los pitecántropos de derecha.  Los dos grupos tienen problema de rigidez mental provocado quizá por una esclerosis aguda que los hace intransigentes.  Su parálisis hace que, al perder flexibilidad, se aferren a un pasado que juzgan de gloria y desde el que justifican toda clase de atropellos o dificultades siempre salvables.  Así, no solo quedan como ridículos parias intelectuales, sino como lastimeras caricaturas de un pasado con más luces.

Le sucede, por ejemplo, a un Comandante Cero, Edén Pastora, cuando al defender al traidor de la revolución sandinista, Daniel Ortega, por supuesto, derrocha su capital simbólico para disfrutar las migajas del sistema.  Y así, otros dinosaurios que aúpan a la familia real para preservar las ventajas que les da la estructura malévola construida por los que detentan el poder.

Frente a ellos y de cara también a la derecha fanática anquilosada en la ideología de la Escuela Austríaca, hay que oponerse para hacer surgir no solo sistemas de pensamientos renovados, sino prácticas justas que permitan un orden inclusivo y respetuoso de las libertades fundamentales.  Porque los sandinistas no son peores, por ejemplo, que la banda que gobierna Guatemala, animado por la empresarialidad de vieja data organizada en el CACIF.  No nos equivoquemos.

Hay que darnos a la tarea de identificarlos en la geografía de la perversidad no solo con afanes de conocimiento, sino para superarlos con la intención de una sociedad con más oportunidades para todos.  Justo en las antípodas de lo que proponen: la ventaja egoísta de los bienes y la imposición de un único modo de pensar para perpetuarse en el poder, por los siglos de los siglos.

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