Eduardo Blandón
Es probable que uno de los problemas con que se enfrenta el país tenga que ver con la ausencia de líderes capaces de aglutinar a la población dispersa y sin ánimo. No es que no existan en diversos ámbitos, pero en materia de jerarquía política, quienes intentan ejercerlo carecen de convicción y credibilidad.
En ausencia de esos hombres o mujeres fundamentales, aparecen microlíderes, que no son más que caciques que funcionan en virtud de un sistema que favorece su surgimiento. Hablamos de personajes “chispudos” cuya mayor cualidad es la marrullería, la falta de escrúpulos y la hiperadaptación a los mecanismos de compra y venta de favores.
Por si fuera poco, somos una sociedad en permanente desconfianza mutua. Unos, practicándola con espontaneidad, casi como una expresión de carácter nacional; otros, ejerciéndola metódicamente de manera intelectual, a lo diletante o con ánimo de sofisticación para tomar distancia de cualquier proyecto siempre juzgado como sospechoso y conspiratorio.
La realidad es que hay un punto en que la sociedad confluye que nos hunde en un abismo insondable. Frente a ello, vivimos la desgracia de diversas maneras: ya sea fingiendo ignorar lo que sucede, paralizados, u operando una ciudadanía virtual que nos vuelve guerrilleros posmodernos en batallas digitales. Todos, seguros en nuestras trincheras, permitiendo el protagonismo de nuestras pigmeas autoridades.
Líderes exiguos, sí, pero efectivos en la consecución de su proyecto, que no es otro que el saqueo a mansalva de las arcas públicas. En mayor medida, no sólo por la tibieza de nuestro carácter, sino en razón también de esa indolencia que nos inmoviliza por las distracciones propias de la vida. Más interesados en los negocios propios que en el bienestar del país. Tenemos que sacudirnos ese conjuro y abrir paso a nuevos protagonistas.