Francisco Cáceres Barrios
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El buen comportamiento de los chapines se ha venido degradando permanentemente a través del tiempo. Muchas veces comentamos en círculos familiares o de amistades que el respeto por la mujer, por los menores o mayores de edad, por los minusválidos y por todo aquello que debiera merecer nuestra consideración, acompañada muchas veces de sumisión con la manera o forma con que se debe tratar a una persona o cosa fuera por alguna cualidad, situación o circunstancia, nos debiera llevar espontáneamente a acatar los principios elementales necesarios para no causar ofensa o perjuicio alguno, sin embargo, no pasamos de ello, de recordar cuando le hacíamos honores al respeto, pero nada hacemos por recuperarlo.
Muchos jóvenes ahora califican como cosa de viejos ponerse de pie cuando una dama o persona de mayor edad se acerca a saludarnos; cederles el asiento, el paso o el rincón como señal de buenos modales, cortesía y respeto, sin embargo, si ese mismo trato se le hace a una persona cercana a su familia, lo ven entonces con simpatía y cosa de buen gusto. Pero, aparte de lo que me he venido refiriendo, está lo que es un deber y obligación, objeto de sanción si no se cumple, como por ejemplo, detener totalmente el vehículo que conducimos al encenderse la luz roja de los semáforos o de evitar el contacto humano, del que muchos hombres abusan y hasta provocan con las damas en diversas aglomeraciones, en especial en la entrada y salida de los vehículos de transporte colectivo, como en las interminables colas que se hacen para abordarlo.
En el primer caso hemos llegado hasta el punto que más de dos terceras partes de los conductores de vehículos cometen la infracción de tránsito, aún enfrente de los policías encargados de velar porque ello no ocurra, sabiendo todos que es una de las causas que provocan más accidentes, incluso con tremendos daños y perjuicios, algunos irreparables. ¿No sería mejor entonces eliminar de tajo los semáforos y volver a las viejas costumbres cuando la vía o derecho preferencial de paso lo tenían las avenidas? ¿Para qué sirven entonces las señales de alto en las esquinas e incluso el buen raciocinio que nuestros padres nos enseñaron para utilizarlo en estas y tantas más situaciones?
No se puede concebir el progreso y desarrollo de una sociedad que cada día, a cada paso y a cada instante se olvida del respeto, incluso para nosotros mismos y por ello es que todos los guatemaltecos debiéramos hacer algo o mejor dicho, mucho, para recuperarlo. De lo contrario, se cumplirá la sentencia de Martin Luther King: “Debemos aprender a vivir juntos como hermanos o perecer juntos como necios.”