Jorge Carro L.
Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas
presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo

Camus y Francine Faure, su segunda esposa.

Como consecuencia del taller de lectura “Dios en la literatura” que desde comienzos de este año 2018 vengo compartiendo con la lucidez de algunos amigos, intento “regresar” a algunos pasajes de la vida y obra de Albert Camus, para asumir la desesperación por vivir de un hombre que, a pesar de sus enfermedades y complejos, siempre estuvo comprometido con la vida.

Camus, como muchos “pied-noir”, según lo reflejan sus ensayos, novelas y obras de teatro, nos ha brindado el retrato de un hombre comprometido con “su verdad”, a pesar de sus enfermedades, creencias o dudas filosóficas y religiosas, porque a diferencia de Jean-Paul Sartre, Camus fue un descubridor de oscuros senderos entre la razón y la locura, el cielo y el infierno, la fe y la incredulidad.

A Camus le importaban las mujeres y el fútbol, más que los automóviles, y ocho (o tal vez más) fueron las mujeres que le dieron vida y amor: su abuela Catalina Cardona Fedelich, su madre Catalina Elena Sintés y su hija Catherine. Además de Simone Hié (su primera esposa), Francine Faure (su segunda esposa), y sus amantes http://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Casares, Patricia Blake y Catherine Sellers y Mi.

Camus y María Casares.

Pero fue un carro el que le quitó la vida: un Facel Vega 3B, motor Chrysler de 8 cilindros en V de 4,500 cc y hasta 360 caballos, que podía alcanzar fácilmente los 250 Km/h. Albert Camus murió a los 46 años, como cumpliendo el designio de tantos genios para los que la vida fue mucho más corta que su arte.

La estética de Camus –su prosa, una de las más bellas de la literatura francesa– le permite integrar, hic et nunc, lo que quizá la razón le había fragmentado. Su relación con la figura de Jesús, por ejemplo. Si bien es cierto que Camus descartaba radicalmente cualquier relación suya con la Iglesia Católica –a la que no dudó en calificar de criminal–, la figura de Jesús parece haberlo atraído mucho e incluso, “amado”. En “La caída” hay líneas reveladoras en este sentido. “Jesús gritó su agonía y por eso lo amo, amigo mío… Lo malo es que nos dejó solos… solos… pasara lo que pasara… incapaces de hacer lo que Él hizo e incapaces de morir como Él”.

La literatura de Camus es nostalgiosa, porque “el cielo no responde”.

Max-Pol Fouchet recuerda que un día Camus y él paseaban por la orilla del mar, en Argelia. De pronto se encontraron ante un grupo de gente que rodeaba el cadáver de un niño árabe desfigurado, sangrante, recién aplastado por un autobús. La madre lloraba a los gritos. El padre padecía inmutable. La multitud miraba estupefacta. Camus, después de un momento, alejado del grupo, mirando el cielo azul y señalándolo con el índice, le dijo a Max-Pol: “Mira, el cielo no responde”.

Esta frase resume el drama de una sensibilidad –y de toda una literatura– marcada por el enigma más inescrutable, y que seguramente inspiró a Camus el relato de la dramática muerte de un niño en “La peste”, ante el cual el doctor Rieux pregunta: “Puesto que el orden del mundo está regido por la muerte de un niño, piénselo, ¿no es mejor para Dios que no creamos en Él, que no levantemos jamás los ojos al Cielo, donde Él siempre permanece en silencio?”. Variación, sin duda de la frase de Ivan Karamazov, inmortal personaje de Dostoievski: “Ante una Creación que tortura a los niños, regreso mi boleto”.

Recordemos que también en “La caída”, Camus se refiere a la nostalgia de Jesús por los niños que murieron por su culpa.

Él, Jesús, debía haber oído hablar de la matanza de unos inocentes. Si los niños de Judea fueron exterminados, mientras José y María –sus padres– lo llevaban a un lugar seguro, ¿por qué habían muerto, si no a causa de Él? Desde luego que Él no lo había querido así. Le horrorizaban aquellos soldados sanguinarios y obviamente también, aquellos niños asesinados. Pero estoy seguro de que, tal como Él era, no podía ni puede olvidarlos. Y esa tristeza que adivinamos en todos sus actos: ¿No era, acaso, la melancolía de quien escuchaba por las noches la voz de Raquel, que gemía por sus hijos y rechazaba todo consuelo? Queja nocturna de Raquel llamando a sus hijos muertos, ¡y Él estaba vivo!… conociendo profundamente al hombre y sabiendo lo que él sabía –¡quién hubiera creído que el crimen no consiste tanto en hacer morir como en no morir uno mismo!–, puesto día y noche frente a su crimen inocente, se le hacía demasiado difícil sostenerse y continuar… “¿Por qué me has abandonado?”. Fue mucho más que un grito sedicioso.

Camus sabía que el dolor nos emparienta con Jesús por más que, como en su caso, se declarase ateo.

En “Cartas a un amigo alemán” escribe: “Sigo suponiendo que este mundo no tiene un sentido superior. Pero sé que hay algo en él que sí tiene sentido, y es el hombre ante su prójimo. Porque ese encuentro le da sentido a todo”. Frase que se complementa con otra de “La peste”, donde se refiere de “aquéllos a quienes les basta el hombre, y su pobre y terrible dolor”.

La muy buena biografía de Herbert R. Lottman sobre Camus, nos lo revela en toda su grandeza creadora y también, en toda su desesperación existencial. Muestra cuánto luchó Camus contra la tuberculosis (su enfermedad), contra la angustia y la depresión… En la siguiente frase de su diario, asumimos su relación con la tristeza y la culpa que heredamos de Jesús: “Morimos a los cincuenta años de una bala de nostalgia que nos disparamos al corazón a los veinte”.

Camus en una ocasión tomó un avión en Orán, dejando a su mujer y a sus hijos en Argelia. Pero poco después del despegue, el aparato perdió uno de sus cuatro motores y el piloto anunció que había que volver al aeropuerto. Camus comenzó a sentir la claustrofobia que solía apoderarse de él y se desmayó.

Después de llevar tanto tiempo seguro de su curación, reflexiona en su diario a finales de octubre de 1949, que un nuevo retroceso debería hundirlo, y en efecto, lo hunde. Pero al venir tras una cadena ininterrumpida de abatimientos, por momentos ríe. En esos momentos, al fin se veo liberado. La locura es también liberación.

Su estado de ánimo le llevó a escribir en su diario, a raíz del suicidio de un amigo: “Conmocionado porque lo quería mucho, por supuesto, pero también porque de repente he comprendido que tenía ganas de hacer lo mismo”.

Cuentan que, en alguna ocasión, desesperado, le dijo a María Casares, la gran actriz española-francesa, su amante, que si en los siguientes meses no conseguía llevar una vida normal –si la enfermedad seguía amenazando la vida a la que estaba acostumbrado–tendría que tomar una decisión drástica. No le explicó cuál, pero se apresuró a tranquilizarla: intentaría vivir.

Carta de Camus a Maria Casares.

En muchas de sus páginas Camus traza a grandes rasgos su porvenir literario y sus nuevos proyectos, y se percibe en ellas, su desolación. El 5 de febrero del 1953 escribe: “¿Morir sin haber resuelto todo, salvo…? Dejar al menos resuelta la paz de aquéllos a los que se ha amado…”.

Al enviarle al poeta René Char su prólogo a “L’Allemagne vue par les écrivains de la Résistance française”, de Konrad Bieber, que iba a publicarse, le manifestó que ese prólogo era un texto muy malo: “Puesto que ya no sé escribir. Algo se acabó en mí y sólo queda el vacío”. Por suerte para él y para la literatura, esos pasajes de desolación se combinaban con otros de gran exaltación creativa.

Su depresiva esposa, al enterarse de la relación amorosa del escritor con la actriz María Casares, empeoró gravemente, al grado de que intentó suicidarse. Camus escribió en julio de 1954 que en su familia vivía un infierno que le consumía la poca energía que le restaba. Casi no salía de su casa, dejó de ver a María y se pasaba la mayor parte del día al lado de su mujer y sus hijos.

“¿Sabes lo que ocurre conmigo? –le escribió el 17 de septiembre de ese año a René Char– Que tengo unas ganas enormes de desaparecer, en resumen: de no ser nada ni nadie”. Y seguidamente: “No he hecho nada durante este verano, en el que sin embargo tenía puestas muchas esperanzas. Y esta esterilidad, esta súbita insensibilidad me afectan enormemente y se transforman en angustia”.

Cuando Camus después de recibir el Premio Nobel, volvió de Estocolmo, su gran amigo argelino Emmanuel Roblès, se encontraba en París. Un día de la última semana de 1957, quedaron de comer juntos. Como Camus no llegaba, Roblès, conociendo su puntualidad, telefoneó a su secretaria, quien le dijo que el escritor había salido del despacho a las doce menos cuarto. Cuando por fin llegó, Camus tenía la voz alterada, como si algo le ahogara. Explicó que cuando estaba buscando un taxi en el bulevar Saint-Germain había empezado a asfixiarse y, por fin, había conseguido que un transeúnte le buscara el taxi; entonces había dado la dirección de su médico y llegó a tiempo de recibir una inhalación de oxígeno. Le confesó a Roblès que se sentía ridículo por ser tan vulnerable, que el reconocimiento público no hacía sino aumentar su angustia.

En ocasiones su secretaria, Suzanne Agnely, tenía que acompañarlo hasta su casa porque el simple hecho de salir a la calle parecía aterrarlo. Ahora que era célebre temía que se le acercaran, que lo rodearan, que le hicieran preguntas a las que no sabría qué responder, que los periodistas intentaran entrevistarlo con cualquier pretexto. Fue entonces cuando comenzó a verse con un psiquiatra.

Camus se describía a sí mismo como un “disminuido”. Ya no viajaba en el metro a causa de su claustrofobia. Cuando lo hacía en avión, su secretaria advertía a Air France que el escritor deseaba ir de incógnito y que podía encontrarse mal de repente, en cualquier momento.

Se metía en su apartamento como si este fuera su madriguera. Agregaba que, cuando se encontraba mal, sentía la necesidad de alejarse de todos, quedarse solo, como las fieras. A menudo utilizaba la expresión “animal enfermo”. Y si la idea del suicidio le tentaba, en la práctica lo rechazaba por “indigno”.

Sin embargo, se combina estos períodos angustiosos con momentos de gran exaltación. “Si pudiera prolongar la alegría que me provoca la pura visión del mar. Antes que nada hacerme dueño de mí mismo. Entregarme al puro momento presente, en donde la nostalgia se transforma en plenitud…”

Ya lo había manifestado en “El hombre rebelde”: “Nuestro compromiso con el futuro es dárselo todo al presente”.

Aceptar lo absurdo de todo lo que nos rodea es una experiencia necesaria, pero no debe convertirse en un callejón sin salida. Puede suscitar una rebeldía que puede transformarse en una visión reveladora. Visión que sólo consiguen, a pesar del dolor que lleva implícito, los grandes escritores. Albert Camus sentenció “Hay que imaginar a Sísifo feliz”.

Por tanto, asumo como Meursault, el personaje central de “El extranjero” (que soy por decisión propia) que “El acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos».

PRESENTACIÓN

Presentamos a usted nuestra nueva edición en el que se reflexiona como tema central en la figura de Albert Camus. El filósofo nacido Argelia, perteneció a la pléyade de pensadores existencialistas con cuya obra renovaron las ideas antropológicas desde un horizonte nuevo. Por ello, la huella trascenderá las fronteras de Europa incidiendo sobre el desarrollo del pensamiento también en nuestros países de Latinoamérica.

Fue un intelectual polifacético, de pluma ágil y estilo elegante (de hecho, mereció el Premio Nobel de Literatura en 1957, varios años antes que Sartre), con una sensibilidad particular, fruto quizá, como sugiere Jorge Carro, el ensayista que abre nuestra edición, de su experiencia vital argelina.

Humanista de muchos quilates, no se abandonó al absurdo de la existencia, defendiendo más bien una vida con sentido relacionada con el compromiso hacia los más necesitados.  Como todos, eso sí, un personaje complejo en el que no faltaron las contradicciones con las que luchó hasta el final de su vida.

Este tipo de reflexión quizá pueda parecernos alejada de nuestra realidad guatemalteca, pero permite abrirnos a la historia del pensamiento para entender los derroteros por la que la humanidad ha atravesado en la búsqueda por significar la realidad desde diversas claves interpretativas.  Así, es nuestra ilusión que usted valore el esfuerzo de los autores de nuestra edición.

Con el trabajo anterior, ofrecemos a usted los aportes de Carlos René García Escobar y Karla Olascoaga. Ambos proponen experiencias que generan pensamiento, pero también mueven los sentimientos en los temas que se abordan. Esperamos que el Suplemento sea de su provecho y continúe gustando de nuestro trabajo editorial. Un feliz fin de semana. Hasta la próxima.

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