Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
La gran preocupación de muchos no es que en Guatemala tengamos más del 60% de nuestra gente en condiciones de pobreza, al menos 1.5 millones de guatemaltecos en Estados Unidos buscando las oportunidades que aquí se les negaron, una desnutrición que llora sangre, jóvenes sin educación (al menos 2.5 millones en 2016), bachilleres sin poder entrar a la universidad (30 mil se quedan fuera de la San Carlos), sino la gran pena es que nos caiga el populista.
Claro está, sin atender los problemas ya mencionados más la retahíla de otros que tenemos, seremos una Venezuela pero como dije antes, no por los cambios Constitucionales sino por nuestra incapacidad de aceptar nuestra realidad y hacer algo para darle vuelta. Quizá algunos no se sienten motivados porque al fin y al cabo, los de su círculo comen tres veces al día, cuando van al súper encuentran productos y se tiene gasolina en las estaciones de servicio; son otros los que se ven a palitos y entonces el parte es “sin novedad”.
Nos enfrascamos en los cambios al sector justicia, pero no nos damos cuenta que eso debía ser, en el mejor de los casos, una parte de la reforma integral del Estado porque nuestras carencias como país se pueden equiparar a la precaria y patética situación que atraviesan nuestras cárceles. Claro, era una parte, pero fundamental porque no hay mejor nivelador que la justicia.
Cualquier cambio aislado que pretendamos de nuestro andamiaje es como cuando en el Sistema Penitenciario (SP) nombran una nueva cúpula de directores y pretenden que con ello se resuelva el problema y claro está que esa acción por si sola no resuelve nada. Pero con los cambios al sector justicia a los que muchos se oponen, es como que ni siquiera a los directores quisiéramos cambiar en presidios.
Es una vergüenza defender el sistema actual por dónde quiera que lo miremos. Yo mismo he dicho que los extremos y las generalizaciones son malas, pero me cuesta mucho ponerme el sombrero de opositor y entender cómo es que, esgrimiendo un tema ideológico, puedo terminar justificando la podredumbre del sistema.
El país está como presidios; por donde lo miremos tiene graves carencias que hacen imposible que el mismo funcione de acuerdo a sus fines primordiales. Reciclar un sistema como el de nuestras cárceles es imposible porque ya hemos tenido suficientes pruebas para poder concluir que no hay remedio más que tirarlo todo a la basura y empezar de nuevo.
Pero aunque hagamos un nuevo sistema de presidios, nada pasará si no atacamos las causas que hacen que nuestras cárceles se llenen con personas cuyo común denominador es la falta de oportunidades y exactamente lo mismo pasa con el país.
Y nos pasa lo mismo puesto que mientras no entendamos que nuestra realidad no va a cambiar a menos que pensemos en la gente y en invertir en su futuro, estamos condenados a que nos pase como país lo que ocurre en nuestras cárceles.
Mientras en Guatemala siga ganando el debate ideológico, mientras sigamos juzgando con una visión elitista, estamos perdidos. Debemos entender que no importa si somos ladinos o indígenas, pobres o ricos, del área rural o urbana porque todos somos guatemaltecos, con los mismos derechos y obligaciones.
El sistema nacional, como el de presidios, está colapsado y así no tenemos futuro. ¿Ante esa realidad no vamos a quedar en un debate ideológico, defendiendo la porquería, lo indefendible o daremos paso a una discusión de altura, con propuestas que nos permitan sacar el país adelante?