Jorge Carrol

Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas
Presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo

De niño, de muy pibe dirían mis contemporáneos, descubrí en la flamante y muy porteña Escuela Nº 24, del C.E. III “José Pedro Varela”, que lo más parecido a mi casa, era la pequeña biblioteca que estaba en el primer piso. No diré que en ella me refugiaba, pero sí que allí me encontraba con las aventuras de Salgari o las fieras de la selva misionera de los cuentos de Horacio Quiroga, que en casa escuchaba por la radio, antes de irme a dormir.

“Barrio tranquilo de mi ayer,
como un triste atardecer,
a tu esquina vuelvo viejo…
Vuelvo más viejo,
la vida me ha cambiado…
en mi cabeza un poco de plata
me ha dejado.”

“La casita de mis viejos” – tango letra de Enrique Cadícamo.

Hace un par de años regresé a “mi” escuela y a mi tranquilo barrio, y la casa donde pasé los primeros siete años de mi ya larga vida, había cedido lugar a un estacionamiento frío y feo. Aun así tuve la suerte de que me permitieran ingresar a la escuela (que había cambiado de nombre) y recorrer sus aulas y su enorme patio, y obviamente, entrar en la biblioteca, que en su pequeñez continuaba cálida como aquel hogar donde Tarzán llamaba a la mona Chita por la bocina de una antañona radio Marconi.

Setenta y tantos años después, el destino me puso al frente de una biblioteca –la del Campus Central de la Universidad Rafael Landívar– donde me propuse brindar el calor que los estudiantes acaso no encuentran en sus casas.

Y sin saberlo me dije –como el cardenal Jorge Bergoglio se preguntaba en setiembre de 1999 (1): –Educar ¿y después qué?, pues una biblioteca no puede ser un cementerio de libros, donde todo está prohibido. Y recordé aquellas bibliotecas de mi adolescencia con funcionarios que tenían bigotes hasta en los dientes, que te hacían esperar una eternidad para decirte que el libro que buscás, no estaba. Y también aquellas otras –como la del Maestro o la del Congreso de la Nación, donde pasaba tardes enteras leyendo sobre la vida de Moreno, Castelli o Monteagudo, mientras le hacía el quite al frío y a la humedad porteña.

(1) –“En tus ojos está mi palabra –Homilías y discursos de Buenos Aires 1999-2013”– Madrid, 2016 –Publicaciones Claretianas.

Doce años después, orgullosamente puedo decir que en la biblioteca de La Landívar, los estudiantes se encuentran como en su casa, haciendo trizas “la hora chapina”, pues doy fe que a pesar de que la apertura es a las 6:00 AM muchos esperan ingresar desde las 5:30 AM.

Ellos saben que en la Red de Bibliotecas Landivarianas se ha prohibido prohibir, que, si tienen frío, pueden ingresar con sabroso cafecito caliente y que, si tienen apetito, no está prohibido comer. Como no está prohibido el uso del celular o la computadora. Ni mucho menos echarse una siestita. Exactamente como lo hacen en sus hogares, donde pueden estudiar y hablar con sus compañeros en voz baja o trabajar en silencio.

Y para los que se extrañan que el objetivo de la Biblioteca Landivariana sea ser una extensión de la casa, que poco va sirviendo de modelo a otras bibliotecas fuera de los límites de Guatemala, es bueno conocer que el incremento de asistentes se incrementó en más de un 300% en los últimos tres años y que su permanencia-promedio es cercano a las dos horas. Datos estadísticos que pueden ser comprobados gracias al Programa Aleph que la Red de Bibliotecas Landivarianas tiene contratado y que permite conocer –merced al carné que la URL entrega a estudiantes, administrativos y catedráticos, sin costo alguno– quién y cómo se llama el usuario de los muchos recursos que se brindan; qué carrera cursa y de qué Facultad es; a qué hora ingresa y sale; qué libros se le prestan a domicilio y cuándo los debe devolver a la Biblioteca. Biblioteca que, por otra parte, en sus dos niveles dispone de tres áreas de lectura (Salas Miguel Ángel Asturias, Luis Cardoza y Aragón, y Rafael Landívar), amén de la Terraza de la Restauración.

“…cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria”

La Red de Bibliotecas Landivarianas dispone en sus anaqueles abiertos (es decir no hay que perder tiempo en pedir un libro y que se lo vayan a buscar, si es que está en el anaquel correspondiente según la clasificación RDA) de más de 500 mil volúmenes y en línea, más de 16 millones de títulos, los cuales pueden ser consultados desde los celulares de los landivarianos, dónde y cuándo quieran.

Por favor, el autor ha pedido incluir las dos fotos primeras, la de la casa y la escuela, y, por último, la caricatura de Quino. Las demás quedan a su criterio de diseñador.

GRACIAS

De la casita de mis viejos de ayer al “estacionamiento” de hoy

La escuela que cambió de nombre enrejó sus ventanas y, cámaras de TV, “controlan el acceso y salida de un establecimiento inaugurado en 1940”.

Las puertas de esta biblioteca-hogar en el Campus Central de La Landívar, en la zona 16, se abren de lunes a viernes de 6:00 a 22:00 horas y los sábados de 7:00 a 17:00. Horarios que, durante el fin de ciclos, para comodidad de los examinandos, se amplían.

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