Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Ayer Estados Unidos celebró el aniversario de su independencia y recordé la oportunidad que tuve de estar en la ciudad de Filadelfia, donde nacieron dos de mis nietos, y visitar el célebre “Independence Hall” que resguarda el original del Acta. Pero más que ese recuerdo personal, me vino a la mente parte del texto en el que los firmantes hablan de los principios fundamentales del Estado al decir que todos los hombres son creados iguales, dotados por Dios de ciertos derechos inalienables entre los que están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, texto que por cierto genera polémica porque muchos de los que lo aprobaron eran dueños de esclavos y la esclavitud persistió hasta que pudo eliminarse tras una cruenta guerra civil. Por lo visto hablaban de “todos los hombres” refiriéndose sólo a los blancos.
Pero la parte más impresionante de la Declaración la encuentro en el párrafo siguiente que consigna, según traducción libre, este principio: “para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres, los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad.”
Se establece como principio que los pueblos establecen gobiernos para asegurar los derechos inalienables, pero cuando una forma de gobierno se hace destructora de esos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno y organizar sus poderes para promover la seguridad y la felicidad. Se discute mucho sobre si es función del Estado promover la felicidad de la gente, pero si entendemos que la promoción del bien común beneficia a todos, puede entenderse que habrá satisfacción popular.
Advierten los fundadores de Estados Unidos que cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo (como la corrupción, digo yo) evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto (de los pícaros y el crimen organizado, palabras mías) es derecho del pueblo, ES SU DEBER, derrocar a ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad.
Son lecciones que da la Historia que, Dios sabe por qué, resurgen siempre en momentos oportunos.