Raúl Molina
Al dialogar con representantes de distintos sectores democráticos en Guatemala, Chile, Argentina, Uruguay y Estados Unidos, y luego de visualizar los recientes procesos electorales en diversas partes del mundo, se nota un denominador común: no se cree más en que la democracia centrada en procesos electorales, que se practica generalizadamente pueda llevar a encontrar las soluciones que el mundo necesita en el siglo XXI. No se cree más en las elecciones para encontrar a los mandatarios que se requieren. Trump en Estados Unidos; Macri en Argentina; Morales en Guatemala son pruebas contundentes de que las elecciones nos llevan de mal en peor. Ninguno de mis interlocutores ni yo pensamos que las soluciones puedan surgir de dictaduras o tiranías ni tampoco de golpes de Estado, ni duros, por parte de militares, ni blandos, utilizando toda clase de triquiñuelas (Paraguay, Honduras, Venezuela y Brasil), por los grupúsculos que tienen el verdadero poder. La solución deberá provenir de la antigua creencia china (de hace casi 4 mil años) de que cuando los pueblos se levantan se hace necesario revocarles el mandato, aunque fuese «del cielo», a quienes están en el poder. Ni más ni menos que decirle a Jimmy Morales y Jafeth Cabrera: en momentos de crisis nacional se les dio la oportunidad de intentar sacar a Guatemala de su crisis moral, económica, social, cultural y política, para la cual demostraron no estar a la altura de las circunstancias. Ante su fracaso, nada nos obliga a aguantarlos; tenemos el pleno derecho de exigirles su renuncia.
Reconozco que si los dos gobernantes han de renunciar -e insistiremos en ello- con igual razón el Congreso actual debe desaparecer. Es inconcebible que se les permita seguir ahí, haciendo de las suyas. Se ha demostrado que muchos de sus integrantes que fueron reelectos, recibieron sumas de dinero en la legislatura anterior para dar su voto a proyectos lesivos al país. Igualmente inaceptable es que, por un lado, los partidos políticos Patriota, Lider y FCN-Nación deberán desaparecer, por diversos fraudes políticos, lo que será positivo; pero, por otro, sus diputados y diputadas, beneficiarios del botín legislativo, sigan ocupando sus curules. El Congreso no ha hecho ningún mérito para continuar; al contrario, sus reiteradas fallas y servicios a intereses particulares demuestran lo contrario. El problema es que a todo esto hay que darle un cierto ordenamiento, para que sea legítimo y eficaz. La luz al final del túnel debe buscarse manteniendo los principios de legitimidad y representatividad, partiendo de que la soberanía radica en el pueblo. El Poder Ejecutivo no puede seguir siendo ejercido con base a candidatos antojadizos y un Congreso ilegítimo e inconstitucional; no se puede tolerar la fórmula de que se nombren vicepresidentes en cadena. Es mucho más honesto y estable reemplazar a los mandatarios con una Junta Provisional de Gobierno. Los tres integrantes de la Junta deben ser nombrados por el Congreso a partir de una propuesta de la sociedad civil. La sustitución del Congreso debe ser realizada por la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente e Incluyente.