Edgar Villanueva

Sienten pasos de animal grande algunos diputados de nuestro Congreso al ver las capturas en Perú, en Colombia y en Panamá por el Caso Odebretch. Los sienten porque saben que aceptaron dinero bajo la mesa a cambio de votos y favores y se ponen en evidencia ante los ojos de los ciudadanos al operar, esta vez sí casi al unísono, para protegerse las espaldas con legislación y enmiendas que los favorezcan en el futuro cercano.

Algunos de ellos llevan tiempo en los negocios del Congreso. Son famosos los que reparten obras del Listado Geográfico y los que contratan plazas fantasma para agenciarse del dinero que paga el pueblo. No tan conocidos son algunos de más reciente llegada al hemiciclo, quienes han tenido que adaptarse o alienarse, «o te repartís el pastel igual que nosotros o no te invitamos a la fiesta». Sin embargo, en ambos grupos hay quienes siguen operando de manera corrupta e invierten el tiempo en asegurarse la más amplia impunidad. No han puesto sus barbas en remojo al ver el desfile de antejuicios que se han presentado, ni las recientes capturas de algunos de sus excolegas que hace cuatro años, eran intocables.

Siguen rompiendo quórum cuando quieren y tijeretean propuestas técnicas de leyes para asegurarse que la piñata siga dando dulces, aunque eso signifique juguetear con la necesidad de los más vulnerables. Gastan más en ujieres y blindados que en asesores calificados y prefieren los altoparlantes al diálogo y al consenso. Queman cohetes dentro del Congreso y si se contradicen prefieren tirarse agua y puñetazos que debatir.

Este es nuestro Congreso, una mezcla entre un sistema electoral perverso y la miopía electoral de nosotros los guatemaltecos. Esto nos sucede, amigo lector, porque como diría un amigo: «¡queremos poner al Smiley al mando de la Unidad Anti Pandillas!» Ya sabemos que no nos puede ir bien si elegimos a diputados que no son transparentes con su financiamiento electoral; no nos puede ir bien si votamos por los que no tienen experiencia en la creación, discusión y/o ejecución de leyes, y nos va a ir peor si votamos por aquellos que ni siquiera las respetan.

Mientras deshojamos la margarita de Odebretch, donde seguramente veremos a algunos en «padres de la patria» en aprietos, les propongo aboguemos por una reforma integral del Estado que incluya la reforma al sistema electoral y de partidos políticos. Dicha reforma debería de incluir al menos tres puntos: a) la publicidad obligatoria y control férreo del financiamiento electoral; b) la elección abierta de diputados, sin necesidad de vehículos partidarios; y c) la elección directa de diputados por distritos electorales y la eliminación del listado nacional. Son tres pasos, que aunque no solucionan todo, nos devuelven la verdadera representatividad democrática, nos permiten exigirle de manera directa a los que elegimos que se conduzcan de manera transparente y que legislen a favor de los ciudadanos y libera a los diputados que son honestos de las cadenas del financiamiento electoral.

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