Mario Alberto Carrera
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Muy silencioso ha estado usted, estimado don Luis, en estos últimos días de tanto clamor nacional y enredos diplomáticos. Asimismo, de manoseos siniestros a favor de la impunidad en el Legislativo, de torpezas solemnes y obscenas para expulsar a Velásquez en el Ejecutivo, y de medias tintas complacientes en todo el Judicial, con excepción del juzgado de Gálvez y, a ratos, de Aifán. Mientras, el Ministerio Público languidece por órdenes superiores y el FECI recibe burlas y escarnio de Gobernación, cuando necesita apoyo y comprensión nacional para triunfar sobre Satán.
Extraño su mutismo porque usted es nuestro: es guatemalteco. Y aunque obviamente -debe guardar y guarda la debida distancia por su altísimo cargo diplomático representando a EE. UU.- no creo que el rasgón y girón de lo que está sucediendo en esta paciente Guatemala, lo dejé inmutable e indiferente, como podría ocurrirle a otro estadounidense que no fuera usted, tan sincrético y pleno de interculturalidad como su excelencia.
Debe usted -como embajador del país más acaudalado y pudiente de Occidente- ser discreto y no opinar demasiado ni injerirse en política interna. Eso lo comprendo a cabalidad. Yo también he sido embajador en tres países del mundo representando a Guatemala. Pero no me puede usted decir -con todo y lo ya aclarado arriba- que no se ha quedado a la zaga de Noruega y Suecia tan “frías” a veces en geopolítica y en “apariciones” y “manifestaciones”, como el mismo gélido clima que las envuelve. De tales países no me extrañaría distancia y “fino” alejamiento. Y no ha sido así. Más usted, en cambio, es originario de Guatemala, aquí dejó el ombligo. Tierra de altos volcanes pero tropical, con gente apasionada y audaz ¡y hasta lanzada y bizarra!, por las ardientes playas de Santa Rosa y Jutiapa.
Excelencia: Estamos en un instante en que Guatemala se enfrenta a dos tiempos singulares. De un lado, un pasado oscuro, analfabeta y colonial que la obnubila y la atrapa entre cancerberos y demonios semifeudales, latifundistas y encomenderos; y de otro: un presente y un futuro que de pronto se abrió (en 2015) como una hoguera de incandescente luz, a la transparencia. Es decir, a la posibilidad de tener un Sistema de Justicia y un Estado de derecho separados de la corrupción y amigos entrañables ya de la impunidad.
Y en estos momentos trascendentes y trascendentales -que acaso nos hagan trascender a otro tiempo de la Historia, de una Historia cuya impronta pueda ser indeleble- le toca a usted ser embajador -en su aún tierra frágil- de Estados Unidos de América, que puede decidir nuestro futuro por la amistad y sociedad que nos une, para bien o para mal. Y por eso, es en estos momentos en que lo quisiéramos oír a usted acaso dando voces de apoyo. Y usted guarda silencio y nos deja huérfanos de basamento y amparo internacional, en decisivos instantes en que podríamos retroceder para siempre, ¡siempre!
Yo soy unos pocos años mayor que usted. Y por eso usted puede ser que tenga aún -como yo- el acre sabor de la dictadura militar y de la oligarquía castilloarmista. Pero ¡cómo no!, de los días terroríficos y desmesurados ¡en su represión!, de Méndez Montenegro-Arana Osorio. En aquel teatro sin límites de horror salvaje se deslizó mi iniciática juventud y su adolescencia, señor embajador. Coincidimos también en que fuimos “educados” o deformados en la misma institución religiosa. Contextos desgarrados y sangrientos nos acercan. Y el dolor lastimero de Guatemala nos hermana.
Por eso su silencio me asombra y quizá hasta me duele un poco, don Luis. Hable ahora que es tiempo de hablar. No podemos callar. No es tiempo de silencio.
El silencio no es para los fuertes -como su excelencia- señor embajador de los Estados Unidos de América.