Alejandra Pizarnick fue una gran poeta argentina y amiga íntima de Julio Cortázar. Entre ellos se escribieron cartas con un valor emocional grande, ya que Julio ayudaba a sobrepasar las terribles depresiones que Alejandra vivía a causa de un problema de autoestima que sufría debido a su peso y apariencia física.
Al finalizar, Alejandra le escribió lo siguiente a Cortázar:
“P.D. Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, ¡Oh, Julio!) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio -que fracasó, hélas)”.
Las cartas entre ellos pueden decir lo mucho que se querían y lo cercanos que eran, tratando siempre de tener en cuenta que la distancia no impide la intimidad.
A continuación, la carta de respuesta de Cortázar.
Información extraída del sitio digital de Cultura Colectiva.
https://culturacolectiva.com/letras/julio-cortazar-y-alejandra-pizarnik-una-historia-de-cartas-intimas/
París, 9 de septiembre de 1971
Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estés ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte–.
Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y demás no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima.
Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.
Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.
Julio
Alejandra se suicidó el 25 de septiembre de 1972, un año después de recibir esta carta.