Mario Alberto Carrera
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Vivir en nuestro país es como instalarse dentro de una inconmensurable burbuja de sorpresas -a cual más barruecas y deformes- que sorprenden nuestras mañanas o tardes, en un frío enero, tan frígido como las entrañas de los miembros más conspicuos del Estado -y de no pocos de nuestra más fina alta burguesía- que son sorprendidos en sus graciosas y opulentas mansiones -acaso en la intimidad del cuarto de baño- por un madrugador despertar del MP y la PNC, tan cumplidores de sus funciones ¡últimamente!
Es como ir a una tenida, verbena o fiesta de disfraces carnavalesca, donde a veces, insospechados señores (casi siempre hombres, dicho sea de paso) tienen que poner sus muñecas dócilmente para recibir las esposas de alguien (un sencillo policía) que, minutos antes, les pudo haber merecido el más olímpico de los desprecios, desde la alcurnia económica de su altanera prepotencia, en cimeros lugares del Gobierno donde se creyeron intocables. “Porque a aquel sí, pero a mí no”. Igual que cuando toca cáncer.
Vivimos ya dentro de la más monstruosa distopía. Un no-lugar que algunos sí que barruntábamos que existía, pero que la mayoría ve hoy ya en presente y de bulto desfilar por las “carceletas”, juzgados y tribunales en una pesadilla que solo comienza, con la boca más abierta que “El grito” de Munch. Y con el mismo terror.
Un presidente en la cárcel VIP (que debiera estar en la de todo el mundo). Un expresidente que ya cumplió su condena en EE. UU. Dos expresidentes del Congreso convictos. Y, ahora mismo: el actual vicepresidente del Congreso (Alejos) sindicado, gravemente; el hasta hace poco Ministro de la Defensa (el señor Mansilla) procesado por regalarle chulas mensualidades al clown nacional y este ¡payaso si los hay!, comprándose gafas (en español de España, que no lentes ni anteojos) con la firma de una venezolana que debe fabricarlos de mismísimo diamante, por lo caros.
Podría llenar esta y no sé cuántas columnas más con el elenco cruel, espantoso, monumental y colosal de las deformes y aberradas acciones del Ejército, el Estado y la alta burguesía terrateniente y empresarial de Guate-caos. El editorial de un matutino -hace dos o tres días- llama, a una parte de todo este despropósito nacional: “desgobernanza”, empleando un término que no existe en el DLE, que redactamos todas las Academias de la Lengua. ¡Muy bien!, por la intención de la denuncia que dicho sea de paso no era tan celosa durante el gobierno PP. Pero muy mal por el empleo de voces que no facilitan la comunicación correcta del español, porque tienden a confundir al profano que nos lee y que cree, acaso, que somos autoridad.
Distopía es un término que, opuesto a lo que podría ser el planteamiento de un Estado o de una república ideal (como “La República” de Platón) expone la narrativa -y en ese caso sí que lo es- de una nación o país distópico donde se instala la más horrible de las dictaduras, como ocurre con la erección de una dictadura “clownesca” como la que auspicia Morales Cabrera y sus secuaces ¡ya, ahora mismo!, en el Congreso (con el Monito de Orito) el Mono Grande en el Palacio de la Zorra, la CSJ que es muy complaciente, el Ejército lleno de Williams Mansilla en al VIP-Zavala (narco ejército, la neta). Etcétera.
Ríase de “El Señor Presidente”. Asturias se quedará chiquitico ante este monstruo que se destapa y del que viene. Porque se arma Troya: el cáncer que no se quiere dejar extirpar y una CICIG a punto de marcharse si el Congreso así lo decide… y una Fiscalía General que caerá en las manos de Satanás.
¡La distopía absoluta, como la monarquía absoluta del Rey Sol en pepián.