Por AMY GUTHRIE
CIUDAD DE MÉXICO
Agencia (AP)
El tenor comienza a cantar delante de un local de mercado, flanqueado por racimos de bananas y papayas. Con su delantal rojo, se acerca a una mujer que llevaba un chal púrpura y le canta por 90 segundos, sujetándole las manos, mirándole a los ojos, hasta que a ella le salen lágrimas.
Este acto de ópera en el Mercado Argentina forma parte de un esfuerzo por acercar el arte a la vida cotidiana en la capital de México. Un cuarteto sorprende a los presentes en uno de los 300 mercados públicos de la ciudad, entonando romanzas, ofreciendo arias o, como en el caso ya mencionado, dejando llorosa a una mujer con frases como “los ojos que lloran no saben mentir” de «La Tabernera del Pueblo».
Después de cantar, el tenor abraza a las mujeres aunque ni siquiera las conoce. Ana García, una clienta de 65 años, dijo que jamás pensaba escuchar esas “voces tan bonitas” en el mercado.
El tenor en realidad es también un comerciante. Francisco Pedraza vende zapatos siete días a la semana en otro mercado, cerca de la Basílica de Guadalupe. Recibió clases privadas de ópera desde los 16 hasta los 30 años pero se sintió excluido en el selecto conjunto de aficionados de ópera de México. Cantaba donde podía cuando podía, a veces para conjuntos especializados en música típica mexicana.
“La voz es un instrumento que se necesita estar ejercitando continuamente para mantener siempre el mismo rango”, expresó.
Un día en junio, un grupo de ópera llegó para un ensayo en el mercado donde Pedraza vende zapatos. Pedraza, de 50 años de edad, se acercó al director artístico de la banda, dio muestra de su talento y al instante fue invitado a incorporarse. La esposa de Pedraza administra la tienda cuando éste está afuera cantando.
Los cantantes están de gira, parte de un programa que comenzó en junio y concluye en noviembre. Juan Carlos Díaz, coordinador del Programa de Acción Cultural Comunitario del Instituto Nacional de Bellas Artes, dijo que piensa continuar la iniciativa en el 2019.
La idea es provocar interés en las artes al llevar ópera y danza a los lugares donde la gente se reúne como los mercados públicos y las estaciones del metro. Díaz dice que son “interrupciones espontáneas en la vida social”. También hay programas para actividades dirigidas a niños en los museos municipales.
Lydia Rendón, mezzo-soprano y también terapeuta musical, describe la ópera “como un masaje acústico mágico”.
Traer la ópera a lugares llenos de aguacates y tomates le da un toque humano a la música, dice Rendón. El concepto toca las profundas raíces culturales de los mexicanos. Los mercados fijos son una adaptación de los mercados ambulantes que existen en Ciudad de México desde la época de los aztecas.
“Aquí es donde nuestra humanidad se conecta _la comida, los olores, los sabores_ y qué mejor que llevarles la música”, dijo Rendón antes de ponerse a cantar «Habanera» de la ópera «Carmen».
Interactuar con la multitud es clave para la presentación. De esa manera el público se siente parte del espectáculo y siente que el arte es algo accesible, pues lo que se busca es refutar la noción que la ópera es algo sólo para las élites.
Tras una canción de «La Traviata», un comerciante agradece a los cantantes dándoles jugo de papaya mientras que otro recibió aplausos por invitar a unos tacos de carnitas de cerdo.
Jesús Montes, un vendedor de pescado de 18 años, se quedó como hechizado por la actuación. Dijo que le encantó ver algo que rompa la rutina y ser expuesto a otro tipo de música aunque admite que escucha más que nada reggaeton y banda. Pero dice que la ópera es relajante.
“Probar cosas diferentes puede ser algo muy bonito, y a veces le hace cambiar tu forma de pensar, y fue lo que hoy pasó”, dijo.
Al enterarse de que Pedraza es comerciante igual que él, se entusiasmó con la idea de poder desarrollarse personalmente.
“No cualquiera tiene una voz así de potente”, expresó.