Fernando Mollinedo C.
Pareciera que al pueblo no le conmueve la viciosa situación de los diputados contra la población honrada y trabajadora. El término pueblón es porque como ciudad no llegamos a tener convocatoria ciudadana; somos un territorio con muy poca población para defender sus derechos.
Unos doce millones de personas hubiéramos sido afectados por las estúpidas acciones de los congresistas; y a ojo de buen cubero, unas diez mil almas de los tres millones de habitantes que somos en la capital, protestaron; a la mayoría no le importó la trascendencia que leyes aprobadas el 13 de este mes, pudieron tener en nuestras vidas y nuestros descendientes y se refugiaron cómodamente sin tener participación directa en las protestas.
Hubo protestas en los departamentos, ¿cómo fueron? Esto es un asunto que le incumbe a toda la población y no sólo a la capital. Esta irracional afrenta de los diputados ignorantes fue contra el pueblo de derecha, izquierda, centro, los de arriba, los de abajo y los que se hacen los babosos. Autorizar reformas al Código Penal fue una estólida actitud de supina ignorancia convertida en amenaza social de estar otra vez en manos de la delincuencia común, la organizada, la desorganizada y la gubernamental que sigue vigente.
La brutalidad policial no ha desaparecido; el viernes al filo de la media noche en la novena avenida y décima calle, al evacuar a los diputados del edificio del congreso, los policías arremetieron contra una fila de mujeres sentadas en el suelo, impidiendo – según ellas – la salida de los diputados; no bastó rociarles gas pimienta en el rostro, sino “cual estampida” los agentes policiales pasaron por encima de ellas pateándolas y bastoneándolas sin misericordia, logrando despejar la arteria.
Los diputados abordaron buses de la policía y para ello utilizaron fuerza excesiva para lograr el paso; lo deleznable del caso fue que en ese barullo una diputada joven les mostró a los indignados protestantes el dedo medio de su mano y les gritó: “hijos de la gran puta”. Los periodistas presentes lamentaron la actitud de esa diputada quien se pintó tal cual es.
Los ciudadanos tenemos fallos y por ello “estamos como estamos”; para muchos no vale la pena asistir a las protestas porque lo hicieron en las redes sociales y expresaron su descontento; y exceptuando el resultado de esta aberración legislativa producto de la ignominia, bajeza moral y espiritual de quienes la aprobaron por órdenes de sus amos –los financistas políticos – vemos la cruda realidad que nos asuela: la indiferencia ciudadana y las mulas de paso haciendo leyes.
La actitud de los empleados de un prestigioso hotel de La Antigua Guatemala ilustró el profundo asco que tiene la población ante el abuso, ilegalidad y quebrantamiento de los valores sociales por parte de la caterva de diputados entacuchados pero analfabetas funcionales; motivo suficiente para decidir no brindarle servicio al diputado Orlando Blanco, quien no tuvo más opción que retirarse del lugar y tragarse el mal momento. ¡Qué buen ejemplo para la población! ¿Cuántos negocios podrían seguir ese ejemplo?